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La noche caía sobre la antigua ciudad maya, oculta bajo la tierra y preservada en el tiempo. Un manto de vegetación cubría parcialmente las estatuas de los dioses, que emergían como guardianes de un secreto olvidado. La cámara se adentraba lentamente en este misterioso lugar, revelando las estructuras mayas bañadas por un resplandor místico que parecía provenir de otra época. En primer plano, los collares de los jóvenes brillaban intensamente, como si tuvieran vida propia, resonando con el eco de sus ancestros.

Las estatuas, majestuosas y poderosas, se alzaban sobre pedestales adornados con símbolos que resonaban con el significado de los collares. Un brillo dorado emanaba de cada figura, como si en su interior guardaran la esencia de los dioses. Este era un lugar sagrado, un punto de convergencia entre lo divino y lo mortal, donde el pasado y el presente se entrelazaban en un abrazo eterno.

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