capitulo uno

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Abriel Thompson miraba por la ventana en la calidez de la tarde, con su cabello castaño claro enmarcando su rostro, sus ojos azules brillando con una mezcla de emoción y ansiedad. La joven esperaba con impaciencia a su hermana Adeleine, a quien no había visto en más de cinco años. Su padre, el marqués Amaury Thompson, se había convertido en un hombre tan reconocido y admirado en Inglaterra que le aterraba no estar a la altura de sus expectativas. Adeleine se había comprometido con Timothy Taylor, un hijo menor del conde de España, y Abriel no podía evitar preguntarse cómo sería el futuro que les esperaba.

—Señorita Thompson, su padre ha llegado —anunció la mucama, interrumpiendo sus pensamientos.

Abriel bajó las escaleras de caracol con tanta prisa que su vestido de princesa se enredó en sus pies. Su padre le había pedido que se vistiera elegantemente para recibir a Timothy. El vestido era largo, de una sola pieza, con un cuerpo ajustado y una falda amplia. Una característica distintiva era la botonadura que descendía desde el escote hasta los pies.

—¡Maldición! Qué golpe me he dado, señora Sevilla. No le diga a mi padre que blasfemé, se lo ruego —suplicó, con la cabeza agachada.

La señora Sevilla, vestida con un elegante conjunto negro y blanco y un bonete atado bajo la barbilla, no pudo evitar sonreír.

—No diré nada, señorita —respondió, mirando al suelo.

La mansión de los Thompson era enorme, con un patio tan hermoso que la misma Reina lo describía como un paraíso. Sus grandes torreones, ventanas con formas apuntadas y porches que rodeaban la construcción, junto con la decoración excesiva de su interior, dejaban en claro el poder económico de la nueva clase dominante. Jarrones orientales y elementos de diseño influenciados por la India adornaban cada rincón, testimonio del gusto del propietario.

—¡Abriel, mi niña! —gritó su padre con emoción.

Ella corrió hacia la entrada. Su padre solía usar un morning coat, una chaqueta larga de excelente corte que se abotonaba hasta la cintura, con un diseño sencillo y elegante. Era corta por delante y larga por detrás, y siempre lucía impecable.

—Padre, qué alegría. Dos semanas sin ti ya parecen años. Te extrañé tanto —exclamó, abrazándolo con fuerza.

Su padre se rió, sorprendiendo a Abriel al quedarse sin aliento.

—Vaya, querida hermana, tu fuerza es tan brutal como la de cien hombres —dijo en tono burlón.

Abriel rodó los ojos y lo abrazó nuevamente.

—Bien, querido hermano, ¿quién es el desafortunado que se convertirá en tu futuro esposo? —respondió con sarcasmo, mirando hacia la entrada.

Se quedó perpleja al ver a un hombre de buen porte, refinado, cuya belleza era tan cautivadora como el amanecer de verano. Sus ojos eran de un verde claro, su cabello castaño oscuro, y su sonrisa, la más hermosa que Abriel había visto.

—Es un placer, mi nombre es Timothy Taylor —se presentó, estrechando su mano—. Duquesa Abriel, ¿se encuentra bien? —carraspeó, notando su incomodidad.

Al tocar su mano, un escalofrío recorrió a Abriel. ¿Qué estaba pasando? El aroma de su perfume la envolvía, era extraño y desconcertante. Sus miradas se cruzaron, y en ese instante, Cupido lanzó su flecha. Las campanas sonaron, marcando un nuevo comienzo.

—Hace demasiado calor —dijo Adeleine, interrumpiendo la tensión—. No soporto más. Abby, ¿podrías mostrarle la casa a Timothy?

Abriel asintió, y Timothy caminó a su lado, sintiendo cómo su corazón latía con fuerza. Apretó sus manos, luciendo guantes blancos que contrastaban con el vestido pesado que llevaba. Deseaba estar en su habitación, sumergida en una tina de agua fría. Timothy, por su parte, hablaba del clima en España.

—Aquí está mi lugar favorito de la casa: el jardín. Lo siento, pero me quitaré los guantes. Mi padre dice que debo usarlos, pero este calor es irritante.

Él sonrió, observándola atentamente.

—La entiendo perfectamente. Yo desabotonaría las mangas de mi camisa y andaría descalzo con los pies hundidos en el pasto húmedo —confesó, mientras se desabotonaba las mangas, dejando al descubierto sus brazos. Abriel lo observó con atención.

Movió la cabeza y desvió la mirada.

—Haría lo mismo, de hecho, lo hago bastante seguido. Me encanta sentir el pasto húmedo, el barro, recostarme y admirar las rosas y los tulipanes del jardín. Podría estar horas sumergida en esa vista, especialmente después de las lluvias.

Era un hermoso anochecer; el cielo estaba pintado de tonos anaranjados con nubes esponjosas a su alrededor. Timothy la observaba con curiosidad, admirando su cabello rizado, tan hermoso como su peculiar manera de ser. Hablaban como si fueran viejos amigos, desafiando las miradas de los empleados que los rodeaban.

—Me gustó hablar con usted —dijo Timothy, sonriendo.

Abriel le devolvió la mirada, sintiendo que el tiempo se detenía.

—A mí también, Timothy —respondió, su corazón palpitando con la promesa de lo que estaba por venir.

En ese instante, Abriel se dio cuenta de que algo en su interior había cambiado. Las dudas sobre su valía y su lugar en la familia parecían desvanecerse, al menos por un momento. Mientras compartían risas y anécdotas, comenzó a vislumbrar un futuro lleno de posibilidades, un futuro que podría incluir a Timothy. Sin embargo, en el fondo de su corazón, una pequeña voz le advertía que este nuevo deseo podía traer consigo complicaciones inesperadas, pero por ahora, solo quería disfrutar de este mágico instante


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