CAPÍTULO 11

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La Mansión Riddle en su impresionante grandeza tenía tres pisos que se alzaban sobre la tierra y otro subterráneo en calidad de mazmorra. Perséfone había adquirido cierto gusto a sentarse en el suelo en uno de los balcones para mirar el pueblo, con el sol brillando justo sobre sus ojos y proyectando la sombra de la muchacha varios metros al interior de la habitación. Allí la había encontrado Barty, y se había tenido que cubrir con la mano para impedir el paso apabullante del sol, tan fuerte como se mostraba en aquel momento.

—Hola Barty —dijo Perséfone, con una sonrisa, sin girarse para mirarlo, todavía cruzada de piernas y mirando entre las columnas de piedra que constituían la baranda del balcón.

— ¿Logras ver algo con el sol en la cara? —preguntó él, escéptico.

—Veo lo que necesito ver. Hay un hechizo sobre el pueblo, te lo dijo Tom, ¿verdad? Hay pocas cosas que sean tan dignas de mirarse como su magia, y pocas veces es tan visible como ahora.

Barty se colocó en cuclillas y se esforzó por mirar al horizonte, con los ojos entrecerrados, casi ver el sol directamente, y cuando lo hizo, pudo ver el fino trazo de luz brillando en el aire, como una cúpula que cubría Little Hangleton. La magia que los mantenía separados del resto del mundo, y luego esas pequeñas manchas en movimiento en las calles, ignorantes de que eran prisioneros, y aún así eran aquellos más probables a resistir lo que la guerra le haría al resto del mundo.

—Es impresionante —dijo Barty, en un silbido. Perséfone soltó una risa y ambos se levantaron del suelo para volver al interior de la mansión. Los ojos de ambos agradecieron el merecido descanso.

En el momento en que el estado de estupor en el que había estado sumida se disipó, Perséfone sintió una oleada de calor, el que ya había estado vibrando en su piel, pero recién se había permitido sentir, y se arremangó la blusa, mostrando su piel ligeramente brillante por la reciente aparición del sudor. Los ojos de Barty volaron inmediatamente al antebrazo izquierdo de Perséfone, con una fascinación curiosa que ella solo había notado en su propio reflejo al mirar su marca tenebrosa, cuyo color carmesí la hacía lucir como una herida permanentemente abierta, una herida que siempre estaría a carne viva. Ella no intentó impedirle mirar, y aguardó silenciosamente un par de segundos para permitirle un privado momento de reverencia que Perséfone fingiría que no había notado.

— ¿Tom te habló de nuestro invitado especial? —preguntó ella, al final. Los ojos de Barty volaron de la marca a su rostro y luego descendieron nuevamente al suelo. Ambos tenían una dinámica sumamente extraña.

Barty reverenciaba a Tom, lo idolatraba no solo como a su Señor, sino casi como un padre, y una parte de esa admiración se proyectaba sobre Perséfone también, siendo ella la mano derecha de Tom; al mismo tiempo, ellos también tenían su propia relación especial que consistía en algo similar a una amistad y a un lazo de hermandad, hasta el momento en que él recordaba que Perséfone compartía cama con Voldemort, y nuevamente ponía distancia de por medio. A ella no le molestaba, había sido fácil encariñarse con Barty ya que ambos compartían el mismo objeto de fascinación, y, por lo tanto, los cimientos de sus vidas se regían bajo el mandato de la misma persona, y sus particularidades eran algo digno de apreciación.

El recordatorio del hombre que aún residía en su sótano, sin embargo, encendió una chispa de ira en los ojos de Barty, suficiente como para sostenerle la mirada a Perséfone durante un par de segundos.

—Me explicó por qué no deberíamos matarlo... —dijo él, con una mueca.

—Puedo convencerlo de lo contrario, si eso quieres. Estuve en su cabeza, vi quién era él, un maldito traidor. Y me encargué de eso, masacré su voluntad, y sufriré una migraña por meses cada vez que intente entrar en la cabeza de alguien, pero valió la pena. Pero entiendo por qué podrías querer su sangre en tus manos, y no tengo problema en conseguirla para ti. Tom podrá hacer que las cosas funcionen para nosotros incluso sin esa escoria.

Barty suspiró. Había una pesadez en él que no había estado ahí unos minutos antes: resignación. Nunca había tenido problemas para inclinarse, no ante Tom y tampoco ante Perséfone, sin importar si ambos en ese momento lucían incluso más jóvenes que él, y eso considerando que Barty había sido de los más pequeños entre las filas de Voldemort al final de la última guerra, antes de su caída.

—No fue tanto tiempo el que estuve en Azkaban, no como otros. Puedo tolerar su presencia. Tengo todavía la suficiente cordura como para ser consciente de que soportaré lo que sea necesario por nuestro Lord.

Ella apretó los labios.

—Estuve en su cabeza, Barty. Tom es suficientemente brillante como para hacer esto funcionar incluso sin esa escoria, y no te culparía si tu odio es más fuerte que tu voluntad de servir a la causa oscura.

Pero si bien su odio era fuerte, quizá un poco más pesado que su lealtad, no ardía con más fuerza que su devoción enfermiza, y eso lo supo Perséfone incluso mientras hablaba. Sus palabras nutrieron una indignación casi visceral en el mortífago, su férrea determinación a rendirle respeto a Perséfone luchó activamente contra el desdén que se asomaba en los matices más ásperos de su voz, trepando por sus cuerdas vocales en contra de su voluntad; y ella pudo leer su tono y su mirada como a un libro, tanto como porque había perdido su máscara de impasibilidad durante su tiempo en Azkaban como porque ella entendía la forma en que la mente de él funcionaba como pocas personas podían.

—Nunca. Nunca, nunca, nunca —dijo Barty, repitiendo la palabra como si negar las palabras de Perséfone fuera aquello por lo que su corazón latía. Los trozos fracturados de su cordura lucharon por adherirse entre sí, pero en aquel momento lucía como un hombre que había estado solo con sus peores recuerdos, a merced de las criaturas desagradables que eran los Dementores.

Ella se apresuró a acercarse a Barty. Él era delgado y larguirucho, notablemente más alto que ella, pero cuando se aproximó a él, se sintió como si ella fuera más alta por la forma en que enroscó su espalda para inclinarse hacia ella cuando Perséfone rodeó el cuello de Barty con los brazos y lo atrajo hacia un abrazo, permitiéndole descansar la barbilla sobre su hombro mientras acariciaba su cabello, como queriendo calmarle, de la forma en que uno reconfortaba a sus mascotas.

Perséfone quería a Barty, lo valoraba, y admiraba quién era. Era fácil apreciar a quien cree en las mismas cosas que tú. Pero el afecto que le tenía no era completamente el que se tiene a un amigo, ni mucho menos a un amante, no, era el afecto que se le tiene al gato que tiene tu novio cuando inician la relación. y que no es necesariamente fastidioso, pero al final del día es más la mascota de él que la tuya, y te acostumbras a su presencia porque no se irá, y el gato aprende a quererte porque también lo alimentas, pero jamás será tu mascota.

Barty jamás le pertenecería a Perséfone. Él siempre sería de Tom. Y estaba bien, era perfecto, después de todo, Tom, a su vez, le pertenecía a ella.

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⏰ Última actualización: Oct 11 ⏰

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THE ART OF BETRAYAL, tom riddleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora