escape

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—Bien, así será entonces —Theo cortó el teléfono desechable y, sin pensarlo dos veces, lo rompió en pedazos, arrojándolos al suelo.

Se recostó en su asiento, con los ojos clavados en el techo, sumergido en sus pensamientos. No se trataba de lo correcto o lo incorrecto; se trataba de ganar o perder. Obtener lo que uno quiere no necesariamente está alineado con hacer lo correcto, se dijo a sí mismo. El eco de esas palabras resonaba en su mente como un mantra justificador.

De repente, una discusión estúpida entre sus hombres lo sacó de su ensimismamiento.

—¡Por favor, dejen las estupideces de lado y tráiganme a Sherlock Holmes! —gruñó Theo con su voz rasposa, su paciencia agotada.

Los hombres soltaron las cartas de póker de inmediato al escuchar la orden. El pelado y gordo jefe, sentado detrás de un enorme escritorio cubierto de frascos con experimentos genéticos y montañas de papeles, no toleraba la incompetencia. Sin perder tiempo, se pusieron en marcha.

Bajaron al segundo subsuelo y se dirigieron a la tercera celda del lado izquierdo. Uno de ellos abrió la puerta metálica con un chirrido.

—Holmes, el gran Theo te requiere.

Sherlock, que estaba sentado en el único lugar decente de la celda —una cama con un colchón sucio y desgastado—, levantó la vista del suelo. Una leve sonrisa curvó sus labios.

—Si yo soy el gran Sherlock Holmes, entonces él debería llamarse el "enorme" Theo o "diminuto", dependiendo de qué estemos hablando, ¿no crees? —bromeó, con su habitual sarcasmo.

—Silencio, Holmes. Date la vuelta y pon las manos detrás de la espalda —ordenaron los hombres, abriendo la puerta y avanzando hacia él con precaución.

Sherlock obedeció sin resistencia, pero sus ojos buscaron instintivamente a John, que estaba en la celda de enfrente. Sus miradas se cruzaron en un silencio cargado de complicidad. Esto era rutinario para ambos, pero cada vez la preocupación por el otro se hacía más intensa. Las heridas de John —su labio cortado, el brazo roto— nublaban el juicio de Sherlock. Sintió una oleada de rabia y frustración, pero la contuvo, apretando los dientes. No podía permitirse perder el control ahora.

Los hombres empujaron a Sherlock hacia la oficina de Theo. John lo siguió con la mirada hasta que desapareció de su vista, la preocupación apretándole el pecho. Si algo le pasaba a Sherlock, sabía que tendría que hacer cualquier cosa para protegerlo.

Al llegar, los hombres lo colocaron frente al escritorio de Theo. Cerraron la puerta tras ellos y se posicionaron detrás de Sherlock, atentos a cualquier intento de resistencia.

—¡Ta-da! —dijo el detective, haciendo una mueca teatral al ver que Theo no lo miraba.

Theo, aún concentrado en los papeles frente a él, no respondió al principio. Después de un par de segundos de silencio, habló con un tono casi despreocupado:

—Sherlock, hice un acuerdo con Mycroft para liberarte por un par de días.

—¡Qué lástima! —dijo Sherlock, fingiendo desilusión—. Me estaba divirtiendo mucho aquí, aunque me alegra que solo sea por un par de días. ¿Por qué no mejor un par de horas? Así podrías asegurarte de que no me escape.

Theo alzó la mirada, evidentemente exasperado por la actitud del detective.

—Estoy seguro de que no te vas a ir a ningún lado, Sherlock. Eres astuto, no idiota.

—Definitivamente astuto, pero... no hay nada que no pueda resolver en unas pocas horas. —La sonrisa irónica de Sherlock no se desvanecía.

—¿Prefieres que sea solo por un par de horas? —preguntó Theo, frunciendo el ceño.

escape - johnlock 🗝Donde viven las historias. Descúbrelo ahora