La caja negra

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Siempre me pasaba las tardes vagabundeando por ahí, con las manos entre los bolsillos, divagando entre murmullos y fingiendo monólogos internos. El crepúsculo de aquella vez era sombrío, con grandes nubes de lluvia, casi brisando. Este clima genera para mi la ocasión perfecta para sentarme en la banqueta de la esquina en la 97, a presenciar como en esa curva mortal, cerradísima y llena de baches ocurren accidentes cada cinco minutos debido al asfalto mojado y resbaloso. 
Ya instalado en la banqueta, mi mente se puso totalmente en blanco, ignorando la presencia de unos señores de la tercera edad quemando flores verdes a unos pocos metros de mí. Uno de ellos, el que aparentaba más longevidad, volteó a verme con su rostro pálido y arrugado, con un cierto aire de desprecio, se aproximó a donde estaba sentado y me susurró:
-Tu... eres igual a ellos -señalando a los conductores  que pasaban por la calle mortal -Ya verás como acabarás.
Aquel hombre me entregó una caja negra, sin más, dio media vuelta y desapareció  al doblar la esquina.
Estuve algo desconcertado por la misteriosa interacción, pero lo dejé pasar. En ese momento me fijé en como la lluvia empezaba a hacerse más fuerte  y la noche más oscura. 
Volví a casa a eso de las 2:10 a.m. Entré en mi habitación, dejé la caja en el nochero y me senté en el borde de la cama, apenas hasta ese momento me había entrado la curiosidad de saber lo que había adentro de la caja, pues lo que más me había extrañado era el dialogo genérico del señor que quizás estaba bajo los efectos de esas flores verdes, entonces era fácil suponer que eso era lo que había allí adentro. Sin embargo, con las expectativas por el suelo y con un disgusto notable, me dispuse a abrir el paquete.
Era un corazón humano, su color era negro, su estado putrefacto, emanaba un olor fétido y por él se arrastraban gusanos parásitos, ayudando a la progresiva descomposición del órgano.
En ese momento, sorprendido y con una sonrisa dibujada en mi rostro de oreja a oreja, me dirigí a la bodega del sótano, a dejarlo junto con los otros. Esta vez, decidí no comérmelo, cómo una prueba de humanidad y para demostrar que no estoy loco.
Mi novia, de sangre fría, piel pálida y apariencia esquelética, me observó por el rabillo del ojo, como con aires de desaprobación. Ante esto, respondí con arrogancia: 
-¡Cariño!, solo los vivos me pueden juzgar- y procedí a darle un beso en sus fríos labios.
Mientras encontraba el lugar indicado en el museo para mi nueva adquisición, pensé en aquel anciano de la banqueta, me pregunté ¿Qué lo habrá llevado a brindarme este obsequio?
¿Acaso él también colecciona órganos para exhibirlos como trofeos?
Aclararé al lector, que mi hobby casual está absuelto de asesinatos, jamás le haría daño a una persona viva. Algunas reliquias vienen de parte de accidentes brutales en la calle mortal de la 97, otras, de asaltos a tumbas.
Un escalofrío me recorrió al escuchar el sonido de timbre de un teléfono celular cuando se está haciendo una llamada.


La oscuridad me odiaWhere stories live. Discover now