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La lluvia caía en cascadas sobre las ventanas del salón, oscureciendo el mundo exterior y creando un ambiente pesado, casi claustrofóbico. Cada gota parecía resonar dentro de mí, reflejando el caos que se había desatado en mi mente. Desde el momento en que vi la notificación en el teléfono de Mateo, todo cambió. Él era RedPhoenix. Él, el chico nuevo sentado a mi lado, era mi enemigo virtual, el que había destrozado mis argumentos una y otra vez. Y lo peor de todo: él no tenía idea de que yo lo sabía.

El profesor seguía hablando sobre el romanticismo, pero su voz era poco más que un murmullo lejano. Mi concentración estaba en otra parte. ¿Cómo se suponía que debía actuar ahora? Sabía que, en el fondo, debía mantener la calma, fingir que no sabía nada. No podía darle esa ventaja. Si Mateo descubría que había hecho esa conexión, perdería el único control que tenía en esta situación.

Le eché un vistazo rápido de reojo. Estaba inclinado hacia atrás en su asiento, con una expresión despreocupada mientras observaba la lluvia caer. Parecía completamente ajeno a la tormenta que había desatado en mi interior. Era irritante pensar que, fuera de nuestra guerra virtual, era solo un chico más, tranquilo y relajado, sin ninguna preocupación aparente.

Mi teléfono vibró en el bolsillo, y lo saqué rápidamente. No era una sorpresa.

RedPhoenix: "¿Todavía sigues creyendo en esa tontería del amor romántico? Podrías intentar pensar por ti misma, ¿no crees?"

Sentí cómo la sangre me subía al rostro, pero me obligué a no responder de inmediato. Mateo estaba justo a mi lado, y lo último que necesitaba era que sospechara algo. Guardé el teléfono, respiré hondo y me centré en el profesor, aunque no podía escuchar una sola palabra de lo que decía.

La clase terminó más rápido de lo que esperaba, pero antes de que pudiera levantarme y escapar de allí, escuché la voz de Mateo.

—Camila, ¿qué lees? —preguntó con la misma curiosidad que antes, inclinándose ligeramente hacia mí mientras recogía sus cosas.

Mi corazón dio un pequeño salto. Giré el libro que aún tenía en las manos, mostrando la portada de Orgullo y Prejuicio. Él alzó una ceja, esbozando una sonrisa que no pude descifrar.

—Un clásico —comentó, casi en tono de burla—. ¿No crees que esos libros ya no tienen relevancia hoy en día?

El comentario me irritó, más por lo familiar que sonaba viniendo de él. Era casi como leer otro de sus mensajes en el foro. Pero no podía dejar que mi molestia se notara, no ahora.

—Quizás —respondí, manteniendo la voz neutral—, pero los clásicos siempre tienen algo que decir, aunque no a todos les guste escuchar.

Mateo se rió entre dientes, y por un segundo, esa risa me hizo pensar en la cantidad de veces que había escrito algo similar detrás de su perfil de RedPhoenix. Sentí un nudo en el estómago, pero me obligué a sonreír también, fingiendo que todo estaba bien.

—Bueno, tal vez algún día podrías convencerme de lo contrario —respondió, su tono desafiante, pero no abiertamente hostil.

Recogí mis cosas, intentando mantener mi compostura mientras salía del salón. Afuera, la lluvia seguía cayendo con fuerza. No llevaba paraguas, así que me limité a caminar bajo el aguacero, dejando que las gotas empaparan mi ropa y mi cabello. Me recordaba al caos en mi cabeza.

Mientras caminaba, sentí el teléfono vibrar nuevamente. Esta vez lo saqué de inmediato.

RedPhoenix: "¿Te quedaste sin palabras? No es propio de ti, ¿qué pasa?"

Rodé los ojos. El solo hecho de que Mateo estuviera probablemente enviando ese mensaje desde su teléfono mientras caminaba a unos metros de mí era surrealista. Mantuve mi respuesta breve, sabiendo que no podía permitirme mostrarle que me afectaba.

Yo: "Algunos preferimos no gastar palabras en quienes no las entienden."

Guardé el teléfono rápidamente, justo cuando vi a Mateo a unos metros delante de mí, caminando bajo un paraguas negro. No me había visto. Por ahora, estaba a salvo. Tenía que encontrar la manera de manejar esta situación sin que él supiera que yo ya lo había descubierto.

Al llegar a casa, me dejé caer sobre mi cama, mirando el techo. Sabía que no podía seguir con este juego por mucho tiempo sin que algo explotara. Pero si algo estaba claro, era que esta batalla apenas comenzaba. Yo tenía una ventaja, y no iba a desperdiciarla.

Lo más complicado sería fingir ignorancia, mientras cada vez que Mateo me hablaba, lo veía no solo como el chico nuevo, sino como el enemigo en línea que había estado molestándome durante meses. Una sonrisa pequeña y algo maliciosa cruzó mi rostro.

Por primera vez desde que lo descubrí, sentí que yo tenía el control.

Con las letras de tu nombre Donde viven las historias. Descúbrelo ahora