Prólogo

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La noche estaba oscura, pero las llamas iluminaban el cielo como un faro en la tormenta. El aire estaba cargado de humo y el sonido de gritos resonaba en los pasillos de la casa Todoroki. Shoto, con su corazón acelerado, sabía que este era el momento. Aprovechando la confusión del incendio, miró a su alrededor, buscando una salida.

Touya, su hermano mayor, estaba en la sala, sus ojos reflejando el fuego que devoraba el hogar que una vez conocieron. A pesar del caos, había algo en su mirada que Shoto no podía ignorar: una mezcla de determinación y desesperación.

—¡Touya, detente! —gritó Shoto, su voz temblando entre el pánico y la urgencia.

—No puedo… no puedo controlarlo —respondió Touya, su tono grave. Las llamas danzaban a su alrededor, pero parecía estar en su propio mundo, atrapado en un conflicto interno.

—¡Touya! —gritó al sentir su piel empezar a quemarse, pero el eco del fuego ahogó sus palabras.

—Sal de aquí —ordenó el mayor —¡Ahora!

El fuego comenzaba a tornarse azul y se volvía cada vez más intenso, Shoto tomó su decisión. Con el corazón hecho trizas, se dio la vuelta y corrió hacia la salida. El calor lo envolvía, pero su mente estaba clara: debía escapar. Cada paso lo alejaba de la casa, de su familia, y del fuego que consumía su vida.

Una vez fuera, el aire fresco le dio un respiro temporal. Miró hacia atrás, viendo cómo las llamas devoraban todo lo que había conocido. Su pecho se apretó al pensar en Touya, pero sabía que no podía hacer nada más.

Con la mente nublada, Shoto corrió por las calles, el sonido de la sirena de los bomberos resonando a lo lejos. Se adentró en un callejón oscuro, buscando refugio. Se sentía solo, perdido en un mundo que parecía estar en llamas.

Debía volver, querías salir corriendo devuelta a casa y ser consentido por sus hermanos mayores, sin embargo, algo en él no quería hacerlo, no quería volver a los entrenamientos agotadores de su padre, al vacío que sentía cuando estaba solo, y sobre todo, no quería volver a sentir el desprecio de su hermano mayor.

Después de un rato, llegó a un parque vacío. Sus piernas temblaban, y se dejó caer en un banco. Allí, en la soledad, fue cuando se dio cuenta de que el peso de la culpa lo ahogaba.

Con un último vistazo a las llamas que consumían su hogar, Shoto dio un paso hacia el futuro, dejando atrás su pasado, aunque el fuego aún ardía en su interior.

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