40 | ROJO SANGRE

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Mi vida cambió hace tiempo.

Las viejas leyendas dan cuenta de que la instancia del Dragón Rojo cada que salía a la luz, cambiaba el curso de las cosas.

La gente se convertía hacia la espiritualidad, la esperanza renacía, las familias se unían para sobrevivir y los gobiernos se mantenían a raya.

Todos estudiábamos las consecuencias sensatas de hacer de esta vida algo noble a la luz de la naturaleza de los seres con los que compartimos existencia.

Y todo para descubrir en esta instancia que ellos, los seres de la naturaleza, son los verdaderos anfitriones de esta Tierra.

Nosotros somos solo huéspedes.

¿Y qué sucede cuando el huésped intenta exterminar al anfitrión para apropiarse de su casa?

Sí.

El anfitrión defiende su hogar y defiende a los suyos.

El primer rayo de luz se filtra a través de las montañas, teñido de un rojo sanguinolento que augura la destrucción que está por venir. El alba se despliega lenta y cautelosa, como si el mismo sol temiera asomarse al escenario de lo que está a punto de desatarse en este hito que podría significar algo sin precedentes.

Estoy de pie junto a Los Maestros, la antigua guardia de sabiduría y poder que ha protegido a los dragones durante siglos, y por primera vez en mi vida, siento el peso completo de lo que significa estar del lado de la naturaleza, de las criaturas míticas que han sido marginadas y cazadas por los humanos. Me pregunto cuántos otros seres que estudiamos con extintos o mitológicos en verdad padecieron su colapso a merced de la diversión, la avaricia y el egoísmo de las personas.

He tomado una decisión, una que me pesa en el alma, pero que sé que es la correcta. Me uno a Los Maestros, a las comunidades que protegen a los dragones, a su causa, porque sé que al defender a los dragones, también estoy protegiendo a Ignis. Mi hijo es la esperanza de estas criaturas, el puente entre el mundo que una vez fue y el que podría ser si logramos sobrevivir a esta guerra brutal.

No lo pedí y él tampoco, pero está hecho y sucederá al linaje.

Realmente alguna vez pensé que estar cerca de Thorian podría significar ser protegida, pero no sé hasta qué punto detestarlo por interferir en la naturaleza de mi bebé.

Observo la situación desde lo alto de las colinas, sabiendo lo que se avecina.

Los dragones comienzan a levantarse del suelo al otro lado del cordón montañoso que rodea el valle, veo sus cuerpos gigantescos y majestuosos alzándose hacia el cielo con una gracia que desafía su tamaño. Sus escamas brillan bajo la luz del amanecer, cada una de ellas reluciendo como brasas incandescentes. Los rugidos de estas criaturas reverberan en el aire, sacudiendo la tierra bajo mis pies. Siento su furia, su determinación, su ansia de justicia que ha sido negada durante milenios. Ellos se alzan como una tormenta viva, rodeando al pueblo entero, y en un instante, el fuego brota de sus fauces como un torrente imparable, envolviendo todo en llamas.

El pueblo que antes era un refugio para los que huían de la opresión humana se convierte ahora en un anillo de fuego, una fortaleza ardiente. Las llamas se elevan como paredes vivientes, creando una barrera de calor y luz que parece tan infinita como indomable. Los dragones se mueven en un patrón coordinado, sus movimientos son precisos, calculados, como si cada uno de ellos supiera exactamente dónde tiene que estar para maximizar la devastación.

–Hay cierta belleza en la devastación–murmuro mientras mis ojos observan el anillo de fuego al tiempo que acaricio el cabello de mi hijo.

De repente, el rugido de los motores en el cielo rasga la tranquilidad del amanecer. Helicópteros de guerra aparecen en el horizonte, avanzando con una determinación fría y calculada. Los misiles empiezan a llover a lo lejos, sobre Mereel, con su trayectoria trazando arcos mortales que se precipitan hacia las posiciones de los dragones. Cada explosión es un destello de luz y muerte, una onda expansiva que sacude el aire y lanza fragmentos de tierra y roca por todas partes.

La Noche del DragónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora