Capítulo XXXV

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Annemarie

La ansiedad me consume lentamente, escucho la melodía de un violín que suena casi de manera angelical.

Todos en mi habitación se habían retirado a excepción de Agatha, me sentía confundida hasta podría decir que abrumada, sabía que afuera había muchas personas expectantes. Quería verlo, a su vez no sabía qué hacer, siempre que Karenina hacía Apto de presencia todo se volvió un caos, incómodo, como si el mero hecho de qué ella estuviera aquí todo se volvía gris, la mujer con las peores vibras que he conocido en toda mi vida.

Camino de vuelta al espejo sólo para verme, me veía diferente, me sentía diferente, era diferente, este día no sólo era el gran día sino que era la marca de un antes y un después en mi vida, la segunda marca, desde que llegué a Rusia Todo de mí ha cambiado, se podría decir que el 90% había sido un cambio excepcional ¿Pero a qué costo?

hoy definitivamente, indudablemente irreversible, hoy comenzaba a ser oficialmente la Matrioska de la mafia roja, la madre de la mafia roja, la reina de la mafia roja.

Si alguien me dijera que tú me convertiría posiblemente lo creería un loco, si cuando el mismísimo eros me lo dijo era incapaz de creerle, pero aquí estoy lista para firmar ese papel, para convertirme oficialmente en suya.

Mis ojos estaban más claros de lo normal, no precisamente por el color sino por el brillo que hay ellos, mi piel como la porcelana, sonrojadas brillosa sana impoluta.

Mi vestido bastante sencillo, a comparación con el que usaría mañana, pero no dejaba de ser una perfecta combinación entre despampanante, elegante y discreto.

La parte superior se pegaba a mi pecho y así continuaba hasta más abajo de mis glúteos, con un corte estilo sirena, con algunos detalles en encaje fino.

—Señorita, es la hora —me indica Agatha.

Voltea en su dirección ella también estaba lista, como en otras ocasiones sería mi chaperona, aunque en estos últimos meses había prendido algunas palabras en ruso no eran lo suficiente para entablar una conversación con alguien.

Sabía que hoy habrían personas importantes, algunas de ellas ya me conocen, pero otras sería la primera vez que me vería, que sabría quién soy, que vería mi rostro en persona, eso se sentía extraño, todavía me resultaba increíble que personas tan importantes como ellos estuvieran ansiosos por conocerme.

Camino detrás de Ágatha, dejando atrás mi habitación, voy con ella por el pasillo hasta la escalera trasera, en donde me espera mi padre con su esmoquin negro, iba perfectamente peinado, los ojos ligeramente humedecidos, la nariz algo roja, una combinación entre feliz y afligido, él como yo está sorprendido de verme, de ver en quien me he convertido, de ver en quien eros ha convertido.

—Te ves espectacular Annemarie, eres la novia más hermosa que he visto en toda mi vida y no lo digo porque seas mi hija, si no porque pareces un ángel — dice con la voz quebrada.

—Muchas gracias Papá — le respondo tranquila.

El hombre me atiende su brazo para guiarme hacia el altar y yo gustosa lo tomo, justo en ese momento la melodía cambia, un piano acompaña ahora al violín y aunque no oigo claramente juraría que escucho más instrumentos.

Bajo las escaleras tranquila, con la mayor paciencia del mundo, la ansiedad me aborda y un nudo se ata en mi estómago retorciéndose por la ansiedad.

Cuándo mis pies tocan el suelo siento que me voy a desvanecer, pero a mi padre me toma y no me deja caer compartimos una mirada, una mirada ansiosa, él está igual o peor que yo.

El Collar de los Rubíes RojosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora