Capítulo 1: Inevitable

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Inevitable

Sangre, siempre estaba tosiendo sangre. Con cada día que pasaba sus ojeras se acentuaban y su piel se veía aún más pálida, pero él seguía teniendo esa encantadora sonrisa en el rostro, como si su estado no empeorase a cada instante ni su final se acercara con cada suspiro. A pesar del calor que la chimenea emanaba por toda la habitación sus manos se encontraban sumamente gélidas, casi lucían azules y aun así su expresión era la misma que en una tarde de verano con el sol en su punto más alto. Tomé sus manos entre las mías e intenté calentarlas con el vaho de mi boca, ese calor que el parecía perder con cada día, cosa que solo me destruía más y más.

Hace algunas semanas mi prometido contrajo una enfermedad incurable. Nuestro doctor aseguraba que la enfermedad no era contagiosa, pero si mortífera, pronto mí querido Thomas fallecería y el peso de una nación, que en principio asumiría caería en nuestros hombros, sería solo mi responsabilidad. Lamentablemente yo era la última hija del rey de Edengar, y la última Giorienchi. Mi familia había gobernado nuestro país por casi mil años sin ninguna interrupción, hasta que mis hermanos fallecieron y ahora era mi deber ocuparme de mi pueblo. Un pueblo que no confiaba en la princesa que conocía desde su nacimiento, pero si un monarca al que jamás habían visto.

Al enterarnos de la enfermedad de Thomas mi padre hizo de todo para encontrar una cura, pero simplemente no la había. Fue entonces que habló con el concejo y parlamento para que lo apoyaran con la decisión de que, por primera vez en toda la historia de Edengar, una mujer pudiese gobernar sin estar casada. Pero de nada sirvió pues por mucho que me quisieran la mayoría se negó. Yo debía ser una hermosa reina que mostrara la compasión al pueblo mientras mi esposo debía ser un rey fuerte y poderoso que peleara por su país. Ellos me aceptarían como monarca, pero jamás como líder. En las naciones que tenían las mismas leyes que la nuestra, una mujer jamás podría reinar, pero si debía casarse en caso de querer mantener su posición, y justo ahora eso debía hacer yo.

He estado sentada junto a la cama de mí amado casi tres horas. Thomas se encuentra cubierto por tan solo unas sedosas sabanas que lo protegen del arrollador clima de finales de invierno. Sin embargo, el ambiente resulta cálido entre ambos, después de todo siempre nos sentimos cómodos con nuestros silencios o el simple sonido de la madera siendo quemada en la chimenea. Lo conocía tan bien que con una simple mirada podía decirme todo. Y a veces odio tener tal conexión con él.

Thomas acerco su mano a mi rostro y, rosando mi mejilla, colocó uno de mis rizos tras mi oreja. Levante la mirada del tablero de ajedrez para verlo, entonces me encontré con esas esmeraldas que tenía por ojos, siempre me encantó ese hermoso color. Casi había perdido la concentración, casi. Después de seis partidas sus movimientos se habían vuelto torpes, era la perfecta oportunidad. Moví a mi reina dejándolo en jaque mate pero su sonrisa solo se expandió más.

­—Te aprovechas de tu belleza. Estoy demasiado ocupado mirándote como para prestar atención a lo que haces. — se excusó el castaño frente a mí.

—Se llama estrategia y distracción. — alegue acomodando las fichas nuevamente. La verdad era que yo sabía jugar ajedrez, pero por alguna razón siempre perdía.

— ¿Cuándo te enseñé eso? — quiso saber.

—Lo aprendí yo sola. — le regale una sonrisa orgullosa. La verdad es que mi madre me había enseñado algunas estrategias teniendo en cuenta mi situación actual, pero no precisamente sobre ajedrez.

— ¿Lo de esconderse y evitar lo inevitable también lo aprendiste sola? — al escuchar eso mi semblante cayo, sabia definitivamente a lo que se refería.

—Sabes que soy una cobarde. — el solo negó con su cabeza y tomo mi mano entre las suyas.

— ¡Claro que no! Eres lista, eso es diferente. Valiente no es sinónimo de impulsiva, los que piensan que de eso se trata solo son estúpidos. — eso me arranco una sonrisa, el jamás decía groserías o insultos, pero al estar juntos podíamos ser nosotros mismos.

La Princesa del EdenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora