1.Cenizas y silencio.

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El viento silbaba a través de las ruinas de lo que alguna vez se había podido llamar "iglesia" en las afueras de un pequeño pueblo en Ohio, arrastrando consigo el aroma a tierra mojada y a ceniza. Dean Winchester es un hombre de tez blanca, cabello castaño claro y ojos verdes así mismo con su imponente estatura de 1,86 cm se aferraba a su chaqueta de cuero, una barrera precaria contra el frío que se filtraba hasta los huesos del sujeto. La luna, pálida y descolorida, iluminaba las paredes derruidas de la antigua iglesia, y ahora solo era un testimonio silencioso de la batalla que se había librado ahí unos momentos antes.

-¡Agh!, maldición.- murmuró Dean con su voz apenas audible por encima del viento.
-Otra iglesia, otra maldita masacre.

El suelo estaba cubierto de escombros, restos de la batalla contra el demonio que había perseguido durante semanas. El olor a azufre aún inpregnaba el aire, un recordatorio nauseabundo de la presencia infernal aún persistía en aquel sitio. Dean se arrodilló, recogiendo un fragmento de piedra que había sido parte del altar. La piedra estaba fría y áspera al tacto, como la propia muerte.

-¡Cass!...- susurró Dean con su voz cargada de dolor y sufrimiento.

Él ya lo había perdido todo, no le quedaba absolutamente nada, o al menos eso era lo que él creía.

-Te necesito... En serio te necesito...- Su voz se quebraba ante las palabras cargadas de sentimiento y dolor infernal.

La imagen de su amigo, su ángel, se materializó en su mente. Castiel, con su sonrisa cálida y sus ojos azules como el cielo despejado, su cabello negro y su piel blanca tan suave como sus mismas alas de un color azul marino, lleno de luz, siempre dispuesto a luchar a su lado y estar allí para él cuando esté más lo necesitase. Ahora, solo quedaba un vacío, un agujero negro donde antes había existido su presencia, donde antes había una historia que abruptamente parecía tener un horrible final para aquel hombre. La muerte de Cass, la absorción de su gracia por el Vacío, había dejado una cicatriz profunda en el alma de Dean, que sin importar cuantas cervezas se tomará o cuan fuerte fuese la resaca de los días siguientes no podía olvidarlo, y para ser sinceros.. él tampoco quería hacerlo.

-No deberías estar aquí.

Dijo una voz suave detrás de él. Dean se giró, encontrándose con la mirada tan familiar de aquel ser celestial que lo había acompañado en sus mejores y peores momentos, incluso en alucinaciones Castiel seguía trayendo paz a su ya putrefacta alma.

-No puedo evitarlo, me haces tanta falta.- respondió Dean con frialdad y con una pizca de una voz quebrándose.

El cazador solo estaba tratando de ocultar su vulnerabilidad que sentía en aquel maldito momento, donde ya no era un cazador, ahora solo quedaban los pedazos rotos de un hombre, de alguien que solo deseaba una cosa en toda su vida: Alguien que se quedará a su lado sin importar las adversidades y a alguien a quien si pudiera proteger y no perder jamás.

-No te estás cuidando.- continuó el hombre de cabello oscuro -No es tu culpa... lo que hice lo hice por amor.

Dean se levantó, su mirada fija en el hombre, la frustración ante sus palabras eran notorias, pues él sentía que en este punto de su vida nadie le comprendería de una manera correcta ante lo que sentía en ese preciso momento, ni siquiera aquella alucinación creada por el mismo, pues sentía que nada de lo que imaginara o hiciera bastaría para parar aquel dolor en el pecho que se hacía más grande cada día de su ausencia.

-No puedo seguir así..- repitió el castaño claro mientras su voz apenas se escuchaba como un susurro frágil como un cristal que en cualquier momento amenazaba con romper en llanto. -Pero tampoco sé como seguir adelante sin ti, maldita sea. Ya me cansé de rezar, de implorar una oportunidad de tenerte de nuevo en mi vida, pero aún así sigo esperando a verte de nuevo, tomarnos un último trago y volver a estar contigo.

RENUNCIANDO AL CIELO.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora