Alice siempre había soñado con llegar a lo más alto en el mundo del fútbol, y aunque había trabajado duro para conseguirlo, jamás imaginó que recibiría una oferta como aquella: unas prácticas inmersivas en Francia, bajo la tutela de uno de los mejores delanteros del mundo, el mismísimo Loki, la estrella internacional de la liga francesa. El simple hecho de estar a su lado, aprender de él y vivir esa experiencia, era algo que hacía latir su corazón más rápido. Estaba emocionada, ansiosa… y nerviosa.El avión aterrizó en el aeropuerto Charles de Gaulle, y el fresco aire de París le dio la bienvenida. Las calles empedradas, los edificios antiguos y la Torre Eiffel a lo lejos la hicieron sentir como si estuviera en una película. Sin embargo, su objetivo era claro: aprovechar esta oportunidad al máximo. Loki no era solo una estrella, sino también alguien famoso por su disciplina y su mentalidad de campeón. Alice sabía que tendría que estar a la altura.
El primer día en el estadio donde entrenaba el equipo de Loki fue intimidante. Mientras caminaba hacia el campo de entrenamiento, vio a varios jugadores profesionales entrenando con una intensidad impresionante. Cada uno de ellos parecía tener un propósito claro, una determinación que solo los grandes atletas muestran. Y allí, en medio de todo, estaba Loki.
Con su cabello blanco y su apariencia casi sobrenatural, Loki se movía por el campo con una gracia que Alice nunca había visto en nadie más. Era como si estuviera en otro nivel, no solo físico, sino mental. Incluso los demás jugadores lo observaban con admiración. Alice sabía que aprender de alguien como él no sería fácil, pero estaba decidida a intentarlo.
—Bienvenida, Alice —dijo Loki con su característico tono serio pero tranquilo cuando se acercó a ella tras el primer calentamiento—. He oído que tienes talento. Veamos si es cierto.
La presión de sus palabras era palpable, pero Alice, con los nervios a flor de piel, sonrió con determinación.
—Haré mi mejor esfuerzo —respondió, sintiendo que ese simple intercambio marcaba el comienzo de algo importante.
Los días de entrenamiento fueron duros, más de lo que Alice había imaginado. Loki no era del tipo de entrenadores que daba consejos fáciles o cumplidos rápidos. Exigía perfección en cada movimiento, en cada pase, en cada decisión. Su forma de enseñar era a través de la experiencia. Si cometías un error, él te lo señalaba con precisión, pero dejaba que fueras tú quien lo corrigiera. No daba las respuestas, solo planteaba preguntas.
—¿Por qué tomaste esa decisión? —preguntó un día durante una sesión de práctica en la que Alice había perdido el balón.
Alice, jadeando por el esfuerzo, trató de pensar rápido. Había intentado una jugada arriesgada, un pase filtrado entre dos defensores que no había salido como esperaba.
—Pensé que tenía espacio… —comenzó a explicar, pero Loki la interrumpió.
—No pienses. Siente el juego. La velocidad del fútbol no te da tiempo para dudar. Actúa solo cuando estés completamente segura de lo que haces.
Ese tipo de enseñanza, aunque desafiante, empujaba a Alice más allá de sus límites. Cada día aprendía algo nuevo sobre sí misma y sobre el deporte que tanto amaba. Loki no solo era un genio en el campo, sino también un maestro en la táctica mental. Bajo su tutela, Alice se dio cuenta de que el fútbol no era solo correr y patear un balón; era un juego de mente, de leer al rival, de anticipar, de dominar el tiempo y el espacio.
Pero no todo era entrenamiento físico. Loki también creía en la importancia de entender el entorno en el que jugabas. Un día, después de una semana especialmente agotadora, Loki sorprendió a Alice.
—Hoy no entrenaremos en el campo —le dijo, cruzando los brazos mientras la miraba con esos ojos intensos—. Vamos a la ciudad.
Alice parpadeó, confundida. No podía entender cómo un paseo por París podría ayudarla en su entrenamiento, pero sabía que Loki tenía siempre una razón detrás de cada decisión.
Caminaron por las calles de la ciudad, pasando por cafés llenos de gente, cruzando puentes sobre el Sena y llegando a algunos de los monumentos más emblemáticos. Loki hablaba poco, pero de vez en cuando señalaba algo que consideraba importante. Los movimientos de las personas, la disposición de los espacios abiertos, incluso los artistas callejeros que parecían improvisar sus actuaciones con una maestría inesperada.
—El fútbol es como esta ciudad —dijo finalmente, deteniéndose frente a la majestuosa Catedral de Notre-Dame—. Hermoso, caótico, impredecible. Debes saber cuándo moverte con rapidez, cuándo detenerte, y cuándo dejar que las cosas simplemente fluyan a tu alrededor. El control no siempre es la respuesta. A veces, debes aprender a soltar.
Alice lo miró, procesando sus palabras. Había venido a Francia esperando mejorar sus habilidades técnicas, pero lo que Loki le estaba enseñando era mucho más profundo. Estaba aprendiendo sobre el equilibrio, sobre la paciencia, y sobre cómo el fútbol, como la vida, no siempre era algo que podías controlar.
Los días en París pasaron volando. Cada sesión de entrenamiento, cada conversación con Loki, cada experiencia fuera del campo, dejó una marca en Alice. Ella ya no era la misma jugadora que había llegado semanas atrás. Había aprendido no solo a jugar mejor, sino a pensar mejor, a ver el fútbol desde una nueva perspectiva.
El último día de su estancia, después de un intenso entrenamiento, Alice se encontraba sentada en las gradas, observando el campo vacío, reflexionando sobre todo lo que había vivido. Loki se acercó y se sentó a su lado, en silencio, como solía hacer.
—Has mejorado —dijo finalmente, rompiendo el silencio—. Pero lo más importante, has cambiado la forma en que ves el juego. Eso es lo que realmente marca la diferencia.
Alice lo miró, sintiendo una gratitud profunda por todo lo que había aprendido.
—Gracias, Loki. Esto ha sido más de lo que esperaba.
Loki esbozó una leve sonrisa, algo raro en él.
—El verdadero desafío comienza cuando vuelvas a casa. Asegúrate de aplicar lo que aprendiste aquí, tanto dentro como fuera del campo.
Alice asintió, sabiendo que esas palabras eran más que un simple consejo. Eran un recordatorio de que, aunque su tiempo en Francia había sido increíble, lo que realmente importaba era cómo llevaría esas lecciones al resto de su carrera, y a su vida.
París, con sus luces, su historia y sus enseñanzas, siempre tendría un lugar especial en su corazón. Pero más allá de la ciudad, lo que realmente llevaría consigo sería la influencia de Loki y todo lo que él le había enseñado sobre el fútbol… y sobre sí misma.