Capítulo 6: La Llegada a la Academia

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El tren se detuvo con un traqueteo suave, y Roland, Bower, Lisa y Archimicarus bajaron a la estación de la Academia. La plataforma estaba llena de actividad: aprendices y magos mayores se apresuraban, cargando baúles y materiales mágicos. Lisa miró a su alrededor, sus ojos ampliándose al contemplar el bullicio y la variedad de personas que se movían a su alrededor.

Alrededor del castillo se extendía una pequeña ciudad, con tiendas, tabernas y mercados para abastecer a los magos que residían allí. Las callejuelas estaban iluminadas por faroles que brillaban con una luz mágica, y desde algunos escaparates se asomaban objetos encantados que emitían destellos de colores vibrantes. Lisa sintió un deseo inmediato de explorar cada rincón de aquel lugar, pero Roland interrumpió sus pensamientos.

—No hay tiempo para curiosear, joven dama —dijo Roland con una sonrisa mientras se colocaba el sombrero—. El castillo cierra sus puertas al anochecer por seguridad, y debemos llegar antes de que lo haga. Además, debes prepararte para la cena de inicio de curso.

Lisa asintió y, con algo de resignación, siguió a Roland y a Bower por el camino empedrado que conducía al castillo. A medida que avanzaban, el edificio se alzaba sobre ellos, imponente y majestuoso. Era aún más impresionante visto de cerca: sus altas torres se erguían hacia el cielo, y sus muros oscuros parecían absorber la luz del atardecer, dándole una presencia poderosa y misteriosa.

Al llegar a la entrada principal, un vigilante de rostro severo y barbudo les salió al encuentro. A su lado, una lechuza de enormes ojos los observaba desde lo alto de un perchero, girando su cabeza con lentitud para no perder detalle de nada.

—¡Buenas noches, Terrin! —saludó Roland con familiaridad, haciendo un gesto con la mano—. Traigo a una nueva alumna.

El vigilante asintió con una ligera inclinación de cabeza, y la lechuza emitió un leve ulular, como si aceptara la llegada de Lisa.

—Adelante, entonces —dijo Terrin, y un pesado portón de madera se abrió lentamente, revelando la oscuridad del vestíbulo principal del castillo.

Lisa respiró hondo mientras cruzaban la entrada. El aire allí dentro era más frío y cargado de una energía que le erizaba la piel. Roland la guió por pasillos laberínticos, iluminados por antorchas que parpadeaban con una luz azulada, hasta que finalmente se detuvieron ante una puerta de madera en la segunda planta.

—Este será tu cuarto durante el primer año —dijo Roland, entregándole una llave de metal oscuro—. Recuerda cerrar siempre al anochecer y cuando salgas de la habitación. Todos los habitantes del castillo son magos como tú, pero puede haber alumnos bastante pesados en lo que a bromas se refiere. Más vale prevenir que lamentar, ¿no crees?

Lisa asintió, tomando la llave. La advertencia de Roland le parecía un poco extraña, pero la aceptó sin preguntar más. Giró la llave en la cerradura y empujó la puerta, revelando el interior de su nuevo hogar.

La habitación era más grande que su cuarto en casa, aunque no tan lujosa como los vagones de primera clase del tren. Tenía un aire académico, con paredes revestidas de madera oscura y un suelo de piedra pulida. Un escritorio amplio se encontraba junto a la ventana, con una estantería sobre él donde descansaban algunos libros. Lisa se acercó y reconoció un par de títulos: tratados de magia básica que había visto antes en el estudio de su padre. Sin embargo, estos libros estaban nuevos, relucientes, mientras que los de su casa tenían las esquinas gastadas por el uso constante.

Bower, que había estado cargando un paquete desde que bajaron del tren, se adelantó y lo dejó sobre la cama.

—Es la túnica que debes llevar durante el primer año —explicó con una sonrisa amplia—. ¡Pruébatela! Tienes un aseo en esa puerta.

Lisa se giró hacia la pequeña puerta que señalaba Bower. Su sorpresa creció al descubrir que tenía su propio baño personal. Era sencillo, pero para ella se sentía casi como si tuviera una pequeña casa para sí sola. Tomó el paquete y entró en el baño, abriendo la envoltura con dedos temblorosos.

Dentro encontró la túnica, hecha de una suave seda que fluía como agua entre sus manos. Era de un color crepuscular, una mezcla de rosas, naranjas y violetas que le recordaban al cielo del atardecer. Se la probó frente al espejo, ajustándola con cuidado. El tejido caía suavemente sobre sus hombros y se ceñía a su cintura, dándole un aspecto elegante. Lisa observó su reflejo, sorprendida de lo bien que la prenda se complementaba con su cabello rubio.

—Te queda espléndida, pequeña —comentó Archimicarus desde la puerta del baño, inflando ligeramente su pecho.

Lisa sonrió, sintiéndose más confiada.

—Gracias, Archie.

—Oh, pero no solo él lo cree —dijo Roland con un tono galante mientras aparecía en el umbral de la habitación—. Estás preciosa, joven dama. Pareces una auténtica maga.

Lisa sonrió, ruborizándose ligeramente. La forma en que Roland lo decía, con esa naturalidad caballeresca, le daba una pizca de seguridad en sí misma que tanto necesitaba.

—¡Y no olvidemos un saludo digno de tu elegante apariencia! —exclamó Bower, realizando una cómica reverencia mientras se acomodaba su pequeño gorro, arrancándole una risa a Lisa.

—Ahora bien —continuó Roland, enderezándose—. Debo atender otros asuntos, pero te daré instrucciones para llegar al comedor principal. El banquete de inicio de curso está por comenzar y no querrás perdértelo. Sigue el pasillo a la derecha, baja las escaleras principales y encontrarás un salón con enormes puertas dobles. Allí se reúne todo el alumnado.

Lisa asintió, aunque se sintió un poco apenada de separarse tan pronto de sus compañeros de viaje. Roland parecía leerle el pensamiento, y le dedicó una mirada comprensiva.

—No te preocupes, joven dama. Este es solo el comienzo. Nos volveremos a encontrar pronto —dijo con una sonrisa, inclinando ligeramente su sombrero.

Bower la saludó con un gesto exagerado, mientras Archimicarus se acomodaba en su hombro, lanzando una última mirada de aprobación a la túnica.

—Buena suerte —dijo el orangután—. Disfruta del banquete y recuerda: eres una Plinkman, y eso significa que estás destinada a grandes cosas.

Lisa respiró hondo, asimilando sus palabras. Se despidió con un gesto, cerró la puerta de la habitación y se dirigió al pasillo, con su túnica ondeando ligeramente tras de sí. Emocionada por la cena y por conocer a sus futuros compañeros, Lisa se sintió un paso más cerca de comprender su lugar en el mundo de la magia.

La Saga Del Espíritu MetamórficoWhere stories live. Discover now