Despierto en mi cama, como todas las mañanas, solo. Su recuerdo sigue estando patente en muchos rincones de la casa, y eso hace que mi corazón esté ardiendo de tristeza. Obligo a mis piernas a levantarse, para llevarme a la cocina.
Una cocina bastante modesta, mediana, con una mesa y dos sillas de color blanco en estilo regio y una encimera enfrente de ellas con todas las parafernalias, sinceramente, no soy mucho de cocinar, de eso se encargaba Jack:
-De ahí que te estés empezando a echar tripita, señora embarazada-toco mi ligero estómago.
Últimamente he decidido que voy a hablar solo, es mejor que perder la voz durante dos semanas, y me gusta que suene algo de ruido en la casa, aunque sea solo mi voz y mis pasos:
-Creo que saldremos de esta, cuerpo, seguro-pero lo que dicen mis palabras es la contrapartida de lo que se ve en mí y en mi apartamento.
La cocina, que está extrañamente impoluta, no muestra muchos signos de dejadez, excepto por la cantidad de polvo que se acumula sobre la encimera y la mesa. Es de tonos crema y marrones con bronce, con diseños regio por todos lados:
-Vamos, como todo el estilo de tu apartamento, de época, sin ser recargado para nada-preparo mi café-El cuál para muchos es leche teñida-cascarrabias, comento-¿Qué sabrán ellos de café?
El sonido del microondas al calentar la leche, acciona mis brazos para que metódicamente, comiencen a tomar las cosas con cuidado para acabar preparando un café indio.
Me giro en dirección a la mesa y las dos sillas y me quedo observando en silencio, sin comentar nada, sobre el ambiente, miro el reloj, de forma mecánica, termino el café y me arrastró hasta la ducha para arreglarme y asearme un poco. Después, salgo con una camisa blanca y un jersey negro, añadiéndose unos zapatos y unos vaqueros negros. Tomo las llaves y paso mis dedos por mi cabello, para que quede el reciente flequillo que me ha empezado a salir, hacía atrás:
-Tengo el mismo peinado que me hacía cuando era pequeño y me lavaba el pelo, creyendo que era guay-me callo momentáneamente para dejar en el aire una pregunta no pronunciada ¿acaso soy un idiota?
Mejor no contestar, me muevo hasta la puerta y tomo un taxi para llegar a mi trabajo, mientras observo los edificios a mi alrededor. Todos llenos de vida y gente que no para ni un momento para admirar las cosas. Aunque es normal, esto es Nueva York, tampoco se podía pedir mucho de una de las ciudades más famosas y más pobladas de toda América y el Mundo.
La voz del taxista detiene mis pensamientos con una voz ronca que me suelta:
-Hemos llegado, son quince dólares-menudo timo.
Saco mi billetera y le suelto diez dólares y un trozo de papel que ni siquiera mira, para continuar con una sonrisa por la carretera. Me meto en el edificio que parece una aguja arañando el cielo y mi mirada no se detiene hasta llegar al ascensor aunque Beatrice, la secretaria de mi departamento, me llama desde atrás.
Me giro y la saludo levantando la cabeza:
-Ellis, has llegado muy pronto-se detiene a mi lado, jadeando, parece que ha echado a correr para atraparme.
La miro educadamente y le sostengo una falsa sonrisa de cara a mis pensamientos:
-Y tú parece que casi llegas tarde-le ofrezco mi brazo y ella lo toma felizmente.
Beatrice es una chica de 30 años, mayor que yo, que aparenta ser una pequeña adolescente con sus faldas de flores y sus blusas. Me fijo en las zapatillas que lleva y caigo en la cuenta de que por eso creía que estaba algo cambiada:
-¿Nuevo estilismo?-le muestro una cálida sonrisa al ver que no se ha dado cuenta y en un momento su pelo pelirrojo me tapa la visión de sus ojos verdes, que miran sus zapatillas rojas.
Ella, sorprendida, sólo es capaz de comentar, mientras nos subimos al ascensor:
-¡Oh mierda!-da un pisotón en el suelo y el ascensor se tambalea.
Le agarro el brazo antes de que haga otra tontería y ella me mira interrogante, al ver mi poca educación y le digo:
-No te preocupes-aflojo la presión-Lo siento, me da miedo que te hagas daño-sonrío, aunque lo que digo es una pura mentira-Cambiemos los zapatos, creo que tenemos los mismos números y mis zapatos te van a quedar bien, porque llevan un poco de tacón-es un poco bajita, hay que admitirlo.Ella me sonríe y me aclara:
-Muchas gracias, Ellis, pero verdaderamente no voy hacerlo, ya me has ayudado muchas veces y te debo mucho, por lo que no me apetece deberte otro favor más-el ascensor se detiene y se baja-¿Vamos?Me he quedado mirándola tranquila y cálidamente, pensando que esta chica es un tanto idiota, y que no entiende verdaderamente lo que le estoy diciendo:
-Eres encantadora, Beatrice-sonrío.
Ella vuelve a corregirme con un suave codazo en el estómago:
-Ellis, te he dicho millones de veces que me llames Bea, cómo todos hacen-se da la vuelta-Ya nos veremos
Voy a continuar mi camino cuando un mensaje al móvil me detiene, lo miro y leo:
"Gran celebración del ASK BURDEL, estáis todos invitados, los clientes, a los cuales invitamos a dos rondas de la bebida que deseen, con la música del pianista, Ellis Mc' Carthey, uno de nuestros mejores clientes que vendrá para hacer entrega de sus nuevas piezas
Atte.: Elise y Alan"
Me he apoyado en la pared mientras leo el texto y una ligera risa ha llenado el espacio en el que me encuentro, para pensar:
-Gracias, Elise, Alan, se os da muy bien eso de pasar inadvertida una orden de presentación-suspiro-No me quedará otra que presentarme. Qué fastidio.Me muevo hasta mi sala de música que me ayuda a prepararme para lo vendrá esta noche. Seguro que me presentan a un futuro candidato para mi vida. Pues vete preparando, nuevo príncipe azul, que este príncipe no va ni a mirarte. Sonrío mentalmente.
}Tf
ESTÁS LEYENDO
Farolas en la nieve
RomanceCreo que toda historia debe comenzar por alguna parte, y aunque esta ya lleva mucho tiempo avanzada, quizás sea hora de contarla desde algún punto. ¿Por qué no empezamos donde la nieve entierra a las farolas y las melodías de piano llegan hasta cora...