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Habían pasado alrededor de un mes y medio desde que Perez se encontró con los Robane, y todavía recordaba con gratitud todo lo que había recibido de ellos

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Habían pasado alrededor de un mes y medio desde que Perez se encontró con los Robane, y todavía recordaba con gratitud todo lo que había recibido de ellos. El Archiduque Felix no solo había curado sus heridas, sino que también le enseñó cómo tratarlas él mismo. Aquel día, Felix había sido paciente y meticuloso, mostrándole paso a paso cómo aplicar los ungüentos y vendar correctamente las heridas.

- Es importante que aprendas esto, Perez - le dijo Felix con voz grave pero amable

Perez había prestado atención a cada detalle con cuidado, consciente de que en su situación, cualquier conocimiento práctico podía ser la diferencia entre la vida y la muerte. Había aceptado aquella enseñanza con la seriedad que merecía, sabiendo que pronto debería valerse por sí mismo nuevamente.

La Archiduquesa Ines también había mostrado su amabilidad al entregarle un par de mantas suaves para que lo abrigaran durante las frías noches que le aguardaban. Con una sonrisa cálida, le colocó las mantas sobre los hombros.

- Aquí tienes - le dijo mientras le colocaba las mantas sobre los hombros - Estas mantas te mantendrán caliente.

Perez se sintió agradecido, a pesar de que ya había experimentado esa misma situación en su primera vida. Aun así, no pudo evitar sentir una cálida sensación de felicidad, un sentimiento que apenas recordaba.

Calep, el hijo mayor de la familia, había sido un poco más atrevido en su regalo. Le entregó una espada de madera, inclinándose hacia él con una sonrisa cómplice.

- Tómala, pero úsala con cuidado - le dijo con una sonrisa cómplice - Puedes practicar a escondidas. Sé que mi padre querrá hacerte su pupilo cuando te saquemos de ese lugar. Este libro sobre la historia del imperio te servirá para aprender más mientras tanto.

Perez sostuvo la espada con una mezcla de sorpresa y familiaridad. Era una simple espada de madera, pero representaba algo más profundo para él. Recordaba cómo, en su primera vida, una espada similar había sido la primera que blandió, y aquella sensación de pertenencia regresó, aunque acompañada por un eco de tristeza.

Elias, el más pequeño de los Robane, se había acercado a él tímidamente, con su querido peluche de conejo en las manos. A pesar de lo mucho que ese peluche significaba para él, lo extendió hacia Perez con una sonrisa dulce.

- Es para que no tengas miedo. Así no estarás solo - dijo con voz suave, sus ojos brillando con inocencia y ternura.

Perez tomó el peluche, desconcertado por el gesto tan puro del niño. Sabía lo que significaba para Elias entregar algo tan personal, y por primera vez en mucho tiempo, sintió un destello de consuelo.

- Lo cuidare bien - dijo, revolviendo los cabellos del pequeño en un gesto afectuoso.

Sin embargo, fue Rosie quien dejó la mayor huella en su corazón. La niña, con su dulzura y determinación, le entregó una pulsera roja con un dije de una rosa dorada en el centro.

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⏰ Última actualización: Oct 03 ⏰

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