La Montaña Gekkouka y la Diosa Sin Nombre

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Fuego. Donde quiera que mirasen, solo veían fuego. Después del inicio de la guerra civil en el imperio, la capital estaba cubierta de llamas carmesí. Sin otra alternativa, un grupo bastante grande de ciudadanos escogieron reunirse y huir, buscando un nuevo lugar que llamar hogar. Juntando tantas provisiones, herramientas, y otros materiales como les fuera posible, emprendieron un largo y arduo viaje por los múltiples paisajes que el imperio tenía para ofrecer.

Tras interminables días de caminar y caminar, asumiendo haberse alejado lo suficiente de la capital como para no ser perseguidos más, este grupo de pobres ex-capitalinos encontró una llanura en extremo amplia, rodeada por árboles tan rojos como la...

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Tras interminables días de caminar y caminar, asumiendo haberse alejado lo suficiente de la capital como para no ser perseguidos más, este grupo de pobres ex-capitalinos encontró una llanura en extremo amplia, rodeada por árboles tan rojos como las llamas en la ciudad de la que habían escapado. Esto, sin embargo, solo debido a que era otoño. Habiendo elegido un lugar donde permanecer, era momento de ponerse manos a la obra. Los pocos artesanos que trajeron consigo demostraron ser de extrema utilidad, usando sus herramientas, y sus conocimientos y habilidades para empezar a establecer pequeñas casas donde refugiarse. Designaron un líder para su comunidad, y pronto se dispusieron también a conseguir comida, usando semillas y otros ingredientes que habían traído para empezar a sembrar sus recursos de manera sustentable. Más el viaje había agotado gran parte de sus reservas, y el suelo no era el más rico de todos, complicando así su propósito. Agregando a la urgencia de la situación, aquella zona durante las noches parecía ser acechada por algunos youkai de clase menor, por lo que con mayor razón debían refugiarse bien, y abastecerse debidamente, para no ser presa de aquellas despiadadas criaturas, que aunque fuesen débiles como para ser repelidas con un ataque lo suficientemente organizado, eran un riesgo que no se podía subestimar.

Pasaban entonces los días, y las difíciles noches, y sin noticias de que llegase paz al imperio, no podían hacer más que permanecer en sus refugios, cada vez con menos alimentos, con menos ánimos, y más dudas de si escapar de la capital fue la decisión correcta. En medio de este grupo de ahora refugiados de la capital se encontraba Hiroshi, un popular cuentacuentos, quien no soportó ver a su gente, conocidos, amigos, y compatriotas así de desmoralizados, y deseó poder levantar sus ánimos. Sin embargo no era poseedor de grandes talentos, ni de un carisma particularmente grande, por lo que lo único que podía hacer era hacer cuentos para entretener a sus conciudadanos. Más... ¿Qué tipo de cuentos podrían divertir o animar a su gente en una situación tan grave?

Hiroshi gastó una buena cantidad de horas encerrado en su nueva casa de este pueblo que estaban estableciendo, pensando en qué hacer, qué escribir, qué cuentos contar, cuando repentinamente una inesperada luz de creatividad llegó a su mente. A la mañana siguiente, en medio de "plaza central" de su pueblo, encontramos a Hiroshi, sentado rodeado de una cantidad considerable de gente, narrando sus nuevas historias.

"Érase una vez, en un lejano país, una joven Diosa que amaba mucho a su pueblo... Tanto amó a su pueblo que los bendijo con lo que le era posible bendecirlos, incluso dándoles comodidades que ellos no habían pedido. Tanto amó a su pueblo que luchaba sus batallas, enfrentaba sus dificultades, e ideaba sus planes, para así traerles buena fortuna, para así traerles una vida más fácil..."

Compendio de una tierra lejana - TomoriDonde viven las historias. Descúbrelo ahora