Exhibición de Artes Marciales y la Diosa Sin Nombre

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El sol se está poniendo. Ha sido una tarde larga, pero el último retador asciende paso a paso al escenario, donde la pequeña miko lo espera. Duelo tras duelo tras duelo, cual danzas de guerra se han ido completando variados combates frente a un expectante público. Pese a haber usado la excusa de hacer un festival y una exhibición de artes marciales para complacer a su Diosa Sin Nombre, en realidad esta es una idea de la misma diosa, disfrazada de su propia sacerdotisa quien dirige el torneo, para efectuar un ritual en el que necesita la energía de sus devotos creyentes como ingrediente principal para llevar a cabo un milagro que su pueblo le ha pedido. Una de las ventajas de tener la apariencia de una niña de entre 10 a 12 años es que nadie sospecharía que ejecuta tales estratagemas a su favor.


Así, mientras el último contrincante que enfrentará en esta jornada finalmente se ubica frente a ella, la jovencita se levanta de su posición humildemente arrodillada y le ofrece una gentil reverencia a su oponente, un granjero que se enorgullece de su gran proeza en artes marciales, quien proclama que las armas no son aptas para una dama tan delicada. Quizá en su orgullo cree poder convencer a la chica a través del combate de que no debería sostener un arma.

Keitaro Yamada, el agricultor en cuestión, no ofrece reverencia alguna a la sacerdotisa, quien no se molesta en reprochar su falta de respeto. Después de todo, pese a ser una diosa llena de amor hacia su gente, no todos los días tiene la oportunidad de disciplinar a uno de sus creyentes de esta manera. Una cosa es que la traten como uno de sus iguales, ya que su disfraz amerita que reciba ese trato, pero otra cosa por completo es que no devuelvan una señal de respeto y humildad que ella está ofreciendo. ¿Qué clase de crianza habrá tenido este hombre?

El granjero toma su postura, sosteniendo una hoja algo oxidada, de notable uso y antigüedad. Así es, la regla de la exhibición es que los retadores, inscritos de antemano, tenían el derecho a usar armas legítimas si así lo deseaban. El razonamiento detrás de esta decisión es que siendo su oponente la diosa que esta gente adora, difícilmente lograrían herirla, usaran lo que usaran. Y aún si la hiriesen por algún descuido de la miko, serviría para reforzar su disfraz ante la gente que adora, ofreciendo la ilusión de ser otra mortal más. Pero este caso... llega a parecer malintencionado. Keitaro es un hombre honesto, trabajador, pero terco, estricto y de mecha corta, pese a lo cual la joven deidad no lo cree capaz de usar una espada en tan mal estado de manera deliberada. Un solo corte de esa cosa podría enfermar gravemente a cualquier persona normal. Los mortales no deberían tomar el tétanos a la ligera después de todo.

"¿Cree usted adecuado usar semejante arma, señor Yamada?" Consulta amablemente la miko innominada. Su oponente reacciona con algo de sorpresa, respondiendo casi hasta ofendido ante la pregunta.

"Niña, esta hoja es herencia de mi abuelo que luchó en las guerras de la conquista cuando vivíamos en la capital. Me parece perfectamente aceptable usarla para enseñarle su lección a una mocosa." Su molestia es evidente.

"Como desee, señor Yamada. Estoy lista." Ofrece otra reverencia y sin asumir postura alguna ni desenfundar ninguna de sus dos armas, se queda mirando al corpulento hombre de mediana edad, quien blande una reliquia de familia de la cual no se ha molestado en cuidar.

"¡No te burles de mí, enana! ¡Ponte en guardia!" Exclama el agricultor.

"Estoy en guardia. Cuando guste, señor Yamada." Con una seriedad inadecuada para sus inmaduras facciones, la chica se mantiene de pie relajada, como si realmente se estuviera burlando de Keitaro al no tomarlo en serio como oponente. El hombre exhala exasperado antes de cambiar a una forma más ofensiva y cerrar la distancia, dejando pasar unos momentos antes de lanzar su primer ataque. Levanta ambas manos para un decisivo corte descendente aprovechando que la chica no parece estar inclinando su centro de gravedad hacia ninguna dirección por lo que esquivar podría complicársele. Pero tan pronto como los brazos del granjero empiezan a descender llevando la maltrecha katana hacia su contrincante, la joven miko no tarda en hacerse a un lado en solo un instante, dejando uno de sus pequeños piecitos en el camino para hacer tropezar a Keitaro sin esfuerzo alguno.

El hombre de mediana edad se da de bruces contra el suelo del pequeño escenario montado frente al templo, pero no tarda en ponerse de pie, espada en mano, y con una expresión que deja en claro que está echando humo. Asume nuevamente su posición de ofensa, y volteando a mirar a la chica ataca otra vez. Nada más empezar a bajar los brazos con el arma la pequeña manito de la sacerdotisa lo intercepta, sosteniendo el brazo izquierdo del agricultor firmemente e impidiéndole continuar con el ataque. Yamada forcejea tratando de proceder con su movimiento pero una rápida barrida de parte de la muchacha lo vuelve a tumbar al suelo. Está furioso. ¿Cómo es que una chamaca que no mide ni 1.40 lo está humillando así?

La audiencia permanece en silencio mientras el contrincante de la Diosa sin nombre persevera, poniéndose de pie una vez más.

"Ya basta de trucos baratos. ¡Enfréntame de una vez, no más juegos!" El sujeto grita, habiendo perdido la paciencia.La Diosa sin nombre se abstiene de comentar que no creyó que le quedara suficiente orgullo después de los primeros dos intentos fallidos de atacarla. ¿Cómo es que no se esperaba esto? Debe haberla visto enfrentar a los otros siete oponentes que tuvo y superarlos con el debido mérito. Soltando un suspiro ligero, la jovencita desenfunda su propia katana. Una espada pequeña, de hoja delgada, claramente ligera de blandir. Sin embargo al compararla con el cuerpo de su portadora se vuelve evidente que está hecha proporcionalmente al cuerpo de la chica, con su diminuto porte.

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⏰ Última actualización: Oct 08 ⏰

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Compendio de una tierra lejana - TomoriDonde viven las historias. Descúbrelo ahora