Capítulo 3: Extraños en la Noche

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Lisa masticaba con desgana un muslo de pollo frío, sus ojos clavados en la mesa de madera astillada frente a ella. A su lado, un plato de puré de patatas grisáceo esperaba a que alguien lo considerara comestible. "Esto podría usarse para levantar una pared que defendería La Ciudad de los monstruos de los Páramos Mágicos", pensó con un destello de humor irónico mientras intentaba tragar la siguiente mordida.

—¿Quieres un poco, Archie? —preguntó, sosteniendo el muslo de pollo frente al halcón que se encontraba posado sobre una silla a su lado.

Archimicarus infló el pecho y giró la cabeza con desprecio teatral.

—¡Jamás! —exclamó, agitando las alas—. Un halcón de mi linaje no se rebajaría a comer algo tan... burdo.

Lisa rodó los ojos, aunque no pudo evitar que una leve sonrisa se asomara a sus labios. Sabía que Archimicarus solo estaba fingiendo su repugnancia. En realidad, se preocupaba por ella y quería que comiera todo el pollo, consciente de que necesitaría las fuerzas. Pero la comida tenía el sabor de la soledad y la incertidumbre, y a Lisa se le hacía un nudo en el estómago cada vez que intentaba masticar.

La noche se había instalado sobre La Ciudad, cubriendo las calles con una capa de penumbra y el silencio roto solo por el lejano eco de las fábricas. La comisaría estaba inquietantemente tranquila; los murmullos de los agentes se escuchaban lejanos, como si provinieran de un mundo aparte.

De repente, el sonido de pasos firmes resonó en el pasillo. La puerta de la pequeña oficina donde se encontraba Lisa se abrió, revelando a una mujer alta, de rostro severo y ojos oscuros. Una cicatriz cruzaba su labio superior, dejándole un rastro de labio leporino que no hacía nada para suavizar su expresión.

—Soy Amelia —dijo la mujer, su voz cortante como un cuchillo—. Una vieja amiga de la familia Plinkman. Vengo a llevarme a Lisa.

Lisa sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Observó a Amelia con desconfianza. "¿Amiga de la familia?", pensó. No la había visto en su vida. La mujer tenía algo extraño, una frialdad en sus ojos que le helaba la sangre.

El agente William, que había entrado detrás de ella, entrecerró los ojos, claramente desconfiado.

—¿Amiga de la familia, dice? —preguntó William, cruzándose de brazos—. Es curioso, porque nadie nos ha mencionado su nombre. ¿Cómo sabía que Lisa estaba aquí?

Amelia levantó una ceja, esbozando una sonrisa que no alcanzó a sus ojos.

—Mis contactos son variados, agente. Eso no viene al caso. Lo importante es la seguridad de la niña, y yo soy la persona indicada para cuidar de ella.

Lisa dio un paso atrás, sintiendo que el aire se volvía denso. No quería irse con esa mujer. Todo en Amelia le gritaba peligro, aunque no sabía exactamente por qué.

—No voy a ir contigo —dijo con firmeza, apretando los puños a su lado.

—Me temo que eso no es decisión tuya —respondió Amelia, su voz gélida—. No puedes quedarte aquí para siempre.

William frunció el ceño y se preparó para responder, cuando otro sonido interrumpió la tensa atmósfera. Pasos firmes, más relajados que los de Amelia, se acercaron por el pasillo. La puerta se abrió una vez más y apareció un hombre alto y bien vestido, con un llamativo bigote pelirrojo que se alzaba en espirales gracias a la cera. Su porte era elegante, y una sonrisa amigable se dibujaba en su rostro mientras saludaba con una pequeña reverencia.

—¡Ah, mis disculpas por la interrupción! —dijo el hombre con una voz profunda y agradable—. Mi nombre es Roland, vengo en representación de la Academia.

La mirada de Amelia se endureció al ver al recién llegado, pero Roland la ignoró, dirigiendo su atención hacia Lisa y William.

—Traigo algo muy importante para la señorita Lisa Plinkman —anunció, sacando de su chaqueta un pergamino enrollado con el sello dorado de la Academia.

William, desconcertado, tomó el pergamino y lo desenrolló, sus ojos recorriendo las palabras escritas en él. Lisa se inclinó hacia adelante, tratando de ver, y notó su nombre escrito en grandes letras.

—Es un certificado firmado por el profesor Plinkman en persona —explicó Roland, su tono calmado pero con un aire de satisfacción—. Tras las pruebas médicas que se le realizaron, Lisa ha sido admitida en la Academia. Lo que significa que, por derecho, está bajo nuestra protección.

Lisa sintió un pequeño chispazo de esperanza en su interior. La Academia, el centro de magia más importante de los Reinos Humanos... ¿Ella era una maga?

Amelia, sin embargo, no parecía impresionada. Avanzó un paso hacia Roland, su mirada dura como el acero.

—Eso no es relevante —replicó con voz áspera—. La seguridad de la niña recae sobre mí. Su padre...

—¡Ah, sí, su padre! —interrumpió Roland, girando su bigote con elegancia—. Por eso mismo, él la inscribió en la Academia. No puedo pensar en un lugar más seguro que entre nuestros muros. —Miró a Lisa y le guiñó un ojo—. Deberíamos dejar que la joven dama decida, ¿no les parece? Al fin y al cabo, al haber sido admitida en la Academia, eso la convierte prácticamente en parte de la nobleza.

William observó a Lisa con una mezcla de curiosidad y preocupación, mientras Amelia lanzaba una mirada furiosa a Roland. Lisa, por su parte, sintió que su corazón se aceleraba. La Academia sonaba como una oportunidad, una posibilidad de escapar de esta pesadilla y tal vez incluso encontrar una manera de ayudar a su padre. Además, Roland le caía bien. Tenía un aire de caballero galante que le daba una pizca de confianza, y era mucho mejor que la frialdad sospechosa de Amelia.

—Voy a ir con Roland —dijo finalmente, alzando la voz con más firmeza de la que sentía.

—Estás cometiendo un error, niña —siseó Amelia, pero no se movió. Sus ojos brillaban de ira contenida.

Roland sonrió ampliamente, como si la decisión de Lisa le hubiera hecho ganar una apuesta secreta.

—¡Excelente elección! —exclamó, retorciendo su bigote con satisfacción—. Y qué suerte, porque ya he comprado dos billetes para el tren. ¡Viajaremos hacia la Academia al amanecer!

Lisa sintió que un peso se levantaba de sus hombros. La mirada de Roland, cálida y amable, le dio un rayo de esperanza en la oscuridad. William asintió, claramente aliviado por no tener que entregar a Lisa a la extraña mujer.

—Cuídala, Roland —dijo el agente con seriedad—. La vida de su padre depende de encontrar alguna pista, y la niña puede ser la clave.

—No se preocupe, buen agente —replicó Roland, inclinando la cabeza—. La Academia la cuidará. —Luego se giró hacia Lisa—. Prepárate, joven dama. Mañana, una nueva etapa en tu vida comienza.

Mientras salían de la comisaría, Lisa miró una última vez a Amelia, quien se quedó de pie en la habitación, con la mirada oscura y amenazante. Archimicarus se posó en su hombro, apretando suavemente con sus garras.

—Buena elección, pequeña —murmuró el halcón—. Ese hombre al menos tiene una forma muy elegante de retorcer su bigote.

Lisa esbozó una sonrisa por primera vez en todo el día. El miedo seguía allí, pero ahora también había una chispa de determinación. Mañana viajaría a la Academia, y con suerte, comenzaría a desentrañar los secretos que rodeaban el secuestro de su padre.

La Saga Del Espíritu MetamórficoWhere stories live. Discover now