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Después de esa cena en la que ella presentó a Alejandro como su novio, las cosas se pusieron aún más difíciles

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Después de esa cena en la que ella presentó a Alejandro como su novio, las cosas se pusieron aún más difíciles. Yo no podía evitar el puto nudo en el estómago cada vez que lo veía sonreírle, tocarle la mano, mirarla como si fuera lo mejor que le había pasado. Mierda, no podía ni siquiera concentrarme en comer. Mi cabeza estaba en otra parte, recordando cada momento que habíamos compartido cuando su mamá no estaba. Lo peor es que sabía que yo no tenía derecho a decir nada. Lo que habíamos tenido, o lo que fuera que eso fue, ya se había acabado. Pero una cosa es decirlo y otra muy distinta es dejarlo ir.

La forma en que Valeria me miró esa noche cuando me acerqué a ella en la cocina... No sé en qué estaba pensando, pero lo que sentí era innegable. No había palabras, no hacía falta decir nada. Su respiración, su nerviosismo, el temblor apenas perceptible en sus manos, todo gritaba que lo que habíamos tenido seguía ahí, enterrado, pero presente. Y yo, como un idiota, fui directo hacia esa llama sabiendo que me iba a quemar.

Después de esa noche, intenté mantener la distancia. Intenté no meterme en su espacio, no hacer nada que pudiera complicar más las cosas. Pero ya era tarde para eso, y yo lo sabía.

Un par de semanas pasaron sin que nos dijéramos más de lo estrictamente necesario. Cuando estábamos en la misma habitación, era como si todo el aire se volviera más denso, como si cada palabra, cada mirada, tuviera que ser medida con cuidado para no provocar una explosión. Valeria trataba de mantenerse ocupada con Alejandro, eso era obvio. El tipo estaba siempre alrededor, apareciendo como una sombra que no podía sacudirme. Y la verdad es que, aunque no quería admitirlo, me ponía mal verla con él. Me hacía sentir... reemplazado.

Una tarde, después de uno de mis entrenamientos, llegué a casa agotado. Lo único que quería era una ducha y un rato de paz, pero cuando entré, vi a Alejandro sentado en la sala con Valeria. Se estaban riendo de algo, como si el mundo fuera perfecto y no hubiera ninguna complicación entre ellos. Esa risa, esa maldita risa me taladraba los oídos.

—¿Qué más, Richard? —saludó Alejandro con su típica sonrisa relajada, como si no tuviera ni idea de lo que pasaba por mi cabeza cada vez que lo veía tan cerca de Valeria.

—Todo bien —murmuré, sin ganas de seguirle el juego.

Valeria ni siquiera me miró, lo que me jodió más de lo que debería. Se levantaron juntos para salir, probablemente a una cita o a hacer cualquier cosa de esas que hacen las parejas. Cerré los puños mientras subían las escaleras para que Valeria buscara su bolso. La casa se sentía vacía cuando no estaban los pelados, pero en ese momento me parecía que el silencio pesaba más que nunca.

Me dejé caer en el sofá, intentando no pensar, intentando apagar todo lo que estaba girando en mi cabeza. Pero no sirvió. Las imágenes de Valeria y Alejandro juntos me atormentaban, y el maldito sentimiento de pérdida se hacía más grande. ¿Por qué carajos me seguía afectando tanto? Yo sabía que esto iba a terminar mal desde el principio. Sabía que no podíamos seguir jugando con fuego, pero igual lo hice. Y ahora... ahora estaba aquí, como un imbécil, celoso de un muchacho que probablemente no tenía ni idea de todo lo que había pasado.

Mientras me hundía más en mis pensamientos, escuché que las escaleras crujieron. Valeria estaba bajando. No tenía ganas de hablar, ni de discutir, pero cuando la vi, no pude evitar quedarme un segundo más mirándola. Se había puesto un vestido ligero, de esos que le quedaban increíble. Sus piernas, su forma de caminar, todo en ella me atraía como si fuera un imán. Intenté apartar la vista, pero era como si no tuviera fuerza de voluntad. Me estaba destruyendo por dentro.

—Ya volvemos —dijo sin mirarme. Alejandro estaba detrás de ella, como siempre, con esa expresión que me hacía querer darle un puño solo por existir.

Los vi salir y sentí como si algo en mi pecho se apretara más. No podía seguir así. No podía seguir pretendiendo que nada de esto me afectaba. Sabía que tenía que hacer algo, pero no tenía idea de qué. Lo único que sabía era que, en ese momento, la idea de Valeria con otro tipo me estaba volviendo loco.

Las semanas pasaron, y traté de concentrarme en el fútbol, en la vida normal, pero nada funcionaba. La selección iba bien, los entrenamientos eran duros, pero eso no hacía que mi cabeza dejara de dar vueltas. No podía dejar de pensar en Valeria, en lo que habíamos tenido, y en lo que ella había decidido hacer después. Cada vez que la veía con Alejandro, era como si alguien me estuviera retorciendo las tripas.

Una noche, después de un partido entre amigos, regresé a casa más tarde de lo normal. Estaba agotado, física y mentalmente, pero cuando entré, la luz de la cocina estaba encendida. Sabía que los pelados ya estaban dormidos, así que fui a ver quién estaba despierto a esa hora. Y ahí estaba Valeria, sentada en la mesa, con un libro abierto frente a ella y una taza de té en las manos.

—¿Qué haces despierta? —pregunté, sorprendido de verla ahí.

Ella levantó la mirada, pero no dijo nada por un momento. Me miró de una manera que no supe interpretar, como si estuviera buscando algo en mi cara, alguna señal de que todo lo que había pasado no era real.

—No podía dormir —contestó al final, volviendo a bajar la vista a su libro.

Asentí, sintiéndome raro. No había hablado con ella a solas en mucho tiempo, no desde aquella noche en la cocina, cuando me acerqué a ella por detrás. Desde entonces, había intentado mantenerme lejos. Pero en ese momento, me di cuenta de que no quería seguir evitando la situación. No podía más con el silencio.

—Vale, ¿podemos hablar? —dije, sentándome frente a ella.

Ella levantó la vista, esta vez más atenta, como si no esperara que yo quisiera hablar.

—¿Sobre qué?—

—Sobre nosotros —solté, sin rodeos. Ya no tenía sentido seguir jugando a que todo estaba bien.

Valeria frunció el ceño y dejó la taza sobre la mesa. El sonido del metal al tocar la madera fue el único ruido en la habitación por un segundo.

—Richard, no hay un ‘nosotros’ —dijo, su tono firme, pero con una chispa de inseguridad en sus ojos que me decía lo contrario.

—¿De verdad crees eso? —la reté, inclinándome un poco hacia adelante—. Todo lo que pasó entre nosotros no desapareció solo porque empezaste a salir con Alejandro—

Vi cómo su respiración se volvió un poco más pesada, pero trató de mantenerse firme.

—Lo que pasó... fue un error. No debimos... —empezó, pero la interrumpí.

—Claro que debimos. Lo que pasó entre nosotros fue real, y lo sabes. No lo puedes borrar—

Ella se quedó en silencio, mordiéndose el labio inferior como hacía cuando estaba nerviosa. Podía ver la batalla interna en su cabeza. Y por un momento, sentí que estaba a punto de admitirlo. Pero en lugar de eso, se levantó de la mesa, agarrando su taza de té y el libro.

—No puedo hacer esto, Richard. —Su voz sonaba más débil ahora, más vulnerable—. No podemos seguir con esto—

La vi alejarse y sentí que algo dentro de mí se rompía, pero al mismo tiempo, supe que esto no se había acabado. Porque aunque ella lo negara, lo que habíamos compartido seguía ahí, latiendo justo bajo la superficie, esperando el momento en que ambos dejáramos de fingir que ya no importaba.

Mi padrastro - R.RDonde viven las historias. Descúbrelo ahora