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22 de septiembre del 2011

El rostro de Lam Ortiz Rojas estaba sobre el escritorio. Su corazón se había detenido y el sonido del reloj se hacía presente para advertir que el mundo no iba a detenerse. No era tan tarde y pese a eso la oscuridad de la oficina amenazaba con devorarse todo lo que pudiera considerarse una prueba. Cualquiera que entrara y encendiera la luz, se daría cuenta de la muerte del hombre.

El eco de unos pasos se fue elevando en el pasillo. Alguien se acercaba a la oficina que permanecía con la puerta cerrada. Gael Romero Vázquez, un talentoso forense, estaba por girar el pomo, pero sabía lo mucho que Lam odiaba que entrara sin llamar. Dio tres golpecitos y no recibió respuesta. Eso era extraño. Su amigo siempre respondía al primer golpe y se quejaba de los demás que le parecían innecesarios. Dio otros tres avisos, con la esperanza de que su amigo estuviera en el baño o haciendo cosas indecentes.

—¡Viejo sucio, deja de ver cosas por internet! —bromeó.

Esperaba abrir la puerta y encontrarse con su viejo amigo limpiando el desastre. Otros tres golpes le encendieron una alarma en la cabeza. Se apresuró a girar el pomo de la puerta, y al abrir la temperatura del lugar le estremeció el cuerpo. Encendió la luz y se encontró con Lam sobre el escritorio. La coloración de la piel le dio un indicio de su estado. Soltó un suspiro y se acercó sin prisa. Contempló toda la habitación como si fuera la escena de un crimen. El cuerpo yacía sobre su silla, los brazos le colgaban a los costados y muchos papeles estaban esparcidos sobre el escritorio. Por lo demás, no notó nada diferente. El saco estaba en el perchero. No había manchas de sangre o algo que le dijera que estaba en una escena del crimen.

Pese a pescar todos esos detalles, le parecía extraño. Gael acercó la mano al cuello de Lam solo para comprobar que no tenía pulso. Tenía las intenciones de tumbarlo en el piso para reanimarlo, pero la temperatura del cuerpo le indicó que tenía al menos un rato en ese estado: muerto. Tragó saliva al recordar a Odei, la hija de Lam. Una joven detective que de seguro estaba camino a casa, completamente ignorante de la muerte de su padre. La imaginó conduciendo mientras escuchaba el radio a un volumen considerable. La vio deteniendo su automóvil en alguna luz roja de un semáforo para checar la hora en su reloj de pulsera.

—Lam. No puede ser —susurró como si pudiera escucharlo.

Alargó la mano hasta el teléfono que estaba a un costado del cuerpo y llamó al forense que hacía guardia a unos cuantos pisos de la oficina de Lam.

Le pareció gracioso.

Trabajaban en la fiscalía y tardarían menos de cinco minutos en llevarlo a la morgue para hacerle una autopsia. Mientras el forense llegaba a la habitación, Gael se quedó contemplando a su amigo. Recordó el día que lo conoció y como trabajaron por un tiempo en aquel lugar llamado: Río Negro.

Sonrió al recordar que no se llevaban bien e incluso tuvieron algunas peleas. En ese momento, todos esos días en los que discutieron le parecieron estúpidos.

—¿Me necesita el jefe? —preguntó el forense asomándose con cuidado desde la puerta.

—Tenemos que avisar que debemos llevar al Fiscal a la morgue...

Gael se recargó en uno de los muros y observó al policía de investigación haciendo notas mientras que el forense tomaba las fotografías iniciales. Posteriormente ayudó a los dos hombres a ponerlo en una camilla para que se lo llevaran a la morgue. Se masajeó las sienes mientras pensaba en lo que iba a decirle a Odei. Soltó un suspiro que denotaba cansancio y de manera casi automática metió la mano a su bolsillo. Sintió al tacto aquella hoja que encontró cuando levantaron a Lam del escritorio. Pudo tomarla de manera disimulada mientras acomodaban el cuerpo en la camilla.

Solamente tuvo que darle una leída rápida para comprobar que debía deshacerse del pasado que, en ese momento, estaba amenazando con salirse de su bolsillo. Apretó la mano con fuerza y el papel se arrugó. Gael esperaba que con esta acción nada tuviera manera de causar un desastre en su vida.

Estaba muy equivocado.

***

Muchas gracias por darle una oportunidad a esta historia. La actualizaré una vez por semana.

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