(Perspectiva de Valentina)
Me miro en el espejo del baño. Mi pelo está todo desordenado, como siempre. Otro día sin mamá, y papá probablemente no aparecerá hasta la noche. Me mojo la cara para despejarme un poco, aunque el cansancio no se va tan fácil. Otro día de secundaria, y solo quiero que nadie note el nudo en el pecho que se hace más fuerte cada mañana.
Tomo mi mochila y salgo. En la calle, los autos pasan, llenos de gente que parece tener vidas normales, completas. Pero yo no. Camino sola, con los auriculares puestos, intentando escapar del ruido que siempre me acompaña.
Mientras camino hacia la escuela, no puedo evitar pensar en mi casa. El silencio es casi ensordecedor, un vacío que se siente en cada rincón. La cocina siempre está fría, con platos apilados que esperan a ser lavados, y la sala de estar es solo un lugar para que mis padres se crucen de vez en cuando, cada uno inmerso en su propio mundo.
A veces me pregunto si ellos se dan cuenta de que no estoy allí. Mi madre, siempre ocupada con su trabajo, y papá... bueno, él se pierde en su propio mundo. Me gustaría que al menos tuvieran un momento para preguntarme cómo estoy, para sentarse a hablar. Pero eso no sucede. La casa se siente más como un hotel que un hogar, y yo soy solo un huésped más.
Finalmente, llego a la escuela. Respiro hondo y trato de arreglarme un poco, aunque no tengo ganas de sonreír. La entrada está llena de chicos riéndose y conversando, y yo me siento un poco como un fantasma, atravesando un lugar que no me pertenece.
Veo a Lucía, mi mejor amiga, en un rincón, hablando con un grupo. Me lanza una sonrisa, pero me da la impresión de que hay algo en su mirada que dice "¿todo bien?". ¿Cómo le digo que no?
—¡Che, Valen! —me grita mientras se acerca—. ¿Te quedaste dormida o qué?
—No, solo me desperté en modo zombi, —le respondo, forzando una sonrisa. —¿Qué onda?
Ella se ríe, pero al mirar alrededor veo que los otros chicos están chismeando, y mi estómago se revuelca. Los susurros a veces me llegan como ecos, aunque intenten disimularlos. No sé si es mi imaginación o si realmente están hablando de mí. Decido ignorarlo y trato de concentrarme en la conversación.
—Estábamos pensando en salir después de clases, ¿te prendes? —pregunta Lucía.
—No sé, tengo cosas que hacer en casa... —digo, mientras siento una punzada en el pecho.
—Siempre tienes cosas que hacer, Valen. No te pases, ¡hay que disfrutar un poco! —me anima, pero hay algo en su voz que me hace dudar.
Me gustaría poder salir y olvidarme de todo, pero la verdad es que no puedo evitar pensar en el caos que me espera al volver a casa.
—Dale, solo una horita —insiste Lucía—. Además, ¿sabes que van a hacer un fogón en el parque?
Un fogón suena divertido, pero la idea de estar rodeada de gente me da un poco de miedo. Sin embargo, me doy cuenta de que necesito un respiro.
—Está bien, iré un rato. Pero no prometo quedarme mucho tiempo. —Trato de sonar segura, pero en el fondo no estoy tan convencida.
—Perfecto, ¡te veo después! —me dice, dándome un pequeño empujón antes de que se sumerja nuevamente en su grupo.
Mientras me alejo, siento una mezcla de ansiedad y alivio. La rutina de las clases empieza a desenredar mis pensamientos. La profesora de matemáticas, Ana, empieza a hablar de ecuaciones y mis ojos se pierden en la pizarra. A veces, desearía poder resolver mis propios problemas como si fueran un ejercicio de matemáticas. ¿Por qué no puedo encontrar la solución a esto?
Las horas pasan entre murmullos y risas ajenas, y yo trato de concentrarme en los apuntes, pero mis pensamientos siguen volando hacia casa. Mi padre, quizás, esté más perdido que yo, encerrado en su mundo. Lo extraño, aunque me cueste aceptarlo. La tarde avanza, y con ella, llega el momento de salir.
En el pasillo, me encuentro de nuevo con Lucía.
—Vamos, no me dejes sola en el fogón —me dice, casi suplicando.
—Está bien, voy. —Le respondo, pero dentro de mí, la ansiedad vuelve a aparecer. No sé qué esperar de esa salida.
El fogón está a pocas cuadras de la escuela, así que decidimos ir caminando. La noche ya ha caído, y el aire fresco se siente bien. Mientras nos acercamos al parque, empiezo a ver a algunos compañeros que ya están reunidos, riendo y arrojando leña al fuego.
—¡Mirá, ahí están! —dice Lucía, señalando un grupo.
La música suena de fondo, y me doy cuenta de que me estoy sintiendo un poco mejor. Tal vez esta salida sea justo lo que necesito.
Al llegar, me encuentro con Martín, un chico de mi curso que siempre me ha parecido agradable, aunque nunca hemos tenido una conversación larga.
—Hola, Valentina. —me dice con una sonrisa. —¿Te unes?
—Sí, claro. —Respondo, sintiéndome un poco más relajada.
Las conversaciones fluyen, y me esfuerzo por participar, pero mi mente sigue divagando. La ansiedad no se ha ido, solo se ha escondido por un rato.
Martín comienza a hablar de sus cosas, de sus proyectos, y me doy cuenta de que, aunque sea un chico "normal", también tiene sus propios problemas, aunque no los muestra. A veces, me gustaría que pudiéramos hablar de cosas reales, de lo que realmente sentimos. Pero no sé cómo abrir esa puerta.
La noche avanza, y con ella, el fogón se convierte en un refugio temporal. Risas y chistes, todo parece más ligero, hasta que de repente, alguien empieza a hablar de relaciones.
—¿Qué onda con el amor? —pregunta una chica del grupo, mirando a todos con curiosidad. —¿Alguno tiene una historia para contar?
La conversación se anima, y yo me quedo un poco al margen, pensando en lo complicado que es el amor para mí. La última vez que me enamoré, fue un desastre, y no sé si estoy lista para volver a intentarlo.
—Valen, ¿vos qué pensás? —me pregunta Lucía, dándome un pequeño empujón.
—Yo... no sé. El amor es complicado, ¿no? —digo, tratando de encontrar las palabras correctas. —A veces parece que es más dolor que otra cosa.
—Eso es porque no has encontrado a la persona adecuada. —Martín me mira y se encoge de hombros—. El amor debería ser fácil, ¿no?
Suena lindo, pero en mi experiencia, el amor ha sido un campo minado. La ansiedad empieza a apoderarse de mí otra vez, como un recordatorio de que no puedo dejar de pensar en lo que hay en casa.
Al final de la noche, nos despedimos del grupo. Mientras camino de regreso a casa, mis pensamientos se agolpan en mi cabeza. Valentina, la chica que se ríe en el fogón, es diferente de la que se sienta sola en su cuarto.
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Valentina
Teen FictionValentina es una adolescente rubia de Buenos Aires que lidia con problemas familiares y ansiedad. Enfrentando el caos de la vida secundaria, navega por relaciones tóxicas, desamor y venganza en una ciudad que nunca duerme. Atrapada entre sus miedos...