3. Vainilla

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Max salió del café, no había desayunado nada, pero no lo recordaba, esas mariposas que había sentido antes de salir de su departamento regresaron de nuevo y esa sonrisa boba no se borraba, era como un adolescente de nuevo, miró la calle por ambos lados para ver si de casualidad todavía lograba verlo, pero ya se había marchado.

Todavía tenia en su mano la tarjeta que le había dado Sergio, era una tarjeta sencilla, estaba escrito su nombre, su teléfono, un correo electrónico y el logo del restaurante, no podía dejar de leer el nombre “Chef Sergio Pérez”, no sabía porque, pero le gustaba mucho leer su nombre y titulo mientras pasaba su pulgar por el relieve que hacían las letras.

Se escuchaba tan importante, es decir, lo era, y no era la primera vez que conocía a un Chef, conocía a cientos de hecho… "Dios, que esta pasando”, toda su cabeza era una maraña de pensamientos que solo lograban sonrojarlo y hacerlo sonreír, a cualquiera que lo viera por la calle le resultaría cómico la cantidad de expresiones faciales que hizo tan solo leyendo esa sencilla tarjeta.

Respiro hondo y decidió regresar a su departamento, estaba parado en frente del café para pedir un taxi, cuando su estómago comenzó a gruñir, tenía hambre, lo había olvidado, reingreso al café, pediría eso que Sergio le había recomendado, tan solo esperaba que no fuera tan picoso.
 
 

Sergio dejó a Noel en su escuela, no sin antes responder mil preguntas, o al menos intentado responder lo que su niño le preguntaba sobre Max, en realidad no sabía nada, era un crítico de restaurantes, conocido por no tener piedad alguna en sus re...

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Sergio dejó a Noel en su escuela, no sin antes responder mil preguntas, o al menos intentado responder lo que su niño le preguntaba sobre Max, en realidad no sabía nada, era un crítico de restaurantes, conocido por no tener piedad alguna en sus reseñas, le robó una caja de fruta… pero no sabía cómo explicarle lo que no se podía explicar ni a sí mismo, “¿por qué demonios sus ojos azules brillaban tanto? ¿porque no podía dejar de ver ese lunar en su labio?, ¿¡por qué demonios estaba viendo sus labios!?”  sacudió la cabeza tratando de eliminar todos esos pensamientos y sensaciones raras, puso el radio con musca a alto volumen y se enfocó en el camino.
 
Llegó a su restaurante, como era de costumbre todos ya estaban ocupados en sus tareas. El invierno ya había llegado así que tenían la ardua tarea de preparar el menú para esta nueva temporada, se negaba a usar cualquier ingrediente que no fuera de temporada, pero el invierno también era su época favorita, Max salió de su cabeza cuando está se llenó de platillos y recetas.
 

Entró a su oficina listo para comenzar a planificar, encendió la luz y lo primero que vio fue la pequeña nota que Max le había dado la noche anterior, la volvió a leer y ahora eran sus ojos los que brillaban y su boca la que sonreía.
 

“¡Felicidades! No hay manera de describir las sensaciones que me invaden esta noche, tus platillos son un triunfo, cada durazno se sintió como un beso dulce de un ser amado, gracias por compartirlos conmigo.

Puedes estar orgulloso del increíble trabajo que tú y tú personal han realizado, ya quiero regresar de nuevo, todavía sigo aquí y ya extraño los sabores que has creado, esas sensaciones que has logrado nazcan en mí.

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