3

2 1 0
                                    


Capítulo 3

Victoria Palmer

Hoy es viernes, por lo tanto, podré descansar del trabajo y de mi jefe, alias "el Ogro". Tengo planeado salir un rato a Central Park para hacer un picnic con mi mejor amiga, Isabella, o como yo le digo, Isa. Desde hace dos semanas hemos intentado coincidir para vernos, pero no hemos podido porque mi jefe me pidió que viajara con él para cerrar unos tratos con unos rusos. Esa reunión fue un poco rara, pero bueno, eso no importa ahora.

Sigo organizando la agenda del lunes y el resto de la semana para que luego no se me acumulen las cosas. Lo bueno es que ya estoy terminando, y se acerca la hora de salida. Miro el reloj: faltan diez minutos para las seis. Ya casi siento la libertad, como si el peso de la oficina se desvaneciera poco a poco. El silencio de la oficina, roto solo por el murmullo lejano de algunos compañeros de trabajo, es una especie de respiro antes de mi gran escape.

De repente, suena el teléfono con el que me comunico con "el Ogro". Ese sonido me arrastra de vuelta a la realidad. Respiro hondo antes de contestar.

—¿Sí, señor? ¿Necesita algo? —pregunto por el intercomunicador.

—Ven a mi oficina —dice, y sin más cuelga.

Dios, qué grosero. Este hombre no conoce las palabras "por favor" o "gracias", ¿verdad? Refunfuñando, toco la puerta de su oficina tres veces, esperando el "pase" habitual. Luego, entro, cierro la puerta detrás de mí y me acerco a su escritorio, intentando no rodar los ojos.

—Siéntese, señorita Palmer —dice con su habitual tono serio y distante.

Me siento frente a él, cruzando las piernas bajo la mesa, y hablo.

—¿Para qué me necesita, señor Evans?

Él me mira fijamente, como si estuviera evaluando cada uno de mis movimientos. A veces me pregunto qué pasa por su mente cuando me mira de esa manera, pero prefiero no adentrarme demasiado en ese misterio.

—Necesito que prepares tus maletas y tu pasaporte. Mañana volamos a primera hora a Italia —me dice sin rodeos, su tono imperturbable.

Dios, este hombre parece un dios griego; sin hacer absolutamente nada, se ve extremadamente atractivo. Y no puedo evitar notarlo, aunque me irrite admitirlo. Sin embargo, la realidad me golpea como un cubo de agua fría: mi fin de semana perfecto se ha arruinado. Adiós picnic en Central Park, adiós a las risas con Isa, y hola a otro viaje inesperado con el Ogro.

—Está bien, señor. ¿A qué hora salimos? —digo, intentando mantener la compostura, aunque por dentro grito de frustración.

—A las siete de la mañana estaré en la acera de tu casa —responde con la misma seguridad de siempre.

—Espere un momento, señor. ¿Cómo va a llegar si no sabe dónde vivo? —le digo, con una sonrisa sarcástica asomando en mis labios. Esto parece desconcertarlo, lo cual es raro.

—N-no, es que... estaba en tu hoja de vida —dice, visiblemente incómodo. Por un segundo, veo una grieta en su fachada impenetrable, pero rápidamente vuelve a su semblante habitual.

—Claro, se me había olvidado —respondo tranquilamente, aunque internamente me pregunto si realmente revisó mi hoja de vida o si ha hecho algo más inquietante. Sacudo esa idea de mi mente rápidamente.

Él asiente, aunque sus ojos no dejan de estudiarme.

—Muy bien, señor Evans, ¿necesita algo más? —pregunto, deseando que esta reunión termine pronto para poder irme y procesar lo que acaba de suceder.

—Lleva ropa elegante e informal —responde, antes de hacer un gesto vago con la mano, indicándome que la reunión ha terminado.

Asiento y me pongo de pie.

—Adiós, señor Evans —me despido, tratando de sonar profesional.

—Buenas noches, señorita Palmer —responde con su tono frío.

Cuando cierro la puerta de su oficina, suelto un suspiro de alivio. No puedo creerlo, otra vez mi jefe se ha interpuesto en mis planes. Mientras recojo mis pertenencias, tomo el teléfono y le escribo a Isa un mensaje rápido.

"Isa, lo siento mucho, pero voy a tener que cancelar nuestro picnic. Mi jefe me arruinó el fin de semana otra vez. Mañana me lleva a Italia por trabajo. Prometo que lo compensaremos. Te llamo más tarde."

Guardo el teléfono en el bolso, resignada a que mi fin de semana perfecto se ha convertido en otro viaje de trabajo. ¿Cuántos de estos sacrificios más tengo que hacer? A veces pienso que debería buscar otro empleo, pero luego, recuerdo cuánto me gusta lo que hago, aunque odie a mi jefe. Y la verdad, ¿Quién puede renunciar al tan magnifico salario que recibo?

Mientras bajo en el ascensor, una sensación de nerviosismo se instala en mi estómago. Este viaje a Italia tiene un aire distinto, y no sé si es porque mi jefe me está observando de una forma diferente últimamente o porque, de alguna manera, siento que algo más va a pasar. 









Holaaa, esper que se encuentren bien, no había podido subir capítulos cada lunes porque estaba en semana de parciales :(

pero menos mal que ya acabó, esperen el próximo capitulo con ansias.

Gracias por leer :) 

Perversa AdicciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora