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Sentía que se ahogaba en un océano de emociones negativas, un torbellino de desesperación y angustia que lo sumía en la oscuridad. No solo era el efecto devastador de la droga Elysium, que lo mantenía atrapado en un estado de falsa euforia, sino también los ecos persistentes de una mente turbulenta, marcada por las cicatrices de años de sufrimiento.

Crecer en un entorno hostil, donde los adultos que debían ser sus protectores se convertían en sus verdugos, no era una carga que pudiera soportar. Cada mirada de desprecio, cada susurro de odio que se deslizaba a su alrededor como una serpiente venenosa, le recordaba que en su aldea no había un lugar para él. Lo consideraban una carga, un recordatorio de un pasado que no podía cambiar, y esa desoladora soledad lo consumía lentamente.

En los momentos más oscuros, cuando la desesperación se apoderaba de su ser, la idea de morir comenzaba a seducirlo. Quizás ahí encontraría el alivio que tanto anhelaba, la paz que se le escapaba entre los dedos. Sin embargo, cada vez que se asomaba al abismo, una voz interna lo detenía. Sabía que su muerte significaría la liberación del Kyubi, esa criatura que llevaban dentro, y no podía permitirse tal desenlace. Era un sacrificio que se negaba a hacer, incluso si eso significaba continuar sufriendo...

A menudo se preguntaba si había cometido algún pecado en una vida anterior que justificara su condena. Tal vez había lastimado a un ser inocente, o había cerrado los ojos ante la injusticia. Cada pensamiento lo hundía más en el remolino de la autocompasión y la desesperación. Pero al final, todo lo que quería era encontrar un momento de calma, cerrar los ojos y no volver a despertar.

La lucha interna era incesante, un constante tira y afloja entre el deseo de escapar y la responsabilidad de enfrentar su destino. Sabía que había una chispa de esperanza, algo que se negaba a extinguirse por completo, pero encontrarla en medio de tanto dolor parecía una tarea imposible. Sin embargo, en los momentos más oscuros, cuando la sombra de la desesperación lo envolvía, se preguntaba si algún día podría liberarse de las cadenas que lo mantenían cautivo.

Por un momento, recordó a su equipo, a Sakura... aquella chica que, en un instante, había capturado su atención con su belleza y su inteligencia, pero que, al final, resultó ser completamente diferente de lo que había imaginado. En el fondo, lo despreciaba. Podía notar la aversión en su mirada, la forma en que lo evitaba como si su sola presencia le causara repulsión. Aún podía recordar sus palabras crueles, cortantes como cuchillos: "¿Sabes por qué Naruto es tan fastidioso? Porque no creció bien. No tuvo padre ni madre, nadie que le enseñara lo que está bien o mal. Es solo un idiota ruidoso y sin talento, nada importante."

Esas palabras resonaban en su mente, llenas de desprecio. Era una crueldad que incluso para él era difícil de soportar. Aceptaba que muchas veces podía ser una carga, que su energía y entusiasmo podían resultar exasperantes, pero nunca había sido su intención molestar a nadie. Sin embargo, el dolor de sus palabras lo dejaba en un estado de desolación, intensificando la sensación de soledad que lo ahogaba.

Después, su mente giró hacia Sasuke, el chico con quien compartía una rivalidad que más bien parecía una burla. Cada encuentro se sentía como un ejercicio fútil, un esfuerzo por ser reconocido que solo terminaba en insultos y desprecios. Quería ser amigo de Sasuke, deseaba poder compartir algo más que una mera competencia, pero el Uchiha siempre lo ignoraba, siempre lo menospreciaba, y, aunque trataba de no hacerlo, él terminaba replicando esa indiferencia. Era un ciclo vicioso que solo lo dejaba más abatido.

Y por último, estaba su sensei, Kakashi Hatake. La forma en que el hombre mostraba un favoritismo tan evidente hacia Sasuke le partía el corazón. Cada vez que Kakashi dedicaba una sonrisa o una palabra de aliento al Uchiha, sentía que una parte de él se rompía. Odiaba eso. ¿Por qué no podía tratarlo con la misma atención? ¿Por qué siempre tenía que mirarlo con indiferencia, como si no fuera más que un estorbo? Donde debía haber trabajo en equipo, solo había desdén. Kakashi era un hipócrita y lo odiaba por ello.

El odio se extendía por su corazón como una sombra, abrumando su mente. Odiaba esta aldea, odiaba la necesidad de ser amable con aquellos que lo despreciaban. Aborrecía la carga de tener que proteger a personas que lo veían como una carga. Odiaba a Hiruzen, a los ancianos que habían decidido su destino, a todos los que lo habían hecho sentir como un paria.

Se preguntaba si algo de lo que lo rodeaba era real. ¿Iruka realmente lo quería, o solo lo hacía porque así se lo habían ordenado? Esa duda caló hondo en él, llenando su pecho de un dolor punzante. El sentimiento de traición lo inundaba, desgastando su alma. En medio de toda esa confusión y dolor, la única respuesta que encontró era el silencio, una oscuridad que lo envolvía y lo consumía.

El dolor se instaló en su pecho como un peso insoportable, una presión que le robaba el aliento. Cada latido se sentía como un tambor, un recordatorio brutal de su sufrimiento. Era una emoción tan intensa que lo oprimía, como si unas manos invisibles apretaran su corazón hasta que sintiera que sus costillas crujían, que el aire se le escapaba de los pulmones.

Desesperación y tristeza se entrelazaban en su ser, creando una tormenta interna que lo dejaba sin fuerzas. Era una sensación de vacío, de impotencia, que lo envolvía en una oscuridad casi palpable. La aceptación de su realidad lo atormentaba; había llegado a comprender que la vida rara vez era justa, que los sueños de un futuro mejor eran una ilusión que se desvanecía con cada día que pasaba.

Sentía que se ahogaba. Si antes su cuerpo y corazón estaban desquebrajados, ahora estaban hechos polvo, reducidos a escombros de lo que alguna vez fueron. Cayó al suelo, incapaz de sostenerse, con las manos apoyadas débilmente en la tierra fría, mientras gruesas lágrimas de dolor descendían por sus mejillas como ríos de desesperación. Gritó, un grito desgarrador que resonó en la soledad de su ser, un eco que sabía que no encontraría respuesta, consciente de que nadie vendría a rescatarlo.

Lloró con tal intensidad que desgarró su garganta, un llanto que parecía interminable. El dolor era abrumador, y su pecho se sentía como un pozo vacío, inundado de una tristeza que no podía describir.

Deseaba que alguien, cualquier persona, lo salvará. Pero esa esperanza se desvanecía rápidamente, convirtiéndose en una fantasía estúpida. Sabía en lo más profundo de su ser que nadie vendría a buscarlo.

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⏰ Última actualización: Oct 07 ⏰

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𝑼𝒏𝒂 𝒏𝒖𝒆𝒗𝒂 𝒐𝒑𝒐𝒓𝒕𝒖𝒏𝒊𝒅𝒂𝒅 𝒅𝒆 𝒗𝒊𝒗𝒊𝒓 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora