Marcela Valencia apenas sentía el peso del vaso entre sus manos. Lo que una vez fue su refugio y consuelo, el bar donde solía encontrar una pausa en su agitada vida, ahora se había convertido en una especie de prisión. Cada sorbo de whisky ardía como el dolor que le consumía por dentro, pero era incapaz de detenerse. La amarga revelación que había caído sobre ella ese día seguía retumbando en su cabeza: su ex prometido, el hombre al que había entregado años de su vida, la había engañado. Y no con cualquier mujer, sino con Betty, su asistente. La ironía era demasiado cruel, porque Marcela siempre había considerado a Betty insignificante, casi invisible en su mundo de perfección. No era más que una mujer con poca gracia, tímida y siempre a la sombra de todos. "¿Cómo pudo haberla elegido a ella?", pensaba Marcela, incapaz de entender cómo alguien tan mediocre podía haberse interpuesto en su vida.
La música suave del bar era una presencia lejana, apenas perceptible, pero suficiente para recordarle lo solitaria que se sentía. Marcela, con su impecable figura y elegancia natural, siempre había sido el centro de atención, pero esa noche, sentada en la penumbra, parecía diminuta, una sombra de lo que alguna vez fue.
Había llegado al bar a las ocho, con la esperanza de que el alcohol silenciara la ira y el dolor. Pero ahora, después de varias horas y demasiados tragos, se encontraba al borde de la incoherencia, sus pensamientos enredados, sus emociones a flor de piel. Las luces del lugar comenzaban a titilar, y los murmullos de los pocos clientes que quedaban le recordaban que el bar estaba a punto de cerrar. Sin embargo, Marcela no se movía. No quería enfrentar la realidad, no quería volver a su departamento vacío, a los recuerdos que la perseguirían en cada rincón.
— Señorita... el bar está cerrando.
La voz grave la sacó de su letargo. Al levantar la mirada, sus ojos se encontraron con los de un hombre desconocido. Un hombre alto, de cabello negro azabache, y con una barba incipiente que añadía un aire rudo a sus rasgos. Vestía con elegancia descuidada, una camisa blanca que se ajustaba a su torso, y una chaqueta de cuero que colgaba despreocupadamente de sus hombros. Pero lo que más la impactó fue su mirada. No era solo el hecho de que él la estuviera observando, sino la manera en que lo hacía: con una mezcla de curiosidad, empatía y, de algún modo, un interés que parecía genuino.
—Me llamo Valentino —dijo, con un acento italiano que hizo que su nombre sonara como una caricia en el aire—. He notado que llevas aquí bastante tiempo. Están por cerrar, ¿puedo ayudarte?
Marcela parpadeó, confundida por la súbita intervención de este extraño. Estaba a punto de negarse, de decir que no necesitaba la ayuda de nadie, cuando sus piernas flaquearon al intentar levantarse. La embriaguez la había vencido. Pero antes de que pudiera caer, sintió las manos fuertes de Valentino sujetándola con firmeza, evitando que perdiera el equilibrio.
—Tranquila, no voy a dejar que te caigas —dijo él, su tono suave pero seguro.
Marcela, que normalmente odiaba mostrarse vulnerable, no tuvo la fuerza para rechazar su gesto. En ese instante, algo en ella cedió. Quizás era el cansancio emocional, o tal vez el deseo de confiar en alguien, aunque fuera por unos breves momentos. Miró a Valentino con agradecimiento, aunque no dijo nada. Sus pensamientos estaban demasiado desordenados como para articular palabras.
Valentino la sostuvo con cuidado, ayudándola a enderezarse. Hizo un gesto hacia el barman, con quien parecía tener cierta familiaridad, y habló en voz baja, pero lo suficiente para que Marcela pudiera oír.
—Cuídale el auto —le dijo al camarero—. Yo me encargo de llevarla a casa.
El barman asintió, como si estuviera acostumbrado a que Valentino hiciera ese tipo de cosas. La confianza entre ambos era evidente.
—No tienes que hacer esto —murmuró Marcela, su voz apenas un susurro, mientras él la guiaba hacia la salida—. No soy tu responsabilidad.
—No lo soy —respondió Valentino con una media sonrisa—, pero tampoco es justo dejarte sola en este estado.
Las luces de la calle le resultaron cegadoras al salir del bar. El aire fresco de Bogotá la golpeó, despejando un poco su mente, pero el peso de la traición seguía allí, inquebrantable. Mientras caminaban hacia el coche, Marcela no pudo evitar fijarse en Valentino. Había algo en su presencia que la desconcertaba. No solo era su físico o su acento seductor. Era su calma, su seguridad, y el modo en que la trataba como si no fuera una simple desconocida. Era como si él, de algún modo, comprendiera el dolor que llevaba dentro.
Cuando finalmente llegaron a su coche, Valentino le tendió las llaves, pero ella no tenía fuerzas ni para sostenerlas.
—Yo conduzco —dijo él, sin esperar una respuesta. Y Marcela, por alguna razón que no entendía del todo, dejó que lo hiciera.
Esa noche, en medio de su tormenta personal, un extraño italiano la había salvado de caer aún más profundo en el abismo. Marcela no sabía lo que el futuro le deparaba, pero mientras el coche se deslizaba por las calles desiertas de Bogotá, con Valentino a su lado, una pequeña chispa de esperanza —aunque frágil— comenzaba a encenderse dentro de ella.
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𝑴𝒊 𝒎𝒖𝒋𝒆𝒓
FanfictionElla era una mujer con dolor en su corazón luego de enterarse todo lo que sucedió entre su ex prometido y su asistente. Donde un día mientras desahogaba sus penas amorosas conoce a un hombre haciendo que quede deslumbrada por aquel hombre.