El Rey Rojo celebraba su reciente victoria en el salón real después de una larga y feroz batalla, presumiendo su logro al otro rey, su hermano, el Rey Azul. Invitó a todo su mazo a un banquete real, llenando el gran salón con risas estruendosas y el tintineo de copas de elixir. La princesa, su hija, había hecho un excelente trabajo defendiendo su lado de la arena, y su padre no paraba sus halagos hacia ella y a sus tropas por humillar al mazo rival.
Sentado al lado de su padre, el joven príncipe solo escuchaba todos los elogios que el Rey Rojo dirigía a sus tropas. El ambiente de celebración y los adultos emborrachándose lo aburrían. Ni siquiera le permitían acercarse al elixir alcoholizado por ser menor de edad. Decidió alejarse del bullicio y se dirigió a las arenas, acompañado únicamente por su guardiana, la única adulta que permanecía sobria y responsable, priorizando su deber por encima de la celebración.
_Estate atenta por si alguno de ellos intenta hacer alguna tontería cuando se les pase la borrachera._ ordenó el príncipe a la mujer rubia que lo cuidaba.
Ella asintió en silencio, su mirada alerta mientras lo seguía. Caminaban por los escombros de las torres enemigas, el príncipe observó el desastre que había causado el cohete de su padre en la torre central azul. Era satisfactorio saber que habían ganado con facilidad aquella batalla.
_Príncipe, tenga cuidado. Puede ser peligroso caminar por estos lugares._ advirtió su guardiana, observando las bombas sin explotar y las lanzas con las puntas hacia arriba.
El principito, ignorando la advertencia, continuó avanzando con imprudencia. Dio un mal paso y de repente, activó la torre Tesla oculta entre los escombros. Un zumbido eléctrico llenó el aire y las chispas azules comenzaron a salir a su alrededor.
_¡Cuidado!_ gritó la guardiana, lanzándose hacia él para apartarlo justo a tiempo y llevarlo lejos del alcance de la torre. La descarga eléctrica rozó al príncipe, haciéndolo caer al suelo, aturdido pero ileso.
_¿Estás bien?_ preguntó ella, preocupada, mientras lo ayudaba a ponerse de pie.
_Sí, sí. Estoy bien._ respondió el príncipe, con una mezcla de orgullo y vergüenza. _Pero esto fue más emocionante que escuchar a esos viejos borrachos.
La guardiana soltó un suspiro de alivio, aunque mantuvo su expresión severa. _No vuelvas a hacer algo así. Podrías haberte lastimado.
El príncipe asintió, sabiendo que su guardiana tenía razón, aunque su espíritu rebelde seguía buscando emoción y aventura, por ahora le importaba menos la victoria de su padre.
La mujer lo agarró y lo llevó lejos del alcance de la torre Tesla, asegurándose de que el principito estuviera a salvo.
_Se supone que la batalla terminó, ¿por qué aún funciona esa torre?_ preguntó el príncipe, aún con el corazón acelerado.
_La tienen que desactivar primero, por eso es peligroso que alguien camine por los escombros después de la batalla _respondió su guardiana, manteniendo un ojo atento en los alrededores.
Desde la distancia, el principito vio a un duende con un parche en el ojo derecho recolectar las armas que aún estaban en buen estado para venderlas. Se alejó hacia esa parte de la arena, su mirada aguda se posó en una carretilla del duende, donde observó un señuelo de goblin, casi quemado y cubierto con un poco de tierra, cerca de la torre de la princesa en ruinas. Sin dudarlo, se acercó al muñeco de trapo y lo agarró sin pedir permiso.
_¿En qué momento usaron la evolución del barril de duende?_ se preguntó mientras sacudía al señuelo para quitarle la tierra.
El duende, notando el interés del pequeño príncipe, no desaprovechó la oportunidad para hacer una pequeña venta.
_Lo encontré por la arena selvática. Fue uno de los primeros muñecos en ser creados._ mintió, sus ojos brillando con astucia.
_Está todo feo, como cualquier señuelo... Me lo quiero llevar._ dijo el niño mirando a su guardiana. Observó que el señuelo no tenía la cuerda que le permitía moverse y la guardiana sabía que el pequeño príncipe ya tenía bastantes juguetes que ni siquiera usaba, por lo que se preguntaba cuánto tiempo le duraría el interés por este nuevo.
_¿Quieres llevártelo?_ preguntó la mujer, consciente de que los duendes no eran de fiar.
_Sí, necesito una diana nueva._ respondió el príncipe con firmeza.
La guardiana suspiró, sabiendo que discutir con él no serviría de nada. Siguió adelante, sacando unas monedas de oro para pagar al duende.
Primero ordenó que le sacarán la navaja que el señuelo naturalmente tenía, ya que eran fabricados con estas armas. Mientras se disponía a desarmar al muñeco, el duende se acercó un poco más, sonriendo con malicia._Ten cuidado con eso, pequeño príncipe. Algunos dicen que estos muñecos están malditos._ dijo el duende, susurrando para añadir un toque de misterio e interés al niño.
La guardiana lo miró con desdén antes de continuar su tarea. _No me asustan las supersticiones de los duendes._ respondió el principito con quijada en alto mientras recibía el muñeco. Observó el señuelo con curiosidad. Había algo extrañamente fascinante en su apariencia desgastada y en sus ojos que solo eran un par de botones a punto de caerse.
_Aquí tienes, está desarmado._ dijo la guardiana, no se preocupaba ya que de todas formas el señuelo era inofensivo sin cuerda y sin navaja.
El príncipe sonrió y sostuvo el señuelo, sintiendo una extraña conexión con él.
El principito pidió regresar al castillo. A medida que avanzaban, su mente se llenaba de dudas sobre el muñeco que había adquirido. Observó con más atención las costuras descosidas y las manchas de suciedad que cubrían su superficie. No era solo un muñeco viejo, parecía haber vivido una historia propia, una que estaba oculta tras el trapo descolorido y los remiendos visibles.
Mientras su guardiana lo guiaba, el principito no podía evitar sentirse un poco avergonzado por el oro que había pagado. Había intercambiado un puñado de monedas brillantes por un objeto tan miserable, y aunque había insistido en que lo quería, una sensación de arrepentimiento comenzó a germinar en su interior. Se preguntaba si el duende había logrado engañarlo, haciéndole creer que había encontrado un tesoro cuando en realidad solo había adquirido un trozo de trapo. No le importaba la cantidad de oro perdido, eso le sobraba de más, pero le apenaba haberse dejado engañar por un duende.
_¿No crees que podríamos haber encontrado algo mejor?_ murmuró, rompiendo el silencio.
_A veces, los objetos más simples pueden tener un gran valor._ respondió la guardiana._ Nunca subestimes lo que un simple muñeco puede hacer.
El principito frunció el ceño, observando nuevamente el muñeco. Con cada paso que daban, la idea de deshacerse de él se hacía más tentadora.