ᴄᴀᴘɪ́ᴛᴜʟᴏ ᴄᴜᴀᴛʀᴏ: "ɢᴏʟᴘᴇꜱ ʏ ꜱᴇᴄʀᴇᴛᴏꜱ"

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Habían pasado varios días desde que llegamos a la Academia de Drakkar, y cada uno de ellos parecía arrastrarme al límite. El entrenamiento no era solo físico; era mental, estratégico, y más agotador de lo que jamás había imaginado. Los instructores no perdonaban un solo error, y aunque aún nadie había visto un dragón, sabíamos que todo lo que hacíamos era un paso más cerca de ese momento.

Los días comenzaban antes del amanecer, con sesiones de combate cuerpo a cuerpo. A veces era con espadas; otras, con arcos y flechas o lanzando cuchillos a blancos móviles. El instructor insistía en que el manejo de armas no era una habilidad opcional: cada uno de nosotros debía ser letal con cualquier herramienta que tuviéramos en nuestras manos. Pero no era solo cuestión de armas; teníamos clases de herbolaria y primeros auxilios.

-No puedes depender de nadie en el campo de batalla, -nos decía la instructora Ayara mientras nos mostraba cómo identificar plantas curativas-. Ni siquiera de ti mismo, si no sabes qué hacer con una herida.

Esas primeras semanas pasaron como un torbellino, donde el cansancio era constante y las lecciones, implacables. Todos estábamos empujados hasta nuestros límites, tanto física como mentalmente. Y justo cuando creía que no podía ser peor, fue entonces cuando lo vi por primera vez.

Lo había notado antes, claro, de lejos. Es difícil ignorar a alguien como él. La cicatriz que recorría su cuello desde la oreja hasta la clavícula era motivo suficiente para despertar el interés de cualquiera. Pero no fue hasta que los de segundo año fueron enviados a "entrenar" con nosotros, los recién llegados, que entendí por qué su presencia generaba tanto murmullo entre los cadetes.

Nos habían advertido que ese sería un día especial.

-Es hora de poner a prueba su verdadero temple -había dicho el instructor, con una sonrisa oscura-. Hoy, los de segundo año se unirán a ustedes. No esperen compasión, no estamos aquí para criar rebeldes sin sentido común; estamos aquí para crear guerreros y jinetes.

Mi mirada fue inevitablemente atraída por ese chico mientras esperaba instrucciones. Los ojos verdes de ese chico se clavaron en mí en cuanto nuestras líneas se formaron según los instructores nos nombraban. Sentí una sacudida recorrerme, una conexión extraña que no podía explicar. No podía apartar la mirada. Había algo en él que me hacía sentir incómoda, pero también curiosa. Él, por su parte, no hizo ningún esfuerzo por disimular el interés que yo le provocaba. Es como si supiera algo que los demás no. Como si pudiera ver más allá del disfraz que llevo. Es molesto... y, al mismo tiempo, inquietante.

Los combates comenzaron casi de inmediato. No había tiempo para perderse en pensamientos cuando los gritos de los cadetes y el choque de cuerpos resonaban en la arena. Me lancé hacia mi primer oponente, un cadete corpulento que intentó derribarme con un golpe directo. Lo esquivé fácilmente, aprovechando mi velocidad. Cada golpe, cada bloqueo, todo parecía funcionar con fluidez. Pero mientras luchaba, no pude evitar buscarlo con la mirada. Ese chico.

Había sido una semana agotadora. Entre las clases de estrategia, donde memorizábamos mapas de antiguas batallas y discutíamos tácticas que parecían imposibles de ejecutar, y los entrenamientos con espadas y arcos, apenas había tenido tiempo para respirar. Pero nada, absolutamente nada, nos había preparado para lo que nos esperaba con los de segundo año. Las peleas eran brutales, no nos enfrentábamos sólo a un oponente, sino a varios de forma consecutiva, una pelea tras otra sin un minuto de descanso. Supongo que querían poner a prueba la resistencia que habíamos ido generando desde el inicio.

Sabía que el combate contra él sería la perfecta tentación para mantener mi autocontrol y paciencia al límite en el instante en que lo escuché murmurar algo a uno de sus compañeros mientras me observaba desde la distancia. ¿Cómo podía hacerlo con tanto descaro en medio de un combate? Y para empeorar las cosas, lo vi acercarse. Mi cuerpo se tensó al instante.

𝑬𝒍 𝑭𝒖𝒆𝒈𝒐 𝒅𝒆𝒍 𝑳𝒆𝒈𝒂𝒅𝒐 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora