Era una noche sin luna, la carretera se extendía ante Jaime como una herida abierta en la oscuridad. La única luz que rompía la negrura era la débil media luna que colgaba en el cielo y el resplandor de los faros de la ambulancia, que proyectaban sombras alargadas sobre el asfalto desgastado. El viento, como un susurro espectral, rozaba los árboles que flanqueaban el camino, casi como si la naturaleza misma estuviera contenida en un aliento ansioso. A esa hora, Jaime ya no sentía el cansancio de su jornada. Lo que sentía era algo peor: una inquietud punzante que le recorría la espalda.
Después de haber llevado a un paciente grave al hospital de la ciudad, ahora viajaba de regreso solo, el sonido del motor de la ambulancia y el viento en sus oídos. Eran cerca de las 2 de la madrugada, y la carretera, vacía y solitaria, parecía extenderse sin fin, como un túnel interminable. Jaime no podía evitar la sensación de que la soledad de la noche lo estaba devorando, de que algo en la oscuridad lo acechaba.
Entonces, lo vio. A lo lejos, una figura se alzaba en el borde de la carretera. Al principio, parecía una sombra, un vestigio de la noche misma, pero conforme se acercaba, los contornos de una mujer se hacían más claros. Llevaba un abrigo raído, demasiado grande para su delgada figura, que apenas la protegía del frío que se colaba entre los árboles. Sus cabellos oscuros danzaban con el viento, ocultando parcialmente su rostro. Desde la distancia, sus ojos brillaban con una intensidad inquietante, como dos pozos negros, insondables y vacíos.
Jaime frenó, un nudo se formó en su garganta. La mujer no se movía, como si esperara algo. O alguien. Sin pensarlo demasiado, bajó la ventana con un sonido sordo y la llamó, apenas audible sobre el rugido del viento.
"¿Te encuentras bien? ¿A dónde vas? Mi ruta pasa por el pueblo más cercano...", preguntó, su voz temblando más de lo que hubiera querido admitir.
La mujer giró lentamente hacia él, sus ojos oscuros fijos en los de Jaime, penetrantes, como si pudieran ver algo más allá de su piel. Sin mediar palabra, asintió lentamente, casi con indiferencia, y se subió a la ambulancia. No era la respuesta que esperaba, pero antes de que pudiera reaccionar, ya estaba sentada en el asiento del copiloto, inmóvil, como si no perteneciera a ese lugar. Jaime encendió el motor de nuevo, y el sonido de los neumáticos sobre el asfalto era lo único que rompía el silencio, mientras el viento seguía susurrando entre los árboles.
La carretera seguía desierta, los faros de la ambulancia iluminando la nada. Jaime sentía una presión en el pecho, un peso que le dificultaba respirar. Miró hacia su lado, buscando iniciar alguna conversación con la mujer, pero lo que vio lo paralizó. Su rostro… ya no era el mismo.
Los ojos de la mujer, que antes parecían haber sido de un negro profundo, ahora eran huecos, como dos abismos que reflejaban la misma oscuridad que los rodeaba. Su piel estaba pálida, casi gris, y la mandíbula, rota y desalineada, colgaba de una manera antinatural. No tenía labios, solo una mueca torcida y manchada con algo que no quería identificar. Lo peor no era su apariencia, sino su mirada. Esa mirada fija, como si estuviera mirando directamente a su alma.
Jaime frenó de golpe, su corazón latiendo con fuerza, los ojos abiertos como platos. Cerró los ojos con rapidez, con la esperanza de que al abrirlos, todo fuera producto de su imaginación, una ilusión alimentada por el cansancio. Pero cuando los abrió de nuevo, la mujer ya no estaba. El asiento del copiloto estaba vacío, y el sonido del viento seguía intacto, como si nada hubiera ocurrido. Pero su respiración, agitada y acelerada, era la única prueba de lo que acababa de presenciar.
Tembloroso, aceleró de nuevo, sin atreverse a mirar hacia el lado. Cada kilómetro que recorría, sentía que algo lo observaba, una presencia que lo seguía en cada sombra que pasaba a su lado. Finalmente, se giró. Allí estaba ella, otra vez, como si nada hubiera pasado. Sentada a su lado, tranquila, inmóvil, como si el terror que había experimentado nunca hubiera existido.
"¿A dónde necesitas ir?", preguntó, su voz temblorosa, apenas audible. La mujer lo miró fijamente, sus ojos negros y sin vida, y con una voz tan suave que le heló la sangre, respondió:
"¿Por qué tan nervioso? ¿Acaso algo te preocupa?"
Jaime no pudo responder. La única excusa que pudo dar fue que necesitaba llegar a la gasolinera más cercana porque el combustible se estaba agotando. Sus palabras salieron atropelladas, casi en un susurro.
Varios kilómetros más adelante, llegó a una gasolinera solitaria, su corazón aún latiendo con fuerza en su pecho. Se bajó de la ambulancia rápidamente, casi sin mirar a su alrededor. El hombre que estaba en la gasolinera le llenó el tanque sin decir una palabra, pero Jaime no pudo evitar acercarse, en voz baja, y pedirle que mirara dentro de la ambulancia. "¿Ves a alguien más allí?", preguntó, su voz rota por el miedo.
El trabajador miró dentro de la ambulancia, confundido, y negó con la cabeza. "No hay nadie, está vacía".
Jaime no pudo reaccionar. El silencio lo envolvía. Corrió de vuelta hacia la ambulancia, pero en el momento en que volvió a subir, la mujer habló, su voz tan cercana que le pareció oírla directamente en el oído. "¿Por qué ese hombre miraba dentro de la ambulancia? ¿Qué buscaba?"
La voz… la misma voz. Y ahí estaba ella, sentada a su lado, tan tranquila, tan ajena al horror que Jaime sentía. No pudo más. Arrancó la ambulancia y aceleró sin rumbo, sin mirar hacia el lado. Cada kilómetro recorría sin atreverse a respirar, hasta que, finalmente, llegó al centro de salud.
Se detuvo frente a la entrada, sin saludar a los guardias, y corrió hacia su dormitorio, el miedo apretándole el pecho. La oscuridad de la habitación lo envolvía como una capa de hielo, pero antes de que pudiera descansar, la puerta se abrió de golpe. Su compañero de trabajo, otro conductor, entró sin previo aviso. Con una expresión de confusión, le preguntó:
"Jaime… ¿Por qué había una mujer en el asiento del copiloto de tu ambulancia?"
Jaime, paralizado por el terror, no sabía qué decir. La mujer… o lo que sea que había sido, lo había seguido hasta allí.
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Relatos de la noche
FantastiqueAdéntrate en "Relatos de la noche," una colección inquietante de historias de suspenso y terror que te mantendrán al borde de tu asiento. Desde encuentros con lo sobrenatural hasta misterios que desafían la lógica, cada relato explora los rincones o...