Capítulo 1.

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Los pasos apresurados de Harry resonaban por toda la cafetería. Su cabello rizado estaba recogido en una coleta alta, adornada con un lazo que se sacudía suavemente con cada movimiento. Algunos mechones rebeldes caían sobre su frente, pero no tenía tiempo para preocuparse por eso. La cafetería estaba llena por primera vez en meses, y aunque se sentía feliz por el éxito, también estaba abrumado por la cantidad de trabajo. No paraba de ir de un lado a otro, sirviendo cafés, postres y tomando pedidos. Muchas personas, muchas voces llamándolo, resultaba asfixiante.

Los pies le dolían; sabía que debía dejar de usar zapatos de plataforma en el trabajo, pero le gustaban demasiado y no quería dejar de hacerlo.

Respiró hondo, tratando de absorber la felicidad que flotaba en el aire para mantenerse relajado. Era encantador ver cómo, en cada mesa, las parejas se sentían libres de amarse y las personas podían ser elles mismes. Mientras regresaba a la cocina para preparar más cafés, escuchó la campanita de la puerta anunciando la llegada de alguien a su establecimiento. Con su mejor sonrisa, se giró para atender al nuevo cliente, pero al ver de quién se trataba, su expresión cambió.

"... Carajo… otra vez él."

Sacudió ligeramente la cabeza, como si intentara apartar los pensamientos que empezaban a formarse. Suspiró, intentando relajarse.

El chico de los ojos azules, el que siempre llevaba una mochila al hombro, se había sentado en la misma mesa de siempre. La única sin mantel, apartada del resto. Esa mesa había terminado asignada para él porque, durante las primeras tres semanas que empezó a frecuentar la cafetería, el muchacho se encargaba de quitar los manteles—que, claro, eran banderas del orgullo—. Entonces, para evitar que el ojiazul hiciera eso, temprano por la mañana Harry quitaba el mantel de una mesa, la alejaba del resto, doblaba el mantel y lo guardaba. Cuando el muchacho se iba, lo ponía de vuelta.

Harry respiró hondo de nuevo, más profundamente esta vez, y se obligó a recuperar la sonrisa.
Si había vuelto, tal vez significaba que había cambiado de opinión, ¿no? Todo cambia, siempre. Con una actitud renovada y algo de esperanza en los ojos, se acercó a él.

¡Sonrisas y pensamientos felices, vamos!

—¡Bienvenido de nuevo!—saludó Harry con entusiasmo, su amplia sonrisa resaltada por los hoyuelos en sus mejillas—. ¿Qué vas a ordenar hoy?

El chico levantó la mirada, clavando sus ojos azules en los de Harry. El silencio que siguió se sintió incómodo, demasiado largo. Harry comenzó a ponerse nervioso y desvió la mirada, sintiendo que su confianza se tambaleaba.

"Todo cambia, excepto una mente cerrada". Se recordó a si mismo.

—Dos pasos—dijo el chico, en un tono serio, casi molesto.

—¿Qué…?

—Dos pasos—repitió, esta vez más despacio, pero más fuerte, como si hablara con un niño que no entiende.

Harry estuvo a punto de preguntar a qué se refería, pero de pronto su rostro se iluminó al finalmente recordar y comprender.

Dio dos pasos hacia atrás.

El chico siempre le pedía que mantuviera cierta distancia, lo cual hacía que Harry se sintiera como si tuviera una enfermedad contagiosa. Seguramente pensaba que la homosexualidad era algo que podía "pegarse", o algo por el estilo. Era gracioso—y jodidamente molesto y deprimente—pensar que había gente que genuinamente creía en eso.

—¿Qué te traigo?—preguntó de nuevo Harry, manteniendo su tono amable y su enorme sonrisa. Casi como si no hubiera pasado nada.

El chico observó el menú sin prisa, disfrutando hacerle esperar. Finalmente, lo dejó a un lado y habló sin levantar la vista:

Gay Cafe [Larry Stylinson]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora