Capítulo III

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Flores marchitas.
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A la mañana siguiente Marlía vagaba taciturna por el jardín

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A la mañana siguiente Marlía vagaba taciturna por el jardín.
Aquel lugar era su templo.

Un templo del recuerdo.

Había mandado a plantar el huerto, y cada flor en él, como un tributo.
Un tributo a ellas.
Un tributo a su sangre. Derramada por todas aquellas bestias.

Entre tulipanes, gardenias, girasoles y un sinfín de flores de todo tipo, que llevaban inscrito un nombre en sus macetas, vagaba ella; se esforzaba inútilmente en evocar la época en la que era feliz, por más que anduvo y desanduvo cada rincón de su memoria en busca de un grato recuerdo; no lo había.

Los gritos e insultos, las muecas y gestos de reproche ensombrecían su mente.

Por un momento quiso desistir. Pero, de pronto en el lugar mas inhóspito de su subconsciente, la vio.

Se detuvo mentalmente ante la sombra casi esquiva de una niña que esbozaba  una leve sonrisa, Marlía había nacido en uno de esos pueblos sin nombre pero era feliz junto a sus padres, humildes campesinos que labraban la tierra con sus manos como muchos otros para sobrevivir. Sin embargo, la miseria asoló cada pueblo.
Y el de ellos no fue la excepción.

El hambre y la escasez se llevaron consigo cualquier sonrisa que hubiera en sus labios.

Pronto el recuerdo de lo que había sucedido ayer noche en su habitación la asaltó sin reparo, y con él, trajo otras pesadillas, unas que ella intentaba sepultar.

Antes de ser la Señora Fínegant, no era más que una de esas sucias chicas y chicos sin esperanzas, que solo servían para complacer y divertir a quien pagara por ellos.

Sus padres la habían vendido por unas cuantas monedas de ese sucio oro que tanto necesitaban para pagar sus deudas o para salvar su vida —como le habían dicho cuando se despidieron de ella—, ¡ja! que ilusos eran sus papás, no salvaron su vida, le desgraciaron la existencia.

Aquellos cerdos con cara de ángeles  le desgarraron no solo la piel, sino el alma.

Y lo cierto era que cualquier rastro de inocencia que había en ella, le fue arrebatado a cuentagotas en las noches que parecían no acabar en aquella espantosa isla; tan solo le quedaba aferrarse a la ilusión de que algún día escaparía de allí, cuando se desengañó y entendió que solo había una forma de salir, hizo lo que tenía que hacer.

Prostituyó no solo su cuerpo sino su espíritu, esperando que alguien la comprara y la sacara de ese infierno.

Y así fue.

NEVERLAN: 🩸Sangre inocente🩸Donde viven las historias. Descúbrelo ahora