Capítulo 1: Cuando la nieve cae

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Me despierto a las once y media gracias al sonido de la brisa contra la ventana y el constante goteo de las botellas de alcohol que se encuentran en la repisa de la ventana. Me levanto y me dirijo con lentitud hacía la ventana, atravesando una serie de objetos desperdigados por toda la habitación. Periódicos, fotos, prendas de ropa y diversos cojines que habían estado formando con anterioridad, un precioso conjunto de época en un sofá refinado que se había encontrado a los pies de una preciosa estantería en tonos caoba con todas nuestras fotos. Antes había sido tan bonito y maravilloso.

Ahora, mientras caminaba directo hacia mi destino, me daba cuenta de lo que había hecho en mi la pena y el odio. Mi piso, que antes había sido grande, luminosa y de un estilo clásico sin ser recargado ni agobiante. Ahora se encontraba a oscuras y el espacio parecía ir reduciéndose a cada paso que daba. Los recuerdos del completo orden le comprimían la cabeza.

En esa habitación, una cama de matrimonio ocupaba su propio rincón con un hermoso ventanal que antes siempre permanecía abierto y con macetas de flores hermosas que le daban color a unas cortinas de seda blancas. Aunque ahora, ya no se encontraba ese rincón. Cerca de la cama, la mesilla vacía y frente a la cama, un armario enorme que contiene su ropa, o que contenía, porque ahora, toda ella, se encontraba a sus pies. Cerca de las estanterías empotradas y el sofá, estaba su maravilloso y silencioso piano de cola, que esperaba impaciente las atenciones de su dueño.

Su mirada recayó mucho tiempo sobre este, y en él se encontró con el reflejo de sus ojos rojos que parecían piedras preciosas, caídas en un pozo oscuro, debido a las ojeras que habitaban ahora en su cara. Su pelo rubio de color crema, aparecía, corto por las orejas y revuelto en pequeños picos por todos lados. Estaba desnudo de cintura para arriba y su piel estaba pálida añadiendo una delgadez que le hacía parecer un trozo de cristal dañado y lleno de polvo.

Su voz, resonó en la estancia de una forma ronca pero suave:

-Parece que la vejez me está atacando-sonríe melancólico y sus pies por fin llegan a la ventana.

Se sienta en el alfeizar y mira atentamente por la ventana, viendo a las personas moverse con rapidez, por la nieve que comienza a caer con lentitud en esa oscura noche. Todos parecen muy ajetreados o felices, ajenos en sus pensamientos que les ayudan a continuar adelante. Con sus dedos, tantea con lentitud el cristal y su aliento parece formar una mancha de vaho, que limpia con su mano. Gracias a esto, se fija, como siempre lo hace, en esa chica de boina roja y gabardina negra que esconde debajo un precioso vestido de mariposas azules y negras con unos tacones rojos muy brillantes. Sus mejillas aparecen rojas de la emoción, y una suave tos hace que se rompa su compostura.

Un recuerdo atraviesa mi visión, y memorizo la primera vez que la vi, hace alrededor de unos cinco meses, en el que su vestido amarillo con un encaje de flores blancas en los bordes de sus mangas francesas y la rebeca marrón. Esta chica, de cabello marrón, largo hasta los codos, siempre lleva en sus manos el mismo paquete de entonces, en el que se encuentra una encantadora propuesta para una cena romántica con aquel hombre al que espera tranquilamente. Hace unos cinco meses seguía igual que hoy, igual de quieta y paciente en ese banco, al lado de esa farola solitaria que parecía dar un pequeño tono de luminosidad a esa única escena en la que se fija cada noche que se despierta a la misma hora.

En un momento, la mirada de esa chica, se agranda considerablemente y dirijo mis ojos rojos al mismo lugar que ella ve. Frente a un edificio enorme, que da una imagen fría, y coordinada de gente trabajadora que sólo depende de la tecnología y de un ajetreado tiempo para acatar órdenes de más arriba. Me dan algo de asco y pena.

En un momento, el hombre que ha salido del edificio por esas mecanizadas puertas de cristal, hace que aumente mi curiosidad, y al ver a esas dos mujeres rubias y voluptuosas, me doy cuenta de que lo ha vuelto a hacer. Ha vuelto a romper el corazón de su joven amor.

Vuelvo a mirar a la chica y ella está llorando, apretando el paquete con tanta fuerza que creo que va a romperse un dedo. Nadie se para para consolarla y una idea en mi cabeza, florece, algo descabellado que no se me había ocurrido todavía. Me acerco al piano, y toco una melodía triste, que acompaña a su momento, he abierto ligeramente la ventana y confío en que la chica lo esté escuchando, porque quiero que al menos ella se sienta bien.

La joven está llorando, sola, lo ha vuelto a hacer. Y su corazón está en penumbras de nuevo, ni siquiera la luz de la farola, consigue esta vez, hacerle compañía y nadie parece acercarse a ella para ayudarla. Está sola, como siempre, hasta que el sonido de un piano, siendo tocado por alguien amable e igualmente destrozado, le hace compañía, con una melodía lenta y triste, que consta de unas pocas notas, pero que aun así, parece reconfortarla un poco para que deje de llorar. Alza la cabeza, buscando de dónde proviene y sólo se encuentra con una ventana ligeramente abierta de la que sale la melodía y la oscuridad de la habitación. Como supuso, esa persona le comprende y entiende por lo que está pasando.

Con una ligera sonrisa, espera a que acabe la melodía para irse con un paso lento, haciendo sonar sus tacones por los adoquines, y apartando un poco la suave capa de nieve que ha caído en ese tiempo, para que su desconocido intérprete, se dé cuenta de su marcha.

Desde la ventana, el pianista, tapa el piano de nuevo y cierra la ventana, para dirigirse con paso lento hasta la cama, donde consigue dormir algo más, antes de sumergirse en el sueño, que más que bonito, parece el leve recuerdo de la partida de su amante, su novio y amigo, Jack...Las lágrimas caen de sus ojos como pequeñas perlas delicadas, en la oscuridad de su habitación, completamente solo.

Farolas en la nieveDonde viven las historias. Descúbrelo ahora