Un Crush de la infancia

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En una pequeña ciudad rodeada de colinas y con calles tranquilas, los veranos siempre parecían interminables. Los días estaban llenos de risas, carreras en bicicleta y tardes de fútbol en el parque del vecindario. Leonardo Luna, con apenas diez años, era uno de los chicos más talentosos en la cancha. Desde pequeño, su habilidad con el balón lo había hecho destacar entre sus amigos. Siempre jugaba con una intensidad poco común para su edad, como si ya supiera que su futuro estaba destinado al fútbol profesional.

Pero entre todos esos días de juego y competición, lo que realmente destacaba en sus recuerdos de la infancia era una chica: Alice.

Alice no era como las demás chicas del vecindario. Siempre estaba dispuesta a jugar al fútbol con los chicos, sin importarle ensuciarse o recibir algún golpe. Tenía una energía inagotable y una sonrisa que iluminaba cualquier día. A menudo, ella era la única que lograba seguirle el ritmo a Leonardo en los partidos improvisados en el parque. Era rápida, valiente y decidida, cualidades que Leonardo, aunque solo tenía diez años, no podía evitar admirar.

Había algo en Alice que siempre lograba que Leonardo jugara mejor cuando ella estaba cerca. Quizás era la forma en que se reía cada vez que él hacía un truco con el balón, o tal vez cómo ella nunca se rendía, incluso cuando él la desafiaba con sus habilidades. Pero lo que Leonardo no comprendía completamente en ese entonces, era que estaba desarrollando un crush por ella, una admiración que iba más allá de la simple amistad.

Un día, cuando el sol se escondía detrás de las colinas y las sombras comenzaban a alargarse, Leonardo y Alice se quedaron jugando más tiempo de lo habitual en el parque. Los demás niños ya se habían ido a casa, pero ellos seguían pateando el balón, sin preocuparse por la hora.

—Eres buena, Alice —dijo Leonardo, después de marcar un gol y trotar hacia donde ella estaba—. No mucha gente puede seguirme el ritmo.

Alice, sin aliento pero sonriendo, se encogió de hombros.

—No es tan difícil —respondió con una chispa de competitividad en los ojos—. Solo tienes que intentarlo lo suficiente.

Leonardo sonrió ante su respuesta. Sabía que ella era especial, y no solo porque jugara bien al fútbol, sino por su carácter fuerte y decidido. En ese momento, mientras el sol terminaba de ocultarse, se dio cuenta de que quería pasar más tiempo con ella, incluso fuera de los partidos.

—¿Quieres venir a ver una película en mi casa mañana? —preguntó de repente, con el corazón latiéndole más rápido de lo normal.

Alice lo miró, claramente sorprendida por la invitación. Hasta entonces, su relación se había basado en el fútbol y en pasar tiempo con el resto de los chicos. La idea de pasar tiempo a solas era nueva para ambos.

—¿Una película? —repitió Alice, arqueando una ceja.

Leonardo se encogió de hombros, intentando parecer casual, aunque por dentro estaba nervioso.

—Sí, no tiene que ser algo grande. Solo una película. Mis padres tienen un proyector en el sótano… es bastante genial.

Alice sonrió, claramente divertida por la torpe propuesta de Leonardo.

—Está bien, suena divertido. Pero solo si no eliges una de esas películas aburridas de fútbol —dijo ella, dándole un pequeño empujón en el brazo.

Leonardo rió, sintiéndose aliviado de que aceptara, y también un poco más confiado.

—No prometo nada —respondió juguetón.

Al día siguiente, Leonardo se pasó la tarde nervioso, esperando a que Alice llegara a su casa. Había preparado palomitas y revisado las películas varias veces, optando por una de aventuras, esperando que a Alice le gustara. Cuando finalmente escuchó el timbre de la puerta, su corazón se aceleró.

Alice apareció con una sonrisa, vestida con una camiseta deportiva y shorts, como si estuviera lista para otro partido. Leonardo no pudo evitar sonreír al verla tan relajada, justo como siempre la había conocido.

Bajaron al sótano, que estaba oscuro y fresco, y se sentaron en el sofá grande, frente al proyector. La película comenzó, pero para Leonardo, lo único que podía pensar era en lo cerca que Alice estaba sentada. El sonido de la película se desvanecía en el fondo mientras sentía cómo sus manos comenzaban a sudar.

En una de las escenas más emocionantes, Alice, que estaba concentrada en la pantalla, se inclinó más cerca, involuntariamente rozando el brazo de Leonardo con el suyo. El pequeño contacto hizo que el estómago de Leonardo se revolviera de nervios. Por un momento, deseó poder ser igual de valiente fuera del campo como lo era dentro de él.

Finalmente, decidió que tenía que decir algo, cualquier cosa.

—Oye, Alice… —comenzó, nervioso.

—¿Sí? —respondió ella, sin apartar los ojos de la pantalla.

—Quería decirte algo… sobre el fútbol y todo eso —dijo, intentando encontrar las palabras correctas—. Eres la mejor con la que he jugado. Quiero decir, de todos los chicos y todo… eres diferente.

Alice lo miró entonces, con una expresión curiosa y una leve sonrisa.

—¿Diferente? ¿Cómo?

Leonardo sintió que sus palabras se le atascaban en la garganta. No estaba acostumbrado a decir estas cosas, y mucho menos a alguien como Alice, que siempre parecía tan segura de sí misma.

—Bueno, diferente en el buen sentido. Eres… increíble —soltó finalmente, sintiendo cómo su rostro se calentaba.

Alice lo miró por un momento, sorprendida por su sinceridad. Luego, su sonrisa se suavizó y le dio un pequeño empujón en el hombro.

—Tú también eres increíble, Leo —respondió con una risa—. Aunque a veces eres demasiado competitivo.

Leonardo sonrió, aliviado de que ella no se burlara de él, pero aún sintiendo ese cosquilleo en el estómago que solo Alice le provocaba.

—Gracias —murmuró, volviendo la vista a la película.

El resto de la tarde pasó sin incidentes, pero ese pequeño momento quedó grabado en la memoria de Leonardo por años. Con el tiempo, ambos siguieron caminos diferentes en el fútbol, pero Leonardo siempre recordaba esos veranos, esas tardes jugando y la forma en que Alice, sin saberlo, había sido su primer crush.

Y aunque nunca lo admitió en voz alta, siempre hubo una parte de él que se preguntó si, en algún rincón de su mente, Alice también recordaba esos días con la misma nostalgia que él.

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