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22 de septiembre del 2011.

Justo después de la muerte de Lam.

Gael era el encargado del equipo de forenses y haría todo para que no tuvieran margen de error. No con la muerte del jefe. Después de que se llevaron el cuerpo a la morgue, el forense estaba listo con todo lo necesario para trabajar. Gael se puso unos guantes y observó a su empleado.

—¿Cómo te llamas?

—Mario. Mario Rosas —respondió un poco indignado. Trabajaba ahí desde hacía dos años, pero no se pondría a la defensiva. Sabía que Gael y el jefe Lam tenían una amistad de mucho tiempo. Seguro que estaba perturbado por la situación y por esa razón no recordaba su nombre.

—Mario, revisemos la escena a profundidad. No quiero omitir ni un detalle. Por más mínimo que sea. Lo registramos.

—Entendido —dijo con voz segura. Comprendía que se trataba de una situación delicada.

Gael se terminó de acomodar los guantes. El gesto le parecía estúpido. Sus huellas estarían por todo el lugar, pues pasaba mucho tiempo ahí con su amigo, pero debía seguir el protocolo. Revisaron cada rincón de la oficina sin toparse con algo fuera de lugar. Los papeles del escritorio, a excepción del que guardaba con recelo en su bolsillo, eran documentos y carpetas de investigación que debía firmar. Tras casi una hora, Gael se quitó los guantes. Mario estaba guardando las últimas cosas para ir a la morgue.

Gael apagó la luz de la oficina antes de ir a hacer la autopsia.

El trayecto lo pasó en silencio mientras su mente ataba cabos y hacía teorías. No comprendía las razones por las que ese papel estuviera debajo del cuerpo de Lam. Bueno, sí que sabía las razones, pero no iba a decirlo en voz alta. Repasó los últimos días, el jefe se comportaba normal, no había nada que advirtiera del peligro.

El sonido de la plancha metálica al salir del refrigerador lo devolvió a lo que debía hacer. Agradeció que la sábana estuviera ocultando el cuerpo de su amigo. Le costaba trabajo hacerse a la idea de tener que abrirlo para descubrir la razón de su deceso. Mario tomó la tela blanca por las orillas y la quitó. Fue hasta ese momento en el que Gael comprendió del todo lo que estaba pasando. Tragó saliva que apenas sí consiguió pasar porque sentía una enorme roca en la garganta.

—Mario, necesito que reveles las fotografías iniciales para ponerlas en el expediente. —Le pidió cortésmente—. Puedo hacer las cosas yo solo.

—De acuerdo. ¿Puede hacer esto? —indagó con más confianza. Si Gael se sentía abrumado, podía auxiliarlo.

Gael tragó saliva. Quería decir que no. Se negaba a abrir el pecho de su mejor amigo. No era una imagen que quisiera tener por el resto de su vida en la cabeza, pero el papel de su bolsillo le obligaba a hacer las cosas por cuenta propia.

—Sí. Puedo hacerlo —mintió con voz firme y Mario se marchó después de tomar la cámara.

Gael acercó una camilla para mover el cuerpo.

Se puso su bata de laboratorio, un par de guantes y con mucho esfuerzo movió a Lam. Estaba dispuesto a descubrir la verdad. Una vez que estaba cerca de la plancha de autopsias. Procedió, sin quererlo, a quitarle los objetos a Lam.

—Un reloj pulsera —susurró quitándolo y metiéndolo en una bolsa. Tomó las hojas e hizo la anotación—. Anillo de bodas. Cartera y...

Ahí estaba. En el mismo bolsillo donde estaba la cartera. Gael apretó el objeto con toda la intención de desaparecerlo. Le dedicó unos momentos a su amigo. No entendía.

¿Había puesto ese objeto ahí a propósito?

¿Lam sabía que se encargaría de todo?

¿Acomodó las cosas para que él y solo él pudiera encontrarlas?

Los ecos de las voces sin recuerdosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora