IV

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El viento fresco soplaba entre las ramas, mientras el suave crujir de las hojas acompañaba mis pensamientos dispersos. Desde lo alto de un árbol, me mantenía oculto, observando a los demás niños correr despreocupados por el jardín. Jugábamos a las escondidas, y para ellos, yo simplemente participaba como cualquier otro niño.

Pero, ¿Cómo podía concentrarme en el juego cuando mi mente estaba atrapada en las palabras del anciano? "Eres una reencarnación... No eres el único." Esas frases resonaban en mi cabeza, helándome por dentro. Mis piernas colgaban despreocupadamente de la rama, balanceándose con el ritmo del viento, pero mi pecho se sentía pesado, oprimido por la confusión.

Intenté centrarme en el presente, en el sonido de las risas y los pasos rápidos de los niños corriendo entre los arbustos, detrás de las columnas, buscando el escondite perfecto. Pero mis pensamientos siempre volvían a ese hombre, Fu, y lo que me había revelado. Él sabía algo sobre mí, algo que ni siquiera yo comprendía por completo.

—¡Luka! —la voz de Nathaniel me sacó de mi ensimismamiento. Estaba cerca del tronco del árbol, mirando a su alrededor en busca de mi escondite. Contuve la respiración, inmóvil. Sabía que era poco probable que mirara hacia arriba, pero por un segundo, temí que pudiera descubrirme.

Me incliné un poco más sobre la rama, permitiéndome verlo mejor sin ser visto. Nathaniel seguía dando vueltas, frunciendo el ceño mientras buscaba entre las sombras. Parte de mí quería saltar y unirme al juego, pero otra parte no podía evitar sentirse desconectada, como si mi lugar en este mundo no fuera real. ¿Cómo podía pretender que todo estaba bien cuando, en realidad, mi vida entera se sentía como una mentira?

El murmullo del viento entre las hojas me devolvió brevemente al presente. Vi cómo los otros niños continuaban divirtiéndose, sus risas flotando en el aire. Para ellos, la vida era simple; lo más complicado en su día era encontrar el mejor escondite. Vi cómo todos se reunían, aparentemente el juego había terminado, y yo seguía siendo el único sin descubrir.

—¡Tú ganas, Luka! ¡Nadie logra encontrarte! —gritó uno de los niños a la distancia, y una leve sonrisa se asomó en mi rostro.

Con un salto ágil, descendí de la rama, rodando suavemente sobre el suelo para amortiguar la caída. Los demás se quedaron mirándome, impresionados.

—A nadie se le ocurre mirar hacia arriba —dije, señalando la rama del árbol con una sonrisa—. Es el mejor escondite.

—¡Guau, Luka! —Exclamó Nathaniel, rascándose la cabeza—. Siempre encuentras los mejores lugares para esconderte. Tienes que enseñarme ese truco.

—Sí, nunca pensamos en mirar hacia arriba, ¡qué tontos! —dijo otro niño entre risas.

—Es solo cuestión de perspectiva —respondí, intentando sonar despreocupado.

La palabra "perspectiva" resonó en mi mente. Mi perspectiva del mundo era tan distinta a la de ellos. Mientras ellos vivían en su pequeña burbuja de juegos y risas, yo estaba atrapado lidiando con preguntas existenciales, con los ecos de una vida pasada que apenas comprendía. Actuar como uno más entre ellos era cada vez más difícil; todo en mi interior se sentía falso.

Me alejé un poco del grupo, fingiendo necesitar un respiro. Caminé hacia una esquina tranquila del jardín, donde el susurro del viento me envolvía, brindándome algo de paz. Me senté en el suelo, apoyando la espalda contra el tronco de un árbol, y cerré los ojos, tratando de calmar mi mente.

¿Debería hablar con Fu otra vez? Él parecía tener las respuestas que buscaba. Sabía sobre mi reencarnación. ¿Qué más sabría?

De repente, escuché pasos ligeros acercándose. Abrí los ojos y vi a Juleka parada frente a mí. No dijo nada; simplemente se sentó a mi lado, como si entendiera que necesitaba compañía en silencio. Permanecimos así un rato, escuchando el viento y las risas de los niños a lo lejos.

"Un Alma, Dos Vidas"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora