Shizune despertó lentamente, con la cabeza aturdida y el cuerpo adolorido. Lo primero que notó fue el olor a hierbas y tierra húmeda. Sus ojos se abrieron, y lo que vio la sorprendió. Estaba dentro de una pequeña cabaña de madera, iluminada suavemente por la luz de las velas. Intentó moverse, pero un dolor agudo en su pie la hizo detenerse. Aunque, para su sorpresa, no había ninguna herida grave. Se incorporó lentamente y bajó la mirada para inspeccionar su pierna. No había rastros visibles de las mordidas ni de las terribles laceraciones que había sufrido, pero sentía un dolor punzante que la mantenía alerta.
-¿Qué...? -murmuró, confundida, mientras sus dedos rozaban con cautela su tobillo.
En ese momento, una voz suave y melodiosa llenó la habitación.
-No intentes moverte demasiado rápido -dijo la voz con dulzura-. He hecho lo que pude por tus heridas, pero el dolor persistirá un tiempo.
Shizune levantó la mirada y vio a una mujer mayor entrando en la habitación. Era de estatura pequeña, con el cabello gris recogido en un moño suelto, y una expresión tranquila. Llevaba un vestido sencillo, adornado con pequeños colgantes que parecían estar hechos de raíces y hojas. Su mirada era cálida, pero sus ojos parecían contener una sabiduría profunda y antigua.
-¿Quién eres? -preguntó Shizune, aún algo aturdida por los eventos recientes.
-Mi nombre es Mara -respondió la mujer con una pequeña sonrisa, acercándose a la mesa y sirviendo un poco de té caliente en una taza de cerámica-. Y tú, joven, has sido muy afortunada de haber sobrevivido a las pruebas de este bosque.
Shizune trató de incorporarse por completo, pero el dolor en sus manos la hizo detenerse. Sus dedos estaban vendados con tiras de tela, y al mirarlos, recordó cómo las lianas espinosas se habían clavado en su piel cuando intentaba escapar de aquella trampa mortal.
-Mis manos... Mi pierna... -dijo Shizune, levantando las vendas ligeramente para inspeccionar.
Mara asintió, con una sonrisa serena.
-Las heridas eran profundas, pero las curé lo mejor que pude. No desaparecerán por completo, pero el tiempo hará el resto. -Se acercó y le ofreció la taza de té-. Bebe esto, te ayudará a calmar el dolor.
Shizune aceptó la taza con agradecimiento, pero su mente ya estaba en otro lugar. Sabía que no tenía tiempo que perder. Aunque su cuerpo aún estaba débil, la preocupación por Tsunade ardía en su corazón. Bebió un sorbo, y el té cálido recorrió su garganta, dándole una pequeña sensación de alivio.
-Gracias por salvarme -dijo Shizune, inclinando la cabeza en señal de respeto-. Pero no puedo quedarme. Tengo que volver a Konoha cuanto antes. Tsunade-sama... ella está gravemente enferma. Y he venido aquí porque necesito encontrar una planta que dicen que está en este bosque, algo que puede salvarla.
Mara se sentó frente a Shizune, con una sonrisa enigmática, y la escuchó en silencio mientras le contaba todo. Shizune explicó cómo Tsunade estaba al borde de la muerte, y cómo había oído hablar de una planta rara que podía curar cualquier enfermedad, aunque su uso estaba prohibido.
Al terminar de hablar, Shizune la miró con urgencia.
-Por favor, necesito esa planta. Tsunade-sama no tiene mucho tiempo.
El rostro de Mara se suavizó, pero en sus ojos apareció una sombra de duda.
-¿Tsunade, dices? -susurró, su voz adquiriendo un tono reflexivo-. Esa mujer... he oído hablar de ella. No cree en la magia ni en las artes antiguas. Lo que me pides es algo que ella nunca aceptaría.
Shizune se quedó en silencio por un momento. Sabía que Mara tenía razón. Tsunade siempre había confiado en la ciencia médica, en el poder del chakra y en sus propias habilidades como ninja médica. La idea de que algo como la magia pudiera salvarla era una contradicción a sus principios. Pero Shizune no podía rendirse.