4. Fin

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El calor era insoportable. El cuerpo de Kageyama ardía, un fuego implacable que no podía extinguir. Sus intentos de huir no habían servido de nada; sabía que no podría escapar para siempre. Sentado en el suelo del baño, con la cabeza apoyada contra la fría pared, Kageyama intentaba controlar su respiración, pero las feromonas omega que su cuerpo emitía lo traicionaban. Podía sentirlas, podía olerlas, y sabía que los alfas también lo harían pronto.

Escuchó pasos. Primero uno, luego otro. Alguien se acercaba, y el pánico se apoderó de él. No podía enfrentar esto ahora. No estaba preparado.

La puerta del baño se abrió lentamente, y Hinata apareció en el umbral. El pequeño alfa lo miró con una mezcla de preocupación y confusión, como si no entendiera del todo lo que estaba pasando.

— Kageyama... —dijo, su voz casi un susurro—. ¿Qué te pasa? Te fuiste corriendo del gimnasio. Todos están preocupados.

Tobio intentó decir algo, pero su garganta estaba seca. No podía encontrar las palabras adecuadas para explicarle lo que estaba sucediendo, lo que sentía. Hinata dio un paso adelante, su instinto alfa claramente preocupado. Pero cuanto más cerca estaba, más intenso era el calor que Kageyama sentía.

— Aléjate —murmuró Kageyama, con la voz temblorosa. Sus manos temblaban mientras trataba de apartar a Hinata—. No te acerques, Hinata.

Pero el alfa no lo entendía, o quizás no quería entender. En su mente, solo estaba el deseo de ayudar a su compañero de equipo, su rival, su amigo. Se arrodilló frente a él, sus ojos fijos en los de Tobio, ignorando por completo las señales que su propio cuerpo le enviaba.

— No voy a dejarte solo. Si te pasa algo, quiero ayudarte —insistió Hinata.

Kageyama cerró los ojos, sintiendo el pulso acelerado de su corazón. El calor lo consumía por dentro, y la presencia de Hinata no hacía más que intensificarlo. Las feromonas de ambos se mezclaban en el aire, y Tobio sabía que, si Hinata no se alejaba pronto, todo cambiaría entre ellos. Ya no serían solo rivales en la cancha, ya no serían simplemente compañeros.

Pero antes de que pudiera decir algo más, la puerta del baño se abrió nuevamente. Daichi y Tsukishima entraron, y ambos alfas se quedaron quietos por un momento, observando la escena. La tensión en el aire era palpable. Kageyama podía sentir cómo los instintos alfa de ambos reaccionaban a su presencia, al omega vulnerable que había frente a ellos.

— Kageyama... —dijo Daichi, con un tono más suave que de costumbre. Él también lo había notado. Su capitán había sido el primero en darse cuenta de que algo andaba mal, y ahora entendía por completo lo que estaba sucediendo.

Tsukishima, por su parte, simplemente se apoyó contra la pared, con los brazos cruzados y una mirada calculadora en su rostro. No dijo nada, pero Kageyama podía sentir su interés. Era como si estuviera esperando que alguien más diera el primer paso.

— ¿Qué piensan hacer? —preguntó Tsukishima, rompiendo el silencio con su usual tono sarcástico—. ¿Van a pelear por él aquí mismo o qué?

Hinata lo fulminó con la mirada, pero no dijo nada. Parecía estar debatiendo internamente qué hacer. Sabía que Kageyama estaba sufriendo, pero también sabía que sus instintos alfa estaban empezando a actuar por su cuenta.

Daichi dio un paso adelante, interponiéndose entre Hinata y Kageyama. Aunque no era un alfa dominante por naturaleza, en ese momento, la postura de Daichi dejaba en claro que estaba tomando el control de la situación.

— Hinata, Tsukishima, váyanse. Esto no es algo que se pueda resolver aquí. Necesitamos darle espacio a Kageyama para que pueda controlarse —ordenó Daichi, usando su autoridad como capitán.

Hinata dudó por un momento, pero finalmente, asintió y se levantó. A regañadientes, se dirigió a la puerta, lanzando una última mirada preocupada a Kageyama antes de salir. Tsukishima lo siguió, pero no sin antes lanzar una mirada sarcástica a Daichi.

— Buena suerte con eso, capitán —murmuró antes de desaparecer por la puerta.

Ahora solo quedaban Kageyama y Daichi en la habitación. Tobio intentó levantarse, pero su cuerpo no le respondía. El calor seguía intensificándose, y sentía que en cualquier momento perdería por completo el control.

— No tienes que hacer esto solo, Kageyama —dijo Daichi, arrodillándose junto a él—. Puedo ayudarte.

Kageyama lo miró, sus ojos llenos de desesperación. Sabía lo que Daichi ofrecía. Sabía que podía confiar en él. Pero también sabía lo que significaría aceptar esa ayuda. Daichi lo marcaría. Ya no sería solo su capitán; sería su alfa.

— No... no quiero que todo cambie —murmuró Kageyama, sus manos temblando—. Solo quiero seguir jugando voleibol.

Daichi lo observó en silencio por un momento, y luego, con una suave sonrisa, extendió su mano y tomó la de Kageyama.

— El voleibol no tiene por qué cambiar. Pero esto... esto es algo que tienes que enfrentar, y no tienes que hacerlo solo. Confía en mí, Tobio. No voy a hacer nada que no quieras.

Kageyama sintió un nudo en su garganta. Durante tanto tiempo, había temido el día en que sería marcado, el día en que ya no tendría control sobre su propio destino. Pero al mirar a Daichi, supo que no estaba obligado a perder su libertad. Daichi no era el tipo de alfa que lo reclamaría solo por satisfacer sus instintos. Le daba la opción.

Con un suspiro tembloroso, Kageyama asintió lentamente. Sabía que no podría soportar más el dolor y el calor que lo consumía, y si había alguien en quien podía confiar, era en Daichi.

— Está bien... —susurró—. Solo... ayúdame.

Daichi asintió, y con suavidad, lo ayudó a levantarse. Tobio sintió cómo su cuerpo temblaba al contacto, pero esta vez no era de miedo, sino de alivio. Juntos, se dirigieron hacia un lugar más privado, donde Daichi le ayudaría a calmar el calor y, finalmente, enfrentaría lo que tanto había temido.

No sería fácil, y nada volvería a ser lo mismo. Pero Kageyama sabía que con Daichi a su lado, podría seguir siendo el rey de la cancha. No estaba solo. Y, por primera vez, aceptaba que no tenía que estarlo.

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Fin.

El Silencio Del ReyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora