♜. 𝔠𝔞𝔭𝔦́𝔱𝔲𝔩𝔬 𝔡𝔬𝔰.

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Vanitas apretó la cara contra los barrotes

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Vanitas apretó la cara contra los barrotes.

Hacía unas cuantas horas se habían llevado a Louis, a rastras, prácticamente. Para eso hicieron falta tres guardias, y varios golpes por el camino, para ascenderlo por la escalera y hacerlo desparecer de su vista. Él había gritado y propinado algunos golpes, pero de nada había servido. También ignoraron sus súplicas, para que lo dejaran en paz.

Agobiado por su nueva situación, esperaba que su nuevo amigo se encontrara bien. Quería creer que se trataba de un malentendido, otra cosa, y que Louis quedaría finalmente libre, sin ser herido. Pero en el fondo, sabía que la respuesta era otra.

No quería hacerle frente, pero conocía a Donatienn y que nunca actuaba para bien de los demás, solo para él de sí mismo. Y teniendo en cuenta eso, Vanitas pensaba que esa sensación de alivio sobre su conversación iba a resultar ser la última.

Se retorcía sus suaves palmas una y otra vez, mientras no dejaba de recorrer los lados de la celda de aquí para allá. Le resultaba demasiado complicado asimilar todo lo que había descubierto; ahora resultaba que el hijo del duque Hammond, Roland, ocupaba su liderazgo e impulsaba una rebelión, haciéndole frente al poder impasible de su padrastro.

Pensar en Roland avivó su esperanza. De repente, la celda le pareció bastante pequeña.

No podía soportar aquel olor a moho y que siempre hubiera insectos como cucarachas, correteando por las noches, sobre las paredes o los barrotes. Ya no podía soportar estar alejado del mundo real. Todo lo que había permanecido aletargado tantos años sobre su corazón, despertó de nuevo sobre su interior. Necesitaba salir, más que nunca.

Alejarse de aquella prisión húmeda y oscura, buscar a Roland y ayudarlo en la revolución.

Casi al mismo tiempo que aquel pensamiento surcaba su mente, de pronto, oyó un grave graznido. Se volvió y distinguió una única urraca posada en la cornisa del castillo. Su brillante pelaje negro resaltaba en ese ambiente tan ennegrecido. Permaneció apostada en su ventana, a través de los barrotes, observándolo por arte de magia.

Atraído, se aproximó a la ventana y la contempló.

Esta batió las alas una vez y las plumas oscuras reflejaron la luz del sol.

—¿Estás tratando de hablarme? —murmuró Vanitas, temiendo que fuese producto de su imaginación—. ¿Qué hacéis aquí, pequeño?

Sin embargo, esa ave parecía mucho más interesada en dar saltos a lo largo de la cornisa hasta el lugar donde el techo de la torre se inclinaba hacia el suelo. Las tejas de madera estaban podridas en algunos puntos y la oscura brea parecía pegajosa por el calor del sol.

Tardó un instante en descubrir el clavo que rodeaba, uno que sobresalía del tejado bajo la ala del pájaro. Estaba en un rincón, a su alcance.

Vanitas impresionado por la aparente ayuda dela ve, extendió un brazo entre los barrotes metálicos y agarró el clavo. Tenía ocho centímetros de longitud y la mitad seguía incrustada en la madera. Lo movió varias veces entonces, hacia adelante y hacia atrás con presión, repitiendo ese movimiento varias veces hasta que quedó flojo.

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⏰ Última actualización: Oct 14 ⏰

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𝗩𝗔𝗡𝗜𝗧𝗔𝗦 𝗔𝗡𝗗 𝗧𝗛𝗘 𝗛𝗨𝗡𝗧𝗘𝗥, VanoéDonde viven las historias. Descúbrelo ahora