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DIMITRIO


Entré al despacho de mi padre con una mezcla de diversión y resignación. Lo vi concentrado, leyendo unos papeles con esa seriedad característica suya. Solté un suspiro antes de hablar.

—Firmes, almirante —dije, con un tono algo dudoso, intentando aligerar el ambiente—. ¿Cómo estás, papá?

Él ni siquiera levantó la vista de los documentos que tenía frente a él.

—Mucho mejor, sí —dijo con voz firme—. Dime, ¿qué ha pasado con el asunto de tu trabajo? Es imposible que en todo este tiempo no hayan encontrado dónde ubicarte en la marina.

Me dejé caer en el sillón frente a su escritorio, cruzando una pierna sobre la otra, buscando el tono más casual posible.

—Pues, tu amigo, el capitán, me sigue dando largas —contesté, rodando los ojos—. Ahora resulta que tengo que esperar 15 días porque hay un reajuste de personal. No sé, papá, me está haciendo perder mi tiempo.

—¿Ahora son 15 días más? —repitió, claramente irritado.

—Pues, es lo que yo digo —respondí, encogiéndome de hombros.

Papá dejó los papeles a un lado y me miró fijamente. Ese tipo de mirada que me hacía sentir como si estuviera a punto de recibir una orden.

—Sabes qué... ya me siento mejor, eh —dijo, y no pude evitar sentir una ligera punzada de nervios—. Voy a ir personalmente a ver a Ignacio para que me explique qué es lo que está pasando.

Me incliné hacia adelante, levantando las manos para detenerlo.

—No, no, no. Ni vayas, ¿eh? Porque no está. Se fue al D.F., por eso tengo que esperar 15 días.

Papá frunció el ceño, claramente dudando de lo que decía.

—No te creo, Dimitrio.

Le señalé el celular que estaba sobre su escritorio, intentando parecer lo más despreocupado posible.

—Márcale —le reté, sin perder la compostura.

—Es lo que voy a hacer —respondió, levantando el teléfono y marcando el número.

Me recosté en el sillón mientras lo escuchaba hablar con Ignacio. Papá asentía con la cabeza, respondiendo con frases cortas, hasta que finalmente terminó la llamada.

—Muy bien, gracias —dijo, antes de colgar.

Me enderecé en mi asiento, con una sonrisa de satisfacción.

—Ya ves —dije, intentando ocultar mi satisfacción—, ¿me crees o no?

Papá me miró por un momento más, luego suspiró y asintió.

—Está bien. Puedes irte.

Me levanté de inmediato, llevándome la mano a la frente en un saludo exagerado.

—¡Firmes, almirante! —dije con una sonrisa juguetona antes de salir del despacho, cerrando la puerta detrás de mí con una sonrisa en los labios.

Al salir del despacho, apenas di unos pasos y vi a Adolfo dando vueltas como loco, con una expresión de desesperación en la cara.

—¿Qué onda? —le pregunté, levantando una ceja—. ¿Por qué tanta prisa?

Adolfo me miró, respirando acelerado como si hubiera corrido una maratón.

—Listo, todo listo. En una hora vas a verla —dijo, casi sin aliento.

Fruncí el ceño, sin entender a qué se refería.

Una vez más | Dimitrio Mendoza Donde viven las historias. Descúbrelo ahora