Capítulo 4: El Tren del Amanecer

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Lisa y Archimicarus siguieron a Roland por las callejuelas oscuras de La Ciudad, rumbo a la estación de tren. Las calles aún estaban adormecidas, envueltas en el frío del amanecer, y una niebla ligera flotaba sobre los adoquines, apagando los sonidos de los primeros transeúntes. A lo lejos, el eco del silbido de un tren rompió la quietud, enviando un escalofrío de anticipación por la columna de Lisa.

Al llegar a la estación, la recibió un bullicio caótico. El aire olía a carbón y vapor, mientras personas de todo tipo se apresuraban de un lado a otro, cargando baúles y maletas. Roland los guió con paso decidido hacia una parte más tranquila de la estación, donde les esperaba una figura inesperada.

—¡Ah, ahí está! —dijo Roland con una sonrisa, alzando una mano en un gesto de saludo.

Lisa entrecerró los ojos, tratando de distinguir a quién se refería. Al acercarse, se sorprendió al ver un orangután de pelaje anaranjado y ojos oscuros, vestido con un uniforme similar al de Roland, completo con una chaqueta a rayas y un pequeño gorro que encajaba torpemente en su cabeza. El orangután sostenía dos billetes de tren en una mano y, al ver a Roland, se inclinó en una especie de reverencia cómica.

—Lisa, Archimicarus, les presento a mi estimado compañero, Bower —anunció Roland con tono orgulloso—. Es un orangután de gran talento y, por supuesto, mi leal familiar.

—Es un placer conocerles, jóvenes amigos —dijo Bower con una voz grave pero amigable, extendiendo sus largos brazos para entregarles los billetes.

Archimicarus inclinó la cabeza con cierta dignidad.

—Lo mismo digo —respondió el halcón, aunque su mirada desconfiada denotaba que aún estaba calibrando la naturaleza del nuevo compañero.

Lisa aceptó los billetes con sorpresa y una pizca de admiración.

—¿Cómo es que... tú puedes alejarte tanto de Roland? —preguntó, observando al orangután—. He leído que los familiares no pueden estar muy lejos de sus humanos.

Bower rió, un sonido gutural y contagioso.

—Ah, esa es una buena pregunta, joven dama. —Se irguió un poco más y alzó una mano hacia Roland—. Es porque mi amo es un mago de gran poder. Su vínculo espiritual es tan fuerte que puedo sentirlo, aunque estemos a kilómetros de distancia.

Roland asintió, con una sonrisa modesta en su rostro.

—Una habilidad muy útil, ¿no crees? —comentó mientras retorcía su bigote—. Me da bastante autonomía para enviar a Bower a cumplir algunas de las misiones que la Academia me encomienda... como ayudar a una joven dama en apuros.

Lisa sonrió, sintiendo un calor reconfortante en su pecho. Había algo tranquilizador en Roland y su familiar; eran una presencia sólida en medio de la tormenta de incertidumbre que la rodeaba.

—¿Y podrían... podrían ayudarme a encontrar a mi padre? —preguntó, su voz apenas un susurro.

Roland se agachó ligeramente, colocándose a la altura de sus ojos, y la miró con una seriedad que contrastaba con su habitual sonrisa juguetona.

—Por supuesto, joven dama. —Le guiñó un ojo—. Una vez que estés a salvo en la Academia, encontrar a tu padre será nuestra misión personal. No descansaremos hasta que lo hayamos logrado.

Lisa sintió cómo una oleada de alivio la envolvía. Por primera vez desde el secuestro, sintió que estaba en buena compañía, y una chispa de esperanza se encendió en su interior.

—Gracias —murmuró, sin saber cómo expresar su gratitud.

Roland se enderezó y extendió una mano hacia la vía del tren.

La Saga Del Espíritu MetamórficoWhere stories live. Discover now