Capítulo 2 - Si tan solo pudiera abrazarte una vez más

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- ¿Estás llorando? - fueron las primeras palabras que te dediqué en persona.

La noche anterior, después de una larga conversación por Instagram que acabó por WhatsApp, me invitaste a pasar el recreo contigo, ensayando para el concierto clásico. Sentía que el corazón se me iba a salir del pecho, ¡me acababas de invitar a conocerte en persona! Obviamente, acepté sin pensármelo dos veces. Esa mañana elegí cuidadosamente la ropa que me iba a poner, todavía la recuerdo y la conservo, ¿te acuerdas tú? Yo llevaba esos vaqueros azules oscuros que me ponía casi todos los días y el jersey color crema con rayas burdeos, la parta de arriba azul marino y coderas marrones. Tú llevabas una chaqueta de chándal gris con rayas azules y esos vaqueros de los que siempre te quejabas, porque te quedaban pequeños y parecían de tiro bajo.

- No - te reíste y me fijé en que tenías los colmillos por encima del resto de los dientes, pensé que eras adorable - O sea, sí, pero estoy bien. Es que tengo fotofobia - no tenía ni idea de que era eso - me molesta la luz y se me saltan las lágrimas - me reí por dentro, porque había pensado que le tenías miedo a las fotos.

- Ah, okay - me reí - Soy Julia, por si no es obvio - sonreí muerta de miedo.

- Alex- abriste los brazos y te abracé por primera vez. Tus brazos se sintieron como casa.

- ¿Has hablado con Liam para ver si podíamos usar el aula? No sabía que se podía estar aquí en los recreos - pregunté mientras terminábamos de recorrer el pasillo.

- Yo siempre estoy aquí tocando el piano, Liam me deja traer a veces a algunos amigos, así que no creo que tenga problemas en que ensayes conmigo. Además, también vas a tocar en el concierto, así que es la excusa perfecta - llamó a la puerta del aula y esperamos a que Liam, el profesor de música, nos abriera.

- Hola, ¿hoy no vienes solo?

- No, he traído a una amiga - dijiste mientras entrabas en el aula. Salí de detrás de ti y saludé a mi profesor.

- ¿Julia? No sabía que os conocíais - enarcó una ceja - Bueno, yo me voy a ir a desayunar, me tienen que traer unas fotocopias, así que si llaman, cogedlas, por favor - y se fue.

- Puedes acercarte, no muerdo - dijiste ya sentado en el piano. Yo estaba tan nerviosa que se me había olvidado como andar o hablar. Me acerqué al final del aula, donde estaba ese piano viejo y desafinado, dejé mi mochila, cogí una silla y me senté a tu lado. Estábamos demasiado cerca. Pusiste las manos sobre el piano y, mientras tenías tus ojos verdes puestos en mí, tocaste la primera nota: La.

- ¿Puedo escuchar la que vas a tocar en el concierto? - te pedí.

- Claro - comenzaste a tocar Comptine d'un autre ête de Yann Tiersen y, aunque cometiste muchos fallos, nunca había escuchado nada tan bonito.

- Está genial - dije sin dejar de mirarte las manos, sabía que si te miraba a la cara me iba a poner todavía más nerviosa.

- Venga ya, si he fallado mil veces. Me gusta mucho esta canción, pero hay partes que todavía se me atragantan.

- No, lo digo en serio. Está genial - te miré a los ojos - De verdad. ¿Sabes tocar alguna otra?


- Sé tocar Divenire, de Ludovico, ¿te suena? - ¿Cómo no me iba a sonar si hacía un par de semanas que la había aprendido en clase? Tocaste una versión simplificada de la canción y, aunque yo me sabía la original que era mucho más complicada, me sentí como un payaso en medio de un circo cuando llegó mi momento de tocar. Sonaba como un robot, todo a ritmo, todo a la misma intensidad. Mi profesor siempre me decía que tenía parecer que estaba tocando una persona y no una máquina.

Crónicas de un corazón rotoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora