🎶 - Stan, Eminem
[La niebla cubre el paisaje a lo lejos, pero dentro de la habitación, todo es terciopelo y humo.]
—Otra vez... ¿qué estás haciendo? —preguntó Ashley a la oscuridad, su voz deslizándose como un susurro; su aliento se mezclaba con el dulce veneno que le ardía en la garganta—. Esto... no puede estar pasando.
¿Es esto un sueño? O un mal chiste. Sus manos temblaban ligeramente, pero no por el frío. El polvo blanco—ese polvo maldito—descansaba en la mesa, esperando, siempre esperando... [como un amante impaciente]. Sus dedos delgados lo tocaban con una suavidad casi reverente, y entonces, la euforia explotaba en mil colores.
—Te lo dije —se repitió a sí misma, casi en un lamento—: esto no está bien. [Pero lo hizo de nuevo.] Lo hizo, una y otra vez, hasta que todo se volvió un frenesí: piel, carne y sangre. ¿O era solo una ilusión?
La música retumbaba en el fondo. Su boca sabía a hierro; sus manos... pegajosas. [¿De qué?] No lo sabía, o no quería saberlo. ¿Era lo que pensaba? ¿Lo que temía? El sabor seguía ahí, clavado en su lengua.
—¿Estoy... comiéndote? —murmuró, casi inaudible, mientras algo cálido se deslizaba por la comisura de sus labios.
¿Era saliva o sangre? Un latido ensordecedor retumbaba en sus sienes. Los ojos le ardían, y las imágenes se entremezclaban: la piel de alguien más, pálida, entre sus dientes; su propia piel, rozando lo prohibido. Pero había algo más—una sombra, una forma inhumana que se movía entre los pliegues de la mente; un depredador hambriento.
[Ashley estaba sola—¿o no?] No lo sabía. Nunca lo sabría. Los espejos reflejaban una figura distorsionada que no podía ser ella; una silueta espectral, labios rojos como el pecado. El cristal crujía bajo la presión de sus dedos, que dejaban marcas rojizas en cada superficie.
—¡No puede ser! —gritó en medio del silencio, sin esperar respuesta.
Las visiones se arremolinaban a su alrededor, los olores eran demasiado fuertes; el aroma a carne, el sudor ácido, la dulzura enfermiza del licor barato mezclado con el polvo, que siempre estaba ahí, flotando en el aire, en cada rincón. El sabor—ese maldito sabor—nunca desaparecía.
Se relamió los labios, pero la culpa no se quitaba tan fácil. Sabía a carne... fresca, húmeda. ¿Era la suya o la de alguien más? ¿Y qué más daba? [El placer y el horror siempre se entrelazan.]
Un rastro de luz entraba por la ventana, y, por un segundo, todo parecía calmarse. Ashley respiró profundamente. Podía sentir el cosquilleo en sus venas; un latido irregular, un susurro en sus pensamientos.
—Todo está bien... ¿o no?
Cerró los ojos; [la oscuridad la tragaba]. Pero había algo ahí, más fuerte que cualquier sensación química—el hambre. La necesidad.
El olor... la carne... los fantasmas de la noche.
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La mariposa insaciable
TerrorCodicia, adicciones, canibalismo; todo en una persona: Ashley. Conozcámosla brevemente. La sensación que quiero transmitir en esta pequeña obra es la constante pregunta de: ¿qué cojones estoy leyendo?