CAPÍTULO 4 - Hacia las Islas de Escama

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Me desperté con la luz del sol filtrándose a través de las cortinas. Los primeros rayos cálidos iluminaban la pequeña habitación de la posada donde había pasado la noche. Abrí los ojos y estuve un rato desperezándome. Me quedé unos minutos en la cama, con la vista fija en el techo de madera, escuchando el sonido de las olas rompiendo contra la parte baja de los acantilados en la distancia. Estaba en paz, una sensación extraña considerando lo caótico que había sido todo el día anterior.

Me estiré perezosamente y, mientras me incorporaba, no pude evitar recordar la pequeña conversación que tuve con Nika antes de dormir. Le había ofrecido pagar una habitación compartida, pensando en que así ahorraría un poco de dinero. Era una sugerencia inocente, o al menos eso creí en ese momento. Ahora, con la cabeza más despejada, entendía por qué había reaccionado de aquella manera. 

"Qué tonto fui... lo decía con buena intención, pero claro que para ella debía de haber sido completamente incomodo", pensé mientras una sonrisa bobalicona me cruzaba el rostro.

—¿Cómo no me di cuenta? Si es que... claro que parecía indecente. —Recordar su rostro enrojecido me hizo reír en voz baja. Para mí había parecido más enfadada que avergonzada, pero tal vez estaba equivocado. A veces no soy el mejor leyendo esas señales.

Ciertamente, Nika había mantenido bastante la compostura dada la situación, pero la había sentido a punto de lanzarme algo a la cara.

Con esos pensamientos rondando en mi cabeza, me levanté de la cama y recogí mis cosas. Había baños comunes abajo, y era temprano, así que decidí aprovechar antes de que los demás huéspedes comenzaran a moverse. Bajé las escaleras de madera, que crujían bajo mis pies, con una pequeña toalla al hombro, y me dirigí hacia el baño.

Cuando abrí la puerta, me encontré con Nika. Estaba frente al espejo, peinándose con calma su cabello aún humedecido. Me quedé quieto por un segundo, sorprendido de verla ahí tan temprano. La luz que entraba por las ventanas resaltaba las gotas de agua que resbalaban por su cuello y hombros, y por unos largos segundos me quedé absorto en la escena.

—Vaya, qué coincidencia verte aquí tan temprano —dije finalmente, rompiendo el silencio y entrando en la estancia.

Ella me miró a través del espejo, levantando una ceja. Tenía esa expresión que solía poner cuando estaba entre la sorpresa y la incomodidad.

—No es tanta coincidencia si uno madruga —respondió con un tono neutral, pero noté un ligero destello de picardía en su voz.

Me reí mientras me acercaba al lavabo, comenzando a asearme. La situación era curiosa, pero no me desagradaba. Mientras me lavaba la cara, no podía evitar mirarla de reojo a través del espejo. Nunca había visto a una chica prepararse por la mañana. No estaba seguro de si simplemente estaba disfrutando de su mañana o si estaba tan avergonzada como yo.

—Anoche... —dije, secándome el rostro—, lo de la habitación. Creo que lo dije sin pensar. Espero que no te haya molestado.

Ella hizo una pausa, dejando de peinarse por un segundo, y luego continuó como si nada.

—Fue bastante tonto de tu parte, sí —dijo algo molesta pero no de forma agresiva—. Aunque creo que lo hiciste con buena intención.

—Lo hice, lo hice —contesté rápidamente—. No se me ocurrió cómo podía sonar.

Nika giró levemente la cabeza, mirándome directamente esta vez. Su rostro mostró una leve sonrisa en los labios.

—Por eso te perdono —dijo, y volvió a centrarse en su cabello, como si la conversación ya estuviera zanjada.

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