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— Señorita Lara, necesitamos que venga con nosotros —la voz del oficial me saco de mis pensamientos. La idea de que el policial me pidiera que lo acompañe me heló la sangre.

Todos comenzaron a verme con ojos de preocupación. Casi como de lástima. Comenzaban a suponer cosas, eso era seguro. Escuché al profesor decir algo, pero no le preste atención. De repente mi alrededor se tornó como en cámara lenta.

Me levanto de mi asiento y caminé hasta la puerta, sintiendo el peso de las miradas en mi espalda.

Respire tan hondo como se me hacía posible mientras obligaba a mis pies a caminar. Llegue hasta la puerta principal del edificio. Al salir ahí estaba aquella mujer que recordaba muy bien. La única capaz de hacer temblar a cualquier niño con su mirada. Una mirada tan fría como la noche, pero esta estaba diferente, como si dentro de ella yaciera un profundo dolor. Esa vez me miro con suma tristeza. Nunca había visto a la directora de unas de las universidades más prestigiosas de Estados Unidos de esa forma.

Mire más atrás de ella un coche policial. Apenas me subí, trague grueso. Sentía unos nervios que me apretaban las entrañas. Mire a través del cristal mientras el auto tomaba rumbo, a aquella mujer quien simplemente se giró para seguir su camino por las escaleras hasta llegar en la puerta principal.

No sabía qué estaba pasando o que había ocurrido.

— ¿Para dónde vamos? —pude preguntar en un hilo de voz.

Los policías se miraron unos segundos para terminar callados. El silencio fue mi cruda respuesta por el resto del camino.

No podía evitar estrujarme las manos con fuerza. Mire por el cristal como el cielo se tornaba gris y casi en el momento la lluvia no se dejó esperar. Mi mente era un mar de confusión hasta que algo llamo mi atención; luces de otras patrullas se dejaron ver a lo lejos, entre árboles que no dejaban ver más allá. El auto, giro en dirección de las luces y al tener más visión pude ver como una grúa sostenía un auto que parecía haber sido sacado de un estanque.

Reconocí el auto al instante.

Mi mente se nubló.

Mi respiración se cortó y lo único que pude hacer fue bajarme, apenas el auto se detuvo. Salí y corrí hasta encontrarme con las peores de las pesadillas. Un policía me sostuvo mientras gritaba de dolor. Las lágrimas salían sin más. Mi corazón se destrozó al ver como mi padre yacía en el suelo sin vida. Muerto. Tan pálido como una hoja.

Era lo único que me quedaba y lo perdí.

— ¡NO! ¡POR FAVOR! ¡NO! —grité desconsoladamente. Sentía como las palabras cortaban mi garganta— ¡PAPÁÁÁ!

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— Sabemos que lo que vivió fue algo extremadamente fuerte, pero necesitamos que nos ayude a saber qué paso. —la voz de la inspectora Ruiz sonaba tan lejana que no sabía qué hacer ni que decir.

La mujer me miro con cara pesante y volvió abrir el archivo que estaba delante de mí. Volver a ver la imagen de mi padre muerto, me erizó la piel por completo. Aparte la mirada al instante.

No entendía nada.

— No había ningún indicio que su padre hubiera sido asesinado, por lo tanto, pensamos que fue un suicidio.

— Mi padre nunca lo haría... —abandonaron mis labios— no después de lo que le paso a mi madre.

Estaba en automático, casi como si fuera un robot. Mis emociones estaban tan hundidas dentro de mí que solo respondía lo primero que se me venía a la mente. Mire perdidamente la taza de café que mis manos envolvían con fuerza. El calor me reconfortaba por momentos.

La inspectora me miro con cautela. Luego se levantó y se fue, dejándome sola con mis pensamientos. Cerré mis ojos con fuerza obligando a un par de lágrimas caer. Volví a respirar profundo e intenté calmarme. Al abrirlos ahí estaba él. Parado detrás de la mesa.

Estaba pálido como en la foto. Con una mirada fría y sin vida. Simplemente se quedó ahí. Mirándome como si supera algo que yo no. No pude parpadear. El aire se reusaba entrar en mis pulmones y sentí las terribles ganas de gritar otra vez. Cada músculo de mi cuerpo se tensaron como una piedra.

Era él. Mis ojos lo miraban con un detalle casi irreal, pero estaba muerto. Tan muerto que verlo frente de mí me resultaba algo aterrador. Porque sí, estaba aterrada.

¿Estaba perdiendo la cabeza por completo? ¿Era real lo que veía?

El sonido de la puerta abriéndose me saco del pasmo. Y para cuando me di cuenta, mi padre ya no estaba.

— ¿Todo bien Lara? —Ruiz me miro con preocupación. Solo asentí mientras controlaba mi respiración. —tu novio está aquí.

Ni siquiera me dio tiempo de reaccionar cuando su voz llego a mis oídos:

— ¡Lara!

Ahí me quebranté.

Ahí lloré entre sus brazos.

Ahí me derrumbé sin miedo a que dirán.

— Los dejaré solos... —pude escuchar a Ruiz.

Pegue mi rostro en el cuello de Luke y llore con fuerza. Sentía como el peso del mundo que me reusaba cargar, caía sobre mis hombros. Un peso que estaba segura me rompería en mil pedazos.

— Todo va a estar bien... Todo va a estar bien... —su dulce voz era como un bálsamo para mi corazón.

Pero al abrir los ojos, mientras lo abrazaba, ahí estaba otra vez él. Parado. Mirándome con aquella mirada muerta. Me aferré con más fuerza a Luke. Mis ojos no paraban de verlo... Nunca lo hacían.

Por otro lado, sentí como el abrazo se aflojó y Luke me tomo por los hombros para luego tomar mi rostro con sus manos. Su toque fue gentil y cariñoso, como si estuviera tomando la copa de cristal más frágil. Recordé cuando nos conocimos: en aquella competencia de la universidad. Él era el capitán del equipo de natación y al verlo, simplemente me enamoré. Recuerdo el cómo me hacía reír y su forma de tratarme con respeto. Tan atento. Tan él. Tan humano.

— Dime que necesitas y te ayudaré...

— Quédate. —solté en un hilo de voz.

— Aquí estoy. No me iré a ningún lado.

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El frío me arropo con violencia.

Al salir de la estación policial sentí como el clima me entumeció los huesos. Me aferro a mi abrigo y me encaminé hasta llegar al auto de Luke. Al entrar, prendí la calefacción de una. Luke se montó como piloto y arranco el motor.

Solté aire por mi nariz. Estaba tan cansada. El mundo aún seguía en cámara lenta para mis ojos. Mis manos comenzaron a temblar.

— Tranquila... —dijo Luke mientras tomaba una de mis manos y la acariciaba con firmeza. Su toque cálido me calmo.

Nos quedamos unos minutos en silencio hasta que simplemente lo dije:

— No logro entender todo esto. Mi mente... e-está como si... como si... —las palabras salían tan confusas— ¿Por qué lo hizo?

— La mente humana es muy compleja. No sabemos lo que tu padre pensaba.

Cada palabra me dolía, pero eran la verdad. Aun sin entenderlo, al final, nadie sabe lo que la mente humana alberga. Yo recordaba a un padre feliz hasta que mi madre murió gracias a un desgraciado. No recuerdo mucho de aquel día, apenas era una niña de diez años, pero el dolor quedo y el vacío también.

Luke empezó a conducir.

El tráfico era normal. Nada de que negar de una ciudad tan pequeña como lo es Noterville. Las casas eran bellas y acogedoras. La gente era amable y sincera. Un pueblo digno de ser llamado: El lugar feliz. Pero para mí ya no tenía sentido alguno. Literalmente me sentía como en un agujero, sin poder salir y sin poder ver más allá que solo oscuridad.

Al llegar a mi casa no hice nada más que tirarme en mi cama y quedarme profundamente dormida. Luke había insistido en quedarse y eso hizo, pero luego de un rato tuvo que irse a hacer unas cosas que no tuve las afueras de preguntar.

Solo quería dormir y no volver a despertar.

La superficieDonde viven las historias. Descúbrelo ahora