UNO

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Su madre vio el edicto periódico. Esta propiedad había pertenecido a uno de sus antepasados, y se buscaba a algún descendiente para asignarla de nuevo y regularizarla. Alejandro había escuchado decenas de conversaciones entre sus padres, en ellas hablaban de abogados, prediales y no sabía cuantas cosas más. Pero el no entendía nada de eso. Solo sabía que por culpa de una tonta herencia de alguien que ni siquiera conocían, había perdido su vida, sus amigos y su colegio. Es decir había perdido su felicidad.

-No sabemos ni quién es la persona que se murió- rezongaba Alejandro

-Si sabemos- aclaro su papá -. Era prima segunda de la bisabuela de tu mamá. Su esposo era arquitecto y construyó el edificio.

-Ah, bueno, ¡¿y por qué no se lo dejaron a sus propios hijos?!

Los papás se miraron

-Porque... segura mente no tenían- suspiró a la mamá.

-Ojalá- remató el papá.

En efecto, así fue. Durante el período de trámites nadie apareció para reclamar la propiedad, todo se llevó a cabo en los mejores términos y finalmente la mamá de Alejandro tuvo en sus manos las escrituras del inmueble, cuya construcción databa de los años cuarenta.

-O sea, es un vejestorio- anticipó Alejandro.

El conocido en edificio el día que llegaron a vivir ahí. Entonces entendió por qué sus papás nunca habían querido llevarlo. Hubiera escapado de casa antes de permitirles que lo arrastraran a vivir a ese lugar.

𝐀𝐋𝐆𝐔𝐈𝐄𝐍 𝐄𝐍 𝐋𝐀 𝐕𝐄𝐍𝐓𝐀𝐍𝐀 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora