Cap1

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Una tarde de otoño, Clara y Sofía caminaban juntas por un parque cercano a su casa. Las hojas crujían bajo sus pies mientras una suave brisa movía sus cabellos. A pesar de la tranquilidad del ambiente, Clara notaba que Sofía estaba algo distraída, mirando al suelo y jugando nerviosamente con las mangas de su suéter.

—¿Estás bien? —preguntó Clara, deteniéndose frente a ella.

Sofía levantó la vista, sorprendida por la pregunta, pero luego asintió con una leve sonrisa.

—Sí, es solo que... he estado pensando en algo.

—¿En qué? —Clara tomó suavemente la mano de Sofía, sintiendo cómo los dedos de su novia temblaban ligeramente.

—Nosotras —dijo Sofía, mirando el cielo, como si las palabras fueran difíciles de pronunciar—. Lo que somos. Lo que la gente podría pensar.

Clara frunció el ceño, preocupada.

—¿Alguien te ha dicho algo?

Sofía negó con la cabeza rápidamente.

—No, no es eso. Es solo que... a veces me siento insegura. Quiero poder caminar contigo sin pensar en qué dirán. Quiero... ser libre.

Clara sonrió y apretó la mano de Sofía con más fuerza.

—No importa lo que piensen los demás. Lo único que importa es cómo nos sentimos nosotras, aquí —dijo, colocando su mano en el corazón de Sofía—. Y yo sé que te amo, y eso es lo único que necesito saber.

Sofía la miró durante un largo momento, como si buscara en los ojos de Clara alguna respuesta definitiva. Finalmente, suspiró y sonrió, una sonrisa tímida pero sincera.

—Tienes razón. A veces me olvido de lo importante.

Clara se inclinó y besó suavemente la frente de Sofía, sintiendo cómo el frío del aire contrastaba con el calor de su piel.

—Vamos, sigamos caminando —dijo Clara, retomando el paso—. El mundo seguirá girando, pero nosotras siempre nos tendremos.

Sofía, con la mano de Clara entrelazada a la suya, respiró profundamente y caminó a su lado, sintiendo que en ese momento, nada podía ser más perfecto.

Mientras seguían caminando, el cielo comenzaba a teñirse de tonos anaranjados y rosados, anunciando el atardecer. Los rayos del sol se filtraban entre los árboles, y la calidez del momento parecía disipar cualquier duda que hubiera quedado en la mente de Sofía.

—¿Sabes? —dijo Sofía, rompiendo el silencio mientras observaba el cielo—. A veces me da miedo que todo esto sea demasiado bueno para ser cierto. Como si en cualquier momento algo pudiera romper esta paz.

Clara la miró de reojo, sin soltarle la mano, pero notando la seriedad en su tono.

—¿Por qué piensas eso? —preguntó con calma.

Sofía se encogió de hombros.

—Es como si la felicidad fuera algo... frágil. Las cosas buenas nunca duran mucho, ¿verdad? —dijo, con una sonrisa triste en los labios.

Clara se detuvo de nuevo, tirando suavemente de la mano de Sofía hasta que ambas quedaron frente a frente. El viento jugaba con sus cabellos, pero en ese instante, el tiempo parecía haberse detenido.

—Sofi, nada en la vida es completamente seguro, y lo sé. Pero no podemos vivir esperando que algo malo pase. No podemos dejar que el miedo nos robe los momentos que tenemos. —Hizo una pausa y la miró a los ojos—. Esto que tenemos tú y yo no es frágil. Es real, y es fuerte. Como tú.

Sofía mordió su labio inferior, intentando contener una sonrisa, pero sin éxito. Siempre había admirado la seguridad de Clara, la forma en que lograba encontrar el equilibrio en las situaciones más complejas.

—No sé cómo lo haces —dijo Sofía, con un suspiro—. Eres mi roca.

Clara se rió suavemente.

—Y tú eres mi ancla. ¿Qué haría yo sin ti?

Sofía bajó la mirada, sintiendo una calidez que le invadía el pecho. Clara siempre sabía cómo hacer que sus inseguridades se sintieran pequeñas, insignificantes en comparación con lo que construían juntas.

—Entonces, ¿qué te parece si dejamos de pensar en el "qué pasará" y nos concentramos en el ahora? —propuso Clara, con una sonrisa traviesa—. Y en el ahora, me parece que podríamos encontrar un buen lugar para ver este atardecer juntas.

Sofía asintió, esta vez con una sonrisa más genuina. Tomó la mano de Clara con más fuerza y, juntas, caminaron hasta una pequeña colina en el parque, donde se sentaron a ver el sol desaparecer detrás de las montañas.

El silencio entre ellas ya no era de incertidumbre, sino de una conexión profunda que no necesitaba palabras. Mientras el sol se ocultaba y el cielo se oscurecía, Sofía apoyó la cabeza en el hombro de Clara y sintió que, por primera vez en mucho tiempo, no tenía miedo de lo que vendría. Sabía que, mientras estuvieran juntas, lo enfrentarían todo.

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