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La temporada de su vida que Kageyama preferiría olvidar empezó en Kitagawa Daiichi, donde las expectativas pesaban sobre él como si llevara el mundo en los hombros. Había sido etiquetado como el "Rey de la cancha", pero para él, ese apodo nunca fue una corona; siempre lo sintió como una carga. Sus compañeros lo dejaron de lado. El miedo a no cumplir con las expectativas los separó de él, y la soledad comenzó a llenarlo.

Pero lo que sus compañeros y entrenadores no sabían es que el caos interno que Kageyama estaba experimentando iba mucho más allá del voleibol.

Tenía 14 años cuando empezó a notar los síntomas: un calor en su cuerpo que lo despertaba por las noches, el olor de otros alfas que se volvía abrumador. Había escuchado las historias de personas que descubrían su segundo género en la pubertad, pero para él, ese descubrimiento no fue emocionante, fue aterrador.

Kageyama era un omega.

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No le dijo a nadie. Ni siquiera a su familia. Su hogar ya estaba lo suficientemente roto. Sus padres se distanciaron emocionalmente después de la muerte de su abuelo, el hombre que lo había guiado en su amor por el voleibol. Él era el único que había entendido a Tobio, y sin él, su vida se volvió un silencio incómodo. Decirle a su familia que era un omega solo complicaría más las cosas.

Kageyama escondió su nuevo descubrimiento y se centró en el voleibol, porque era lo único que aún tenía sentido. Sin embargo, las cosas en Kitagawa Daiichi solo empeoraron. Lo llamaban tirano, decían que no sabía liderar, que no entendía a los demás. Y, en un punto, lo abandonaron completamente.

El día en que se quedó solo en la cancha, fue el mismo día en que su primera señal de celo golpeó con fuerza. El calor lo atravesó como un rayo, forzándolo a encerrarse en los vestuarios hasta que el dolor y el deseo pasaran. Nadie fue a buscarlo.

Después de esa experiencia, Tobio supo que no podía continuar en Kitagawa Daiichi. No encajaba. No con su equipo, no con su familia. Necesitaba empezar de nuevo.

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Karasuno se sintió como una oportunidad. Nadie lo conocía allí, nadie sabía de su pasado o de su segundo género, y podía concentrarse solo en jugar voleibol. Al menos, eso era lo que creía.

En su primer día de práctica, las miradas lo siguieron, aunque no del modo que había esperado. Los alfas del equipo parecían extrañamente atentos a cada uno de sus movimientos. Hinata Shoyo, el pequeño rayo de energía que lo había desafiado en su primer enfrentamiento, lo miraba con una intensidad extraña, una mezcla de competencia y algo más. Tsukishima Kei, quien normalmente se mostraba distante y sarcástico, a veces lo observaba con una expresión evaluativa, como si intentara descifrarlo. Y no podía olvidar a Tanaka y Nishinoya, que eran lo suficientemente expresivos como para que sus miradas fueran más obvias de lo que querían.

Pero fue Daichi quien lo hizo darse cuenta de que algo estaba mal. El capitán, un alfa sólido y confiable, era siempre el último en salir del gimnasio, lo cual no era nada fuera de lo común. Excepto que, cada vez que Kageyama estaba a punto de irse, sentía la presencia de Daichi un poco más cerca de lo necesario, su mirada siguiendo cada uno de sus movimientos. Las palabras nunca salían, pero el olor en el aire era inconfundible.

Kageyama se estaba volviendo el centro de atención de una forma que no había anticipado. Los alfas del equipo, sin quererlo, lo reconocían como lo que era: un omega joven y sin marcar.

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Las cosas se complicaron aún más cuando comenzaron los partidos de práctica con otros equipos. Oikawa y Iwaizumi de Aoba Johsai no tardaron en notarlo. Especialmente Oikawa, que tenía un historial complicado con Tobio desde los días en Kitagawa. El modo en que Oikawa lo miraba ahora, con una mezcla de burla y deseo, lo ponía nervioso.

“Tobio-chan, nunca hubiera adivinado que eras un omega”, comentó Oikawa en un susurro, durante una pausa entre sets. Su tono era ligero, pero la chispa en sus ojos mostraba lo que realmente pensaba. “¿Sabes cuántos alfas estarían encantados de tenerte a su lado? O quizás... debajo de ellos”. Iwaizumi, a su lado, frunció el ceño, pero no lo negó.

Los encuentros no terminaron ahí. Cuando Karasuno practicó contra Nekoma, el capitán Kuroo fue otro que pareció especialmente interesado. Kageyama podía sentir la mirada de Kuroo clavada en él durante todo el partido. Incluso después, mientras ambos equipos socializaban, Kuroo se las arregló para acercarse a él. “Eres interesante, Kageyama”, dijo con una sonrisa que no alcanzaba a ser amigable del todo. “No solo por tu forma de jugar, sino por lo que escondes”.

Kageyama estaba al borde de su límite. El calor dentro de él, que había aprendido a controlar con supresores, comenzaba a fluir con más fuerza ante la constante presencia de tantos alfas poderosos a su alrededor.

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En el fondo, solo quería jugar al voleibol. Pero no podía escapar de lo que era. Ni siquiera en Karasuno, donde pensó que podría empezar de nuevo, estaba rodeado de alfas que parecían querer algo más de él, más allá de su habilidad en la cancha.

Kageyama sabía que no podría esconderse para siempre. Tendría que enfrentarse a lo que era. Y lo peor de todo, tendría que aceptar que tal vez, solo tal vez, esos sentimientos confusos que empezaban a despertar en su interior hacia algunos de esos alfas eran reales.

Pero, por ahora, Tobio decidió que seguiría luchando. No iba a dejar que su segundo género definiera quién era en la cancha. Después de todo, él era Kageyama Tobio, el Rey de la Cancha. Y nadie, ni siquiera un ejército de alfas, lo haría caer de su trono.

El Silencio Del ReyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora