Un puñado de hombres, vestidos elegantes a la época y con estéticas distintas por sus diferentes culturas, reunidos en una gran sala, observando sin ninguna expresión la escena de una muchacha rogándole a su padre entre sollozos que detuviera un compromiso de suma importancia para el arte de la política en el imperio.
-¡Padre, por favor! ¡No quiero casarme! -suplicaba sin importarle que su velo marrón y ligero, igual que su vestido, lentamente dejara de cubrir la mitad de su cabello- ¡No lo permitas!
Una bofetada resonó en la gran sala de reunión.
El Marqués de las tierras Xidiar no prestaba importancia de la presencia de los demás funcionarios de la basta región ante el comportamiento de agredir a su hija menor.
-¿Se supone que intentas salvarte de esto? ¡¿Qué haces?! -el padre la tomó del brazo con fuerza- ¡Vete a arreglar que pronto te casarás, y no hagas más berrinches!
-¡Pero padre! -a nadie de la sala le parecía importar sus interminables lágrimas que brotaban de sus ojos dorados y su rostro hirviendo en calor con sus mejillas rojas de la impotencia y tristeza- ¡Por favor, te lo ruego!
El gran señor, mayor en nombramiento y título entre los hombres presentes, arrastró por el brazo a su hija y la tiró fuera de la sala. Y cerrando las puertas, se volvió a los funcionarios de Xidiar y representantes de duques y reyes vecinos.
-Perdonen la interrupción tan abrupta, señores. Continuemos con la reunión -él se colocó enfrente de todos, siendo el centro de atención de los presentes-. En cuanto este matrimonio esté dado, sólo serán soluciones lo que vendrán a nosotros. Como todos saben, el rey del este, ha ganado más poder. A cada uno de los reinos les conviene estar de su lado, por ahora. Pasará el tiempo y así mismo vendrán cosas que pocos planearon ver en un futuro. Así que nosotros seremos inteligentes, y ganaremos esta silenciosa lucha de poder. El imperio está cerca de caer con la actual emperatriz que no tiene a nadie quien asuma el trono después. Nos mantendremos callados, esperando a que todo se de como lo planeamos.
La reunión acababa con todos satisfechos, terminaron de escuchar lo que querían del Marqués del límite suroeste.
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-Señorita, tiene que arreglarse. Su viaje será largo -una sirvienta la sostenía mientras caminaban por el pasillo alejándose de la gran sala de reunión del castillo-. Vamos, no llore más, casarse es lo que más anhela una mujer como usted.
La hija menor del Marqués no decía nada, su mirada estaba desorientada, parecía que en cualquier momento se desmayaría. Estaba débil de tantas lágrimas y el dolor de cabeza que le había provocado sólo le hacía dar más fiebre.
-Yo no me siento como una mujer -las lágrimas corrían por sus mejillas-. ¿Por qué no puedo seguir leyendo mis libros favoritos bajo el techo de mis padres? ¿Por qué no podré continuar aquí jugando con los sherhles? -refiriéndose a los hijos del primogénito del Marqués, sus sobrinos- ¿Por qué roban mi título de niña cuando llega el momento de hablar de casarme? -terminó de hablar aún teniendo que apoyarse en la sirvienta para no caer.
Una figura femenina se puso de pie frente a ella, era su hermana, la señorita Stella. Vestía de las mismas formas que la triste chica, pero con un pañuelo, que cubría parte de su cabello, extremadamente llamativo al igual que su estirado y suelto vestido, todo era oro y joyas desde sus adornos en la cabeza, las manos llenas de pulseras y sus pies.
-No estés triste, Prin, por fin sirves para algo en la familia -sonrió burlándose de la situación en la que se encontraba la pobre chica obligada a casarse-. Dicen que el Rey del Este no es feo, todo lo contrario. Oh, pero eso lo sabemos de las almas en pena que vieron su rostro y enseguida murieron. Con buena suerte sí sobrevives una semana, te lo digo yo.
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La ruta correcta
Ficción históricaObligada a estar junto al Rey del Este, aquél Rey guerrero reconocido por lo sanguinario que era. Sin corazón y sin rostro, con ese hombre estaba obligada a casarse.