Capitulo II |Cartas|

25 4 32
                                    

"Un grito desgarrador retumbó en las paredes del palacio de Aldemere

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

"Un grito desgarrador retumbó en las paredes del palacio de Aldemere. Su cuerpo, sacudido por el horror, cayó de rodillas ante la cuna... Las sábanas, que alguna vez fueron tan blancas y puras como el primer aliento de su pequeña, ahora estaban empapadas en un rojo profundo.

Con desesperación, sus manos se aferraron al borde de la cuna, como si al sostenerse lograra evitar que su mundo se hiciera añicos. En aquella habitación solo podía escuchar el sonido húmedo y ahogado de las respiraciones fallidas. Los mechones oscuros de Esther, quien luchaba por su vida, se enredaban en los dedos de su madre que se aferraba a su frágil cuerpo.

El nombre de Eleonora retumbaba en la mente de Khione. A la muerte del Emperador Kian, ante la amenaza de aquellos que querían tomar el trono, Khione huyó junto con Hael de Myrindor. Abandonaron todo, él renunció a su puesto, pero, aun así, la princesa desterrada de Aldemare había encontrado la manera de arrebatarle lo que le quedaba.

    —No, mi pequeña, no —se repetía una y otra vez, como si esas palabras frenaran lo inevitable.

Desde la puerta, Hael miraba la escena sintiendo como algo se rompía en sus adentros, paralizado, su mente rechazaba la cruel realidad ante él, sentía su corazón latir con ira y desesperación, incapaz de acercarse a consolar a la mujer que amaba y que ahora lloraba inconsolable. El viento de la noche que helaba sus huesos se colaba por el balcón abierto, por donde el perpetrador había escapado. «No cesarán en su persecución, no hasta verme muerto», ese pensamiento fugaz lo sacó de su trance.

    —No... —Suplicó con la voz quebrada, roto. El ruego se desvaneció en el aire, sentía que no tenía derecho a pronunciarlo. Vacilante se aproximó, arrodillándose junto a ella. Se debatía entre consolar a su amada y actuar antes de que el último latido se extinguiera. Su mirada, nublada por las lágrimas aún no derramadas, se posó en el rostro de su bebé.

    —Entrégamela —Como si de un frágil cristal se tratara, deslizó sus manos bajo el cuerpo, aún cálido por el calor de su madre quien lo miraba con los ojos anegados de lágrimas, incapaz de soltarla, pero luchando contra su dolor, permitió que Hael la apartara.

Se levantó llevando a su hija en brazos hacia el balcón, donde la brisa acariciaba sus rostros y se derramaba sobre ellos la pálida luz de luna. En ese momento, el príncipe, que era tan alegre como el sol con el alma desgarrada imploraba que las leyendas fueran ciertas.

La acercó a su pecho con ternura «hace solo dos días llegaste a este mundo, un mundo lleno de crueldad mi estrellita», acerco a ella el pequeño colgante que Ariadna, la reina de Aldemere, le había entregado; de este extrajo un polvo oscuro similar a la sangre que manchaba sus manos, el cual dejó caer dentro de la diminuta boca de su princesa. «Te ruego, luna, que, así como recibiste a Esther cuando -nació, no la apartes de mi lado». «Que las gemas de Latimore, extraídas del dolor, cobren su precio y la traigan de vuelta.» Una oración silenciosa y desesperada llenaba sus pensamientos.

|Sonata de secretos|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora