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La ciudad se sumía en el silencio, envuelta en una penumbra casi palpable. Las luces de los faroles titilaban como recuerdos lejanos, mientras las sombras se alargaban por las calles empedradas. Riku caminaba solo, sus pasos resonando en la noche como un eco de su soledad. La brisa fría le acariciaba el rostro, pero había algo más en el aire, un susurro que parecía llamar su nombre.

Al girar en una esquina, un destello de rojo captó su atención. Era una tienda de antigüedades, sus vitrinas llenas de objetos olvidados, pero lo que más lo atrajo fue una pequeña lámpara de aceite en el centro de la exhibición. La luz tenue que emitía parpadeaba como un latido, un pulso que resonaba en su pecho. Sin pensarlo, Riku empujó la puerta y entró.

La campanita sobre la puerta sonó, y el aroma a madera envejecida lo envolvió. En el interior, el tiempo parecía haberse detenido. Objetos de todos los tipos se amontonaban, susurrando historias que nadie había escuchado. Pero, a pesar de la variedad, todo lo que podía ver era aquella lámpara, con su tono rojo oscuro, como si contuviera un fuego interior.

—¿Te gusta? —preguntó una voz anciana, rompiendo el silencio.

Riku se volvió y vio a un hombre de cabello canoso, con ojos profundos que parecían conocer secretos inconfesables.

—Es hermosa —respondió Riku, acercándose a la lámpara.

—No es solo belleza lo que ofrece —dijo el anciano—. Esta lámpara es un guardián de recuerdos. Aquellos que la encienden pueden ver momentos del pasado que habían olvidado. Pero hay un precio que pagar.

Riku frunció el ceño, intrigado. Nunca había creído en tales historias, pero había algo en la manera en que el anciano hablaba, como si realmente creyera en ello.

—¿Qué tipo de recuerdos? —preguntó, con una mezcla de curiosidad y escepticismo.

—Los que duelen —respondió el anciano, y su voz se tornó sombría—. Momentos que has intentado borrar, sombras que persiguen tu corazón. Cada vez que la enciendes, se desata una corriente de emociones que pueden ser más de lo que estás preparado para afrontar.

Riku sintió un escalofrío recorrer su espalda, pero una parte de él quería experimentar ese poder. Decidido, miró al anciano.

—Quiero encenderla.

El hombre asintió lentamente, como si esperara esa respuesta. Tomó la lámpara y la colocó en las manos de Riku. Él sintió el peso de su decisión, el eco de su pasado resonando en su interior.

—Recuerda: una vez que enciendas la lámpara, no habrá vuelta atrás.

Riku se llevó la lámpara a casa, su mente llena de pensamientos. Una vez en su habitación, se sentó en el borde de la cama, observando la lámpara con una mezcla de temor y anticipación. Finalmente, encendió la mecha.

La llama parpadeó y comenzó a crecer, iluminando la habitación con un brillo rojo intenso. A medida que la luz se expandía, la habitación se desvaneció, y en su lugar aparecieron imágenes borrosas. Era su infancia, momentos felices pero ocultos por el tiempo.

Rió al ver a su hermana, en su vestido rojo, girando en el jardín. El eco de su risa llenó la habitación. Pero, de repente, la imagen se tornó oscura. El jardín se secó, y la risa se convirtió en llanto. Recuerdos de su hermana siendo llevada en una ambulancia, la mirada de preocupación en el rostro de su madre.

Riku sintió que el aire se le escapaba. La luz roja crepitaba y los susurros comenzaron, como ecos de un pasado que no podía ignorar.

La escena cambió una vez más. Ahora estaba en la escuela, rodeado de amigos. Risas, juegos y promesas de eternidad. Pero una sombra se cernía sobre ellos, una presencia oscura que lo envolvía. Recordó el día en que uno de sus amigos, el más brillante, el más prometedor, se desvaneció de su vida. La desesperación en los rostros de sus compañeros, la sensación de pérdida que lo había atrapado.

Riku gritó. La luz roja se volvió cegadora y la lámpara tembló en su mano. Intentó apagarla, pero algo lo retenía. No podía escapar de la corriente de recuerdos que lo mantenía atrapado.

Aparecieron las imágenes de su hogar. Recuerdos que había intentado enterrar bajo el polvo de su memoria. Su padre, con el rostro desencajado, gritando palabras que perforaban su alma como dagas afiladas. "Nunca serás lo suficiente." "Eres un fracaso." Las palabras resonaban en su mente, como un eco de su valía desmoronándose. La presión de su madre, exigiendo perfección, como si su amor dependiera de sus logros. A cada golpe verbal, cada desdén, él se encogía, como una sombra tratando de escapar de la luz.

La escena se volvió aún más oscura. Vio su reflejo en el espejo, un rostro descompuesto, moretones escondidos bajo la piel, un cuerpo que se había convertido en un campo de batalla. El miedo en sus ojos, el sufrimiento encerrado en su pecho. "No le digas a nadie", repetía la voz de su padre. La imagen de su madre, compasiva pero impotente, lo atravesó como un cuchillo. Se sentía atrapado entre el amor que nunca fue suficiente y el dolor que siempre lo había rodeado.

La luz roja crepitaba con más intensidad, y él se sintió arrastrado a un abismo. Los recuerdos lo atrapaban como un círculo vicioso: el grito de su padre, la indiferencia de su madre, la soledad que se apoderaba de su ser. Sus lágrimas se mezclaban con la llama, formando un mar de rojo que lo inundaba.

Finalmente, la llama se apagó.

Riku se encontró de nuevo en su habitación, con la lámpara apagada en su regazo. Su cuerpo temblaba y su corazón latía desbocado. Pero había un vacío dentro de él, una sensación de pérdida que no podía ignorar. Se dio cuenta de que, aunque había experimentado su pasado, no podía cambiarlo.

La lámpara estaba fría, pero en su interior había quedado una luz tenue, como un recordatorio de que, a pesar del dolor, cada recuerdo lo había llevado a donde estaba. Sin embargo, el peso de la culpa y la tristeza lo presionaba con más fuerza que nunca.

Se levantó y miró por la ventana, donde la lluvia había comenzado a caer de nuevo. Las gotas resbalaban por el cristal, formando un río que se deslizaba hacia el suelo. En la oscuridad, vio su reflejo, y por un instante, creyó ver un destello rojo en su propio corazón, un recordatorio de que el pasado nunca se apaga por completo. Siempre queda una sombra, un susurro, una marca indeleble en el alma.

En ese silencio, Riku entendió que, aunque el dolor lo había acompañado siempre, también era parte de su esencia. La tristeza, el recuerdo, la pérdida: eran el hilo rojo que tejía su vida, un color vibrante en medio del gris. Y así, con el corazón pesado, supo que no podía huir, porque cada paso hacia adelante era también un paso hacia sus recuerdos.

﹙  &gt;.&lt;    : RED - NCT WISH !̵Donde viven las historias. Descúbrelo ahora