Hace más de una hora me encontraba despierta, algo inquieta.
Lavé mi rostro, que por suerte hoy lucía plenamente descansado, y no demacrado por los escandalosos sueños que en ocasiones invadían mi mente.
Estaba agradecida, al menos así, hoy no me juzgarían por lucir como un andrajo descuidado. Una cenicienta del siglo XXI.
Cuando ya fue hora de ir hacia la facultad, armé una trenza con mi cabello, jalándo suavemente, pues para mí, el cabello irradiaba luz, y cuando poseías poca, este te daba el poder suficiente para poder seguir adelante, una especie de guía, o por lo menos así decía mi padre.
Una vez listo mi peinado, baje las escaleras. Cuando mi madre me vio, una sonrisa se extendió a través de su rostro; luego de mucho tiempo volvía a estar feliz, llena de orgullo.
-Rose, te ves hermosa, eres mi princesa, como tu... ven aquí Rosie- pausó, notó que estaba entrando en aquella herida que a ambas nos había sido duro de superar. Claramente extrañabamos a John, mi padre, aunque debía estarnos cuidando desde su lugar.
Nuestros ojos se cristalizaron, las lágrimas no tuvieron oportunidad de hacerse presentes, pero si se lograba percibir el nuevo ambiente creado en la habitación, aún cuando últimamente este era habitual; pues la angustia no podía ser desechada de nuestra rutina.
Nos despedimos, y le hice prometer a mi madre que no sufriría en mi ausencia.
Salí a paso rápido de mi casa, ya que me tomaba 30 minutos llegar hasta la facultad en bicicleta.
Una vez sobre mi moderno vehiculo no motorizado, me hice camino hasta mi destino. Mi bolso golpeteaba en el canastillo de la parte delantera y mi espalda dolía con cada golpe contra un bache.
Si me pagaran por ser tan torpe y quejumbrosa, sería millonaria o tal vez una errrabunda desdichada, en busca de comida, vestimenta, y un hogar.
Luego de mis afanosas conclusiones llegué al último cruce, miraba al frente, el viento soplaba amablemente y ningún auto o peatón parecía interponerse en mi camino, seguí.
Vi a una niña que me observaba atentamente desde el lado contrario de la acera. Pude apreciar que llevaba algo en sus manos; conforme me fui acercando comprobé que ese objeto era conocido para mi.
Me aproximé a la chica, parecía espectante por mi reacción.
-Hola, soy Rosalie, ¿Tú eres?- esbocé una sonrisa
-Me llamo Glimmer- respondió en un susurro. Era hora de averiguar como consiguió lo que traía con ella.
-Que lindo pañuelo que traes, ¿De dónde lo has sacado pequeña?- ella miró hacia atrás como si alguien la vigilara. Me preocupé.
-Me lo ha dado un joven cuando venía por el camino, luego se fue, no pude agradecerle- miró hacia sus pies, estaba avergonzada de no decir gracias, pobre.
Esperaba que el pañuelo no lo hubiesen robado desde la tumba de Harry o algo parecido.
-¿Puedo verlo?- ella asintió.
Lo tomé en mis manos, era su pañuelo; lo acerqué a mi nariz y lo olfatee, encontrando su aroma a menta tan característico.
Pero, ¿Por qué lo tenía alguien más?
¿Por qué se lo dieron a esa pequeña?
No era lógico, que alguien tuviese en su poder el pañuelo de Harry. Él no tenía hermanos, ni muchos amigos con los que compartir.
Fuese como fuese, quería traer ese pañuelo conmigo, entonces le ofrecí un trato a la chica.
-Verás, Glimmer, este pañuelo es muy importante para mí, ¿Podrías dármelo? Yo te daré un helado o una muñeca, ¿Bien?- su rostro se iluminó, claramente estaba emocionada por la idea.
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Phantom [h.s]
Teen FictionNi siquiera la muerte puede separar dos caminos que siempre debieron estar unidos. +++ -¿Recuerdas cuando prometí estar siempre para ti Rose?- -Sí. -Entonces, déjame cumplir mi promesa. +++ -"Quizá, ahora, no pueda darte mi cariño físicamente, pero...